TEA ROOMS: La emancipación de las mujeres obreras

Octavio Salazar Benítez
Octavio Salazar Benítez
Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. Feminista, cordobés, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo.
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Justamente 85 años después de que Luisa Carnés empezara a escribir su novela Tea Rooms yo me he encontrado con ella en este mes de agosto y he sentido, como hacía tiempo que no me pasaba, la fuerza que irradia de la literatura cuando está atravesada por la vida y el compromiso. La lectura de esta novela-reportaje sobre mujeres obreras en el Madrid de los años 30, al igual que hace unos meses me ocurriera con el Oculto sendero de Elena Fortún, me ha puesto de nuevo sobre la pista de una silenciosa genealogía de voces femeninas que en nuestro país han ido construyendo toda una narrativa sobre el género y sobre las demandas todavía hoy insatisfechas de autonomía de las mujeres. Voces que continúan sin aparecer en los libros de texto, que están borradas del imaginario colectivo y que continúan en gran medida escondidas en los armarios de un país que tan mal se ha llevado siempre con la memoria. Aunque es cierto que en los últimos años se ha empezado a hacer una importante labor de recuperación de esas “modernas” que a principios del siglo XX se rebelaron, o lo intentaron, contra un rígido orden de género y desafiaron la voz universal masculina, todavía ellas continúan siendo, como las califica Nuria Capdevilla, “los grandes fantasmas de la modernidad española”.

La gran sorpresa que para mí ha supuesto Tea Rooms no ha radicado solo en la evidente conciencia de género y de clase que recorren sus páginas, sino que también me ha parecido una novela escrita con un tono y una estructura absolutamente contemporáneos, casi cinéfilos (no en vano el cine está muy presente como espacio de modernidad y libertad), y con los que la autora de buena muestra de su capacidad no solo para captar ambientes sino para dibujar personajes de una hondura extraordinaria. Por todo ello, esta historia de un grupo de mujeres que coinciden en un salón de té cercano a la Puerta del Sol bien podría ser el reverso de esa cursilada romántica titulada Las chicas del cable y hasta me atrevería a firmar que podría considerarse la parte de La colmena que su autor, varón patriarcal sin conciencia de clase, no supo ni quiso mirar.

A través del personaje de Matilde, la autora nos ofrece el retrato de una mujer que en esa época historia lucha por su emancipación, lo cual implicaba, lógicamente, tener la suficiente independencia económica y liberarse de las ataduras de una injusta sociedad de clases. Matilde es esa voz que con tanta frecuencia parece clamar en el desierto y que es capaz de poner en evidencia los lastres que impiden la autonomía femenina: “La obrera española, salvo contadas desviaciones plausibles hacia la emancipación y hacia la cultura, sigue deleitándose con los versos de Campoamor, cultivando la religión y soñando con lo que ella llama su <<carrera>>: el marido probable. Sus rebeliones, si alguna vez las siente, no pasan de momentáneos acaloramientos sin consecuencia. Su experiencia de la miseria no estimula su mentalidad a la reflexión”.

Las mujeres que nos retrata con empatía la autora están condicionadas por las normas y reglas que marca el patriarca: el padre, el marido, el jefe. “<<El ogro>> es el jefe supremo, el propietario. Es brusco, grosero, autoritario; adora la disciplina”. Luisa Carnés lo tiene claro y denuncia los abusos que se cometen “en las oficinas y en las fábricas y en los talleres y en los comercios, y en todas partes donde haya mujeres subordinadas a los hombres”. Y parece también evidente que para la autora de Tea Rooms la lucha contra esa subordinación no podrá desligarse de la que los obreros, la “casta de los oprimidos”, deberían protagonizar frente a un sistema que alimenta desigualdades. Vemos por tanto como para Carnés la esencial es la lucha por la emancipación del ser humano, incluidas las mujeres, las cuales deben empezar por liberarse de las ataduras de un “contrato sexual” que las convierte en esclavas. “Pero también hay mujeres que se independizan, que viven de su propio esfuerzo, sin necesidad de <<aguantar tíos>>». Es decir, por liberarse del “gobierno de los padres”: “En los países capitalistas, particularmente en España, existe un dilema, un dilema problemático de difícil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, o el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una o de otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador. ¿No viene a ser una misma cosa?”. La mirada de Carnés es políticamente tierna, literariamente política: “En el hogar hay demasiados hijos. Demasiados. El marido no puede ganar ni un céntimo más. La esposa <<tiene bastante con su esclavitud doméstica>>”.

