De Casas a Domínguez. Hacia una liberación estética de la mujer

Stéphany Onfray
Stéphany Onfray
Feminista francesa afincada en Madrid. Historiadora del Arte. Investiga la construcción de los roles de género mediante el retrato fotográfico en el siglo XIX.
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Este domingo finalizaba la retrospectiva sobre Ramón Casas (1866-1932), organizada por CaixaForum Madrid. No pretendo aquí realizar una reseña de la exposición, sino hacer más bien una reinterpretación de parte de la obra del pintor. Para ser más concreta, puedo decir que fui a ver la exposición con una única idea en la cabeza: buscaba MU-JE-RES!!!

Pues mujeres encontré…

En 1972, nuestro querido y lamentablemente recién fallecido John Berger (1926-2017) escribía en Modos de Ver:

«Nacer mujer ha sido nacer para ser mantenida por los hombres dentro de un espacio limitado y previamente asignado. La presencia social de la mujer se ha desarrollado como resultado de su ingenio para vivir sometida a esa tutela y dentro de tan limitado espacio».

Estas palabras, que considero especialmente acertadas, describen con claridad varios objetivos de la lucha feminista: el salirse del marco impuesto, el conquistar un espacio que no deja de ser nuestro. Pero, sobre todo: el adquirir una libertad -y añadiría ‘seguridad’- sin condiciones, para todas las mujeres.

Desgraciadamente, John Berger detalla aquí parte del sistema de valores patriarcal que, cerca de medio siglo más tarde, sigue siendo mayoritario en nuestra sociedad: la frecuente necesidad de conseguir una emancipación parcial o falsificada, al tener que jugar a un juego cuyas reglas han sido escritas por hombres y desde luego al que, sin el feminismo, nunca tendremos -nosotras mujeres- opción de ganar.

Ramón Casas i Carbó, Joven decadente. Después del baile, 1899.

Paseando por la exposición, no podía quitarme las palabras de Berger de la cabeza. Observaba los desnudos, la delicadeza de los colores y de los gestos, pero sobre todo la pasión evidente del pintor por el cuerpo femenino. Pero es ante los retratos del gran amor de Ramón Casas, Júlia Peraire, cuando caí cautivada aunque también asaltada por numerosos interrogantes.

Que se trate de pintura, escultura o fotografía, la representación del ser amado (generalmente de la amada puesto que la mujer suele presentar este rol pasivo en las manifestaciones artísticas) siempre desvela algunos matices esenciales para entender aspectos sociológicos y psicológicos de la vida de dichas mujeres; pero también ciertos modos de representación de las mismas y como estos han trascendido hasta nuestros días.

Desde mi perspectiva, en los retratos de Júlia Peraire realizados por Casas, es imposible obviar la complicidad o el juego de miradas entre ambas personas. Aún así, lo más destacable parece ser el ofrecimiento total del cuerpo de la modelo a su amante masculino.

Ramón Casas i Carbó, La Sargantain, 1907.

En este primer ejemplo, lo más llamativo es la mirada “conquistadora” de Júlia Peraire. Ésta le otorga un poder sin límite que nos absorbe por completo. Sin embargo, el fruncido de la tela -de un amarillo casi violento- no nos deja escapar al anhelo del pintor, y lleva directamente nuestros ojos hacia el sexo de esta mujer quien, de repente, pasa de ser conquistadora a conquistada.

Ramón Casas i Carbó, Júlia en Grana, c.1906.

Lo mismo he podido comprobar en este segundo cuadro donde también se exhibe y es, antes que nada, representada como un objeto de deseo sexual. Aquí, parece responder a las aspiraciones del pintor: tiene que desvelar su cuerpo. Es cierto que aquí puede parecer que ella tiene el control del juego, y con ello obtiene una cierta potestad. Pero no deja de ser un poder pasivo, ficticio: se encuentra cosificada. Puede jugar, efectivamente, pero no tiene más opción que la de someterse a las reglas del artista.

Muchos llaman a Ramón Casas “el pintor de la modernidad española”. Desde luego, en lo que se atiene a la representación de la mujer, lo es. Este tipo de imágenes podrían encontrarse perfectamente en cualquier revista de moda hoy en día. Durante varios siglos, el máximo poder social que podía tener la mujer siempre partía de características físicas -por no decir sexuales- y de su capacidad de auto-objetivación para el disfrute masculino. Evidentemente, con la perspectiva que nos dan los años, entendemos la falacia. El verdadero “poder” (a mi juicio la libertad de pensar, de actuar, y de ser autónoma) no se adquiere con el cuerpo, sino con el intelecto. Lo que, por cierto, no significa que ambos sean incompatibles. Creo de hecho que uno de los objetivos del feminismo hoy en día es justamente difundir este lema.

