27… 27 son los años que he necesitado para entender, asumir y exclamar sin miedo: “¡sí, soy feminista!”. 9855, son los días en los que, de una forma u otra, he sufrido por no serlo.
En un mundo como el nuestro, ser feminista es complejo, no podemos negarlo. Se requiere mucho carácter, mucha energía, capacidad de reflexión, de debatir y de entender posiciones adversas. Y, desde luego, una paciencia colosal para soportar las frustraciones cotidianas que conlleva esta elección o -más bien- necesidad personal.
Al igual que Helen Mirren, yo no quería ser feminista. “Demasiado didáctico, muy político” decía la actriz británica. A mí me asustaba. ¿O quizás me vencía la pereza?
Reivindicarse como feminista supone una metamorfosis, una insurrección interna que no tiene marcha atrás. Desde luego no te hace la vida más fácil, pero sí más justa. El feminismo defiende valores de libertad, igualdad, y fraternidad (me perdonaréis aquí el inserto nacionalista, pero a veces me sale la vena gabacha) que hacen más digna nuestra existencia y, en mi caso, me reconcilia conmigo misma. Y por ello, poco a poco, el feminismo se está transformando en mi oxigeno.
Reivindicarse como feminista supone una metamorfosis, una insurrección interna que no tiene marcha atrás.
Aún así, voy avisando: yo soy una novata en “eso del feminismo». Una aprendiza si se quiere. Pero hasta la menos feminista de todas no puede ser insensible a ciertos temas, a ciertas noticias.
Ha sido mi caso estas últimas semanas, con el Festival de Cannes de este año. Ya empecé a enojarme viendo el cartel -teóricamente diseñado para homenajear a Claudia Cardinale- en el que, en una operación de marketing siniestra, se decidió retocarle el pelo, las piernas y los brazos. Supuestamente para “acentuar el efecto de ligereza” según la propia actriz.
Semanas más tarde, me tropecé con el análisis de Anne-Aël Durand publicado en Le Monde en Francia, sobre la -casi- ausencia de películas dirigidas por mujeres en el Festival de Cannes.
Supongo que resulta muy reduccionista plantear que el Festival de Cannes es un festival que fue creado por hombres para hombres. Lo es. En sus orígenes, Cannes también fue un lugar para mujeres: para actrices en particular. La mundialmente conocida montée des marches, con su llamativa alfombra roja estaba reservada a las mismas y a su vestuario. “Un sueño de niña” declaran algunas. Esto evidentemente no ha cambiado. Es más, para muchos medios y para sus lectores, las películas no dejan de ser secundarias en Cannes. No brillan lo suficiente para competir con los vestidos de Bella Hadid & cía.
Sin embargo, lo que me interesa aquí no es tanto denunciar la ropa o la ausencia de la misma, ni medir los centímetros de tacón. Ya sabemos que el Festival de Cannes y su alfombra roja representan, año tras año, la efervescencia de la mujer como objeto de consumo capitalista.
Lo que pretendo es tratar de entender por qué tengo yo que sentirme agradecida porque una mujer se llevó el premio a la mejor dirección o al mejor guión. Quiero saber cómo, tras 70 ediciones, todavía no se ha normalizado el hecho que ¡SÍ! Una directora puede llevarse premios en la industria del cine. Sin haber visto todavía la película, no comprendo los comentarios que afirman que el tiempo del machismo ha pasado a la historia. “Que no te engañen”: igualdad en Cannes, tampoco hay.
Como acertadamente recuerda Anne-Aël Durand, en 70 ediciones organizadas en Cannes, las mujeres solamente han sido galardonadas con:
- 1 Palma de oro (Conseguida por la Neo-Zelandesa Jane Campion con El Piano en 1993)
- 2 grandes premios (Obtenidos por la japonesa Naomi Kawase con El Bosque del Luto en 2007 y la italiana Alice Rorhwarcher con El País de las Maravillas en 2014)
Incluso, me gustaría incidir en la desconcertante atribución de la Palma de Oro 2016 a Ken Loach, cuando la directora alemana Maren Ade salía como favorita por su espléndida Toni Erdmann.
Durand se interroga entonces: ¿Cómo pueden explicarse estas desigualdades? Quizás, se plantea la periodista, porque de los 70 presidentes del jurado, solamente 11 fueron mujeres. Un argumento estadístico perfecto aunque un tanto demagógico: nos arriesgamos a encerrar a dichas presidentas en el papel de mujeres dotadas de -la famosa- “sensibilidad femenina”. Quiero creer que, hoy en día, podemos ir más allá del tópico: películas “de hombres para hombres” y “de mujeres para mujeres”.
El segundo argumento de Durand me parece mucho más esclarecedor, sobre todo porque se aferra a la raíz del festival: la famosa Sélection Officielle. Entre las 1.709 películas seleccionadas para estos 70 últimos festivales, solamente 74 fueron dirigidas (o co-dirigidas) por mujeres. Un 4% sí, no soñáis.
Entre las 1.709 películas seleccionadas para estos 70 últimos festivales, solamente 74 fueron dirigidas (o co-dirigidas) por mujeres. Un 4%
Leyendo esto, no me extrañaron en absoluto las recientes palabras de Jessica Chastain, actriz estadounidense y miembro del jurado 2017:
“Pienso que si hubieran más historias contadas por mujeres, también hubieran personajes femeninos más auténticos. Es la primera vez que veo 20 películas en 10 días y me encanta ver pelis, pero si pudiera resaltar una cosa de esta experiencia sería como el mundo ve a las mujeres, basándome en los personajes femeninos que he visto representados. Y tengo que conceder que fue bastante molesto para mí. A pesar del hecho de que existan algunas excepciones, en la mayoría de las películas, he sido sorprendida por la representación de los personajes femeninos en la pantalla, y espero realmente que cuando incluyamos más mujeres directoras o guionistas, tendremos más mujeres con las que podría encontrarme en mi vida cotidiana: mujeres proactivas, que tienen sus propias agencias, que no actúan simplemente por los hombres que las rodean, y que tienen su propio punto de vista”.
Lo dicho. Frente a este tipo de hechos y otros tantos más, me vino la intensa necesidad de gritar: “¡SÍ, SOY FEMINISTA!”.
Ah, por cierto: 27.
27 es el número de festivales de Cannes donde no participó ninguna película dirigida por mujeres.