Hay en la novela un permanente llamamiento a la solidaridad, al reconocimiento y garantía de derechos fundamentales como el de huelga y la rebelión contra el enemigo: “Habla el enemigo, a quien se odia y se teme, y de quien no se puede prescindir. Habla autoritario, soberbio. Seguro de ser obedecido. Seguro de la sumisión absoluta de <<su>> personal. Él es la gran llave del estómago de cada uno de aquellos débiles seres y cada chiquillo de cada mujer inherente a tales seres infortunados”. Incluso encontramos en ella la honda tradición del feminismo pacifista: “Esa es la gran tarea que nos atañe principalmente a las mujeres: acabar con la guerra”.

En Tea Rooms, que los británicos de la BBC habrían convertido en una impecable serie televisiva, o que sueño ver convertida en una bellísima película de la mano de una directora como Paula Ortiz, nos encontramos con las tensiones entre el orden dominante y el orden amoroso de la vida, con las emociones de quiénes están en la parte no privilegiada del contrato y, pese a la amargura, con un llamamiento a la acción. A la acción política y a la vindicación que sume las energías y los proyectos de “todas las innumerables Matildes del universo”. En este sentido, encontramos en la novela algún fragmento que enlaza a la perfección con llamamientos como el que hacía Olimpia de Gouges en su Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana de 1791. Así, cuando leemos palabras tan hermosas como las que siguen: “Ha pasado el tiempo en que se consideraban ridículas y hombrunas a las mujeres que se preocupaba de la vida social y política del mundo. Antes creíamos que la mujer solo servía para zurcir calcetines al marido y para rezar. Ahora sabemos que los lloros y los rezos no sirven para nada. Las lágrimas nos levantan dolor de cabeza y la religión nos embrutece, nos hace supersticiosos e ignorantes. Creíamos también que nuestra única misión en la vida era la caza del marido, y desde chicas no se nos preparaba para otra cosa; aunque no supiéramos leer, no importaba: con que supiéramos acicalarnos era bastante. Hoy sabemos que las mujeres valen más que para remendar ropa vieja, para la cama y para los golpes de pecho; la mujer vale tanto como el hombre para la vida y la política social. Lo sabemos porque muchas hermanas nuestras han sufrido persecución y destierros. Quiero decir con esto, ya que los hombres luchan por una emancipación que a todos nos alcanzará por igual justo es que les ayudemos; justo que nos labremos nuestro propio destino. Antes no había más que dos caminos para la mujer: el del matrimonio o el de la prostitución; ahora ante la mujer se abre un nuevo camino, más ancho, más noble: ese camino nuevo de que os hablo, dentro del hambre y del caos actuales, es la lucha consciente por la emancipación proletaria mundial”. No puede ser casualidad que 1848 fuera el año del Manifiesto comunista pero también de la Declaración de Séneca Falls.

Gocen pues de esta novela y, a través de ella, tiremos todas y todos del hilo de Luisa Carnés y, con ella, de todas esas mujeres intelectuales, creadoras, comprometidas, que todavía hoy son en gran medida invisibles. Recuperarlas y valorarlas ha de ser el primer paso para, desde la memoria, construir al fin una sociedad en la que las normas no vengan dictadas por la universalidad sustitutoria masculina. En la que las mujeres y el feminismo tengan al fin el pilar inquebrantable de su brillante genealogía.

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