En Modos de ver, John Berger añadía:

“Una mujer debe contemplarse continuamente. Ha de ir acompañada casi constantemente por la imagen que tiene de sí misma […] Desde su más temprana infancia se le ha enseñado a examinarse continuamente.»

Una vez más, entendemos que la obsesión de muchas mujeres por su apariencia, y por la correspondencia de la misma con los cánones de belleza en vigor, no dejan de ser el resultado de una educación. Es más, proviene de un sistema cultural basado en normas de control autoritario hacia las mujeres. Necesitamos, por tanto, salirnos de unas prácticas que, como podemos ver, estaban ya perfectamente implantadas hace más de un siglo.

Cada una de las lectoras de esta columna sabe perfectamente que, en cuanto salga por la puerta de su casa, será observada, juzgada, silbada, etc. Somos seres examinados y criticados si no correspondemos a los preceptos de belleza dominantes, o a lo que se considera socialmente como lo “femenino”. Algo que no es muy diferente de las actitudes hacia las mujeres que transgredían la moral o simplemente “el buen gusto” decimonónico, si volvemos a la época de Casas.

Esta obsesión generalizada por escudriñar a las mujeres (y digo generalizada porque hasta nosotras lo hemos integrado) es un fenómeno que ha sido descrito por muchos autores y autoras. Es el caso del sociólogo francés Pierre Bourdieu en La dominación Masculina (2001):

Incesantemente bajo la mirada de los demás, las mujeres están condenadas a experimentar constantemente la distancia entre el cuerpo real, al que están encadenadas, y el cuerpo ideal al que intentan incesantemente acercarse.

En mi opinión, estas frases describen a la perfección a un monstruo de dos cabezas. Un ser esquizofrénico que jamás podrá alcanzar la felicidad puesto que ésta misma no deja de estar basada en unos preceptos inalcanzables o mutables. Y lo que es peor: cuyos patrones ni están diseñados por sus máximas representantes: las propias mujeres. Es cierto que los cánones de belleza han ido evolucionando a través del tiempo. Sin embargo, esta obsesión constante hacia la contemplación de la mujer siempre ha estado presente, tanto en la vida real como en la cultura visual.

Ramón Casas representaba como nadie el cotidiano de muchas mujeres a principios del siglo XX en España. En soledad, deambulando por la casa como fantasmas.

Ramón Casas i Carbó, Eligiendo un libro, c.1891
Ramón Casas i Carbó, Interior, c. 1895.
Ramón Casas i Carbó, En el baño, 1895.
Ramón Casas i Carbó, Preparando el baño, 1895

En este tipo de cuadros aparecen seres sin rostro, -incluso sin identidad- y sorprendidos en su intimidad; espiados, o vigilados por la mirada del pintor. Algo que proviene de la obra de muchos artistas holandeses del siglo XVII, como podría ser Johannes Vermeer (1632-1675) o Jacobus Vrel (1617-1681).

Jacobus Vrel, Mujer en la ventana, c. 1654 (Cortesía de Wikipedia Free commons)

Aún así, Ramón Casas no deja de ser un artista de su tiempo y evidentemente no podemos juzgarle por ello. Es más, no puedo dejar de admirarle por toda la información implícita que contienen sus obras, y que nos ayuda a entender la vida cotidiana de las mujeres y la historia de las mentalidades en el siglo XIX español. Pero tampoco podemos negar su influencia -y la del arte en general- sobre el destino de millones de mujeres que han tenido que luchar contra la difusión de modelos de belleza irreales pero también contra el asentamiento de la mirada patriarcal.

Y por todo ello, se agradecen las iniciativas, como la de la artista visual Yolanda Domínguez, entre muchas otras. Mediante su exposición Little Black Dress, (presentada en el Museo del Traje del 08/06/2017 al 17/09/2017 con ocasión de la vigésima edición de Photo España en Madrid) la artista lucha contra los estereotipos que, a nosotras mujeres pero también a muchos hombres, nos van amargando la vida, simplemente por el hecho de no corresponder a lo que se quisiera de nosotros. .

Muestra de la exposición Little Black Dress. Cortesía de la artista Yolanda Domínguez

Se trata de un combate largo, que necesita paciencia, ánimo, fuerza, y colaboración pero también debates. Pero estoy persuadida que, poco a poco, conseguiremos ser las propias maestras de nuestro futuro.

Todas las fotografías de las obras de Ramón Casas presentes en este artículo han sido sacadas por mí durante la exposición. Agradezco a Caixaforum de Madrid por haber permitido la realización de dichas fotografías y a Yolanda Domínguez por permitirme la publicación de su obra. También quiero agradecer a Gonzalo por su infatigable apoyo lingüístico.

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