Una historia de dominio y complicidad: La Manada y los medios de comunicación

Sarah Babiker
Sarah Babiker
Periodista especializada en género y comunicación
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La joven presentó un ejemplo similar a éste: “si hay un asesinato no se nos explica la manera exacta en la que entró la primera bala en el abdomen, qué órganos atravesó, cuánta sangre brotó. En qué parte exacta del pecho fue apuñalada la víctima, estaba la piel desnuda o cubierta…” Sentada cerca de ella, una mujer mayor, terminó de cerrar la idea “tanto detalle sobre qué le hicieron y cómo, tanta información y tan precisa. No necesitamos saber tanto, es exponer a la víctima, someterla a más violencia. Es casquería.” Esta reflexión conjunta e indignada fue una de las que se compartieron el pasado martes en las Jornadas Jaque al Patriarcado, organizadas por el Parlamento de Navarra. Debatíamos sobre si los medios de comunicación, agentes centrales de socialización, comprometidos por leyes y normativas a promover relaciones de género igualitarias, son consecuentes con sus obligaciones. No lejos de ahí, se desarrollaba el juicio contra “La Manada.” En nuestra sala planeaba la idea de que, al menos en cuanto a medios se refiere, estamos lejos de darle al patriarcado jaque.
“¿Cómo pueden los medios ser diferentes de las sociedades a las que pertenecen?” Se preguntaba otra participante. Sociedades en las que suceden cosas como ésta: cinco jóvenes varones viajan a Pamplona con el proyecto firme de follarse a alguien entre todos. Anuncian que lo van a hacer. Lo hacen. Anuncian que lo han hecho. Lo difunden. ¿Es violencia sexual? No hace falta descodificar los detalles uno a uno, evaluar la conducta de la víctima antes y después – ni hacerla revivir los hechos durante cuatro horas de interrogatorio – es violencia sexual y es violencia de género. Hola legislación española: si cinco varones entienden que tienen derecho a someter sexualmente a una mujer, ¿no hay una dimensión de género ahí? ¿Cómo puedes tener una ley integral contra la violencia de género donde no se incluyen todas las violencias de género?
Volvamos al concepto “género”, que aunque a la RAE no le guste, nos ayuda a comprender muchas cosas. Tomo una extracto de la definición que da la antropóloga mejicana Marta Lamas. Dice: “El género es el conjunto de creencias, prescripciones y atribuciones que se construyen socialmente tomando a la diferencia sexual como base. Esta construcción social funciona como una especie de «filtro» cultural con el cual se interpreta al mundo…” Sí, el género también condiciona tu interpretación de la realidad, no solo la de los chicos de “la Manada”, también la del juez que los juzga – que acepta como prueba una investigación privada sobre la vida de la víctima después de los hechos – o la de los medios, para quienes las mujeres tienen un déficit de credibilidad intrínseco que se ven obligados a solventar a base de detalles innecesarios. Las únicas víctimas de violencia de género que tienen credibilidad absoluta son las que están muertas. Aunque siempre quedará la duda de si hicieron lo suficiente para no ser asesinadas.
Pero ¿y ellos?. ¿Qué pasa con los chicos de La Manada? Un equipo de televisión viajó a sus barrios, habló con vecinos y amistades de los sujetos para descubrir una cosa increíble. Que a pesar de hacerse llamar “La Manada” no eran lobos. ¡No! Eran personas. Y a ratos hasta simpáticos. Les caen bien a sus amigos, y son queridos por sus padres. Información super reveladora que debería ayudarnos a formarnos una opinión. O no. Esta caracterización de la violencia personalizada en individuos, no nos está ayudando. Cuando hablamos de violencias machistas, hablamos de acciones, de prácticas, de relaciones concretas. Identificar a la Manada como animales dificulta que otros varones puedan ver violencia sexual en sus propias acciones, impide visibilizar que del acoso sexual a la violación no hay un camino tan largo, y que la continua cosificación de las mujeres – a la que los medios de comunicación contribuyen con ahínco – genera atajos.
“Yo creo que hay que diferenciar”- quiso matizar una de las periodistas que participaban en las jornadas – “creo que una cosa es la información – donde sí me parece que hay avances a la hora de informar sobre violencia, prácticas profesionales rigurosas. – y otra los programas de entretenimiento, programas de telerrealidad, tertulias, que sexualizan a las mujeres y reproducen continuamente estereotipos.” Complejizar el análisis, siempre es útil, desde luego: de un lado vemos entretenimiento ostentosamente machista, que capta audiencia con fórmulas sexistas, llama humor a la rancia repetición de estereotipos, y cultiva en sus reality shows las más nocivas relaciones entre hombres y mujeres. Pero del otro lado detectamos formas de informar que se quieren neutrales y asépticas y demasiadas veces revictimizan a las mujeres, ponen en duda su credibilidad, desdibujan el marco estructural que sustenta la violencia de género. Son en fin, demasiadas veces – información de un lado, y entretenimiento del otro – la mano izquierda y la derecha del patriarcado: Una te mete un derechazo, la otra un sutil sopapo. Y bajo tantos golpes metafóricos apenas alcanzamos a preguntarnos, ¿cómo es que seguimos aquí?
Volvemos a “la Manada.” Sus abogados quieren poner el foco en qué sintió la víctima, ¿disfrutó?, ¿se resistió lo suficiente?, ¿sufrió todo lo que le correspondía después para poder ser considerada una víctima? Más relevante me parece indagar en qué sintieron ellos. ¿Por qué lo hicieron? ¿qué buscaban ejerciendo esa violencia? La antropóloga Rita Segato se hizo esta pregunta en la Brasilia de los años noventa. E intentó contestarla hablando con los violadores que cumplían condena en la cárcel. Llegó a una conclusión que nos puede servir: el objeto de la violación no era el placer sexual. El placer venía de la dominación: la expresión de poder sobre una mujer. Aquí la chica es secundaria, o al menos ese no es su objetivo principal – no la conocen, no es una persona para ellos. A cada uno de ellos le importaban los otros hombres, los que estaban en ese portal, los que estaban en el grupo de whatssapp, en cierto modo los hombres en general. Decían, mirad, queremos hacer esto y lo hacemos, somos poderosos. Weinstein debía sentirse muy poderoso, dominando a todas esas mujeres jóvenes, claro que otros hombres sabían, no pasaba nada, era a ellos a quienes hablaba: ellas eran solo un instrumento para expresar su poder. A ese poder patriarcal que se expresa dominando mujeres: en portales oscuros, en burdeles, en hogares, en todas partes, tenemos que contestarle con nuestra propia potencia, que no es una potencia de dominación, pero que no admite más que nos dominen. Y que denuncia las complicidades de los medios de comunicación con ese dominio. Las complicidades todas: las obvias y aparatosas, pero también las más sutiles

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