
Irati Santos Uriarte
Repaso todos los artículos que he escrito y me doy cuenta de la cantidad de veces que repito que tal o cual mujer es una de las grandes olvidadas, que no lo es tanto por aquellas que estudian específicamente la creación femenina a lo largo de la historia y que es una auténtica invisible para el público no especializado. Y tengo que volver a hacerlo con la escritora que me ocupa en estas líneas: Arcangela Tarabotti.
Hablar en el siglo XVII de textos feministas me parece un atrevimiento y algo sin duda precipitado, sin embargo, veo en el caso de la obra Tiranía paterna, de Tarabotti un claro precedente, una base sólida sobre la que sustentar argumentación, luchas y teorías posteriores, y que sorprendentemente no ha sido apenas rescatada.
No voy a intentar buscar los motivos por los que esto ha sido así, pero sí me parece interesante hacer un par de apuntes sobre la biografía de esta escritora veneciana y analizar, aunque sea brevemente, una de sus obras más representativas, la ya mencionada Tiranía paterna.
Di con su figura mientras estudiaba sobre cómo el linaje y la transmisión del mismo afecta a las mujeres. Tarabotti fue monja, una bastante fuera de lo común, que se vio sometida a los caprichos del padre y las necesidades de la estrategia familiar. Sobre ello escribió, e intentó alzar su voz en una sociedad que no tenía mucho interés por escuchar cómo se veían afectadas las mujeres por los usos y costumbres, y por las normas dictadas siempre por hombres.
Arcangela no es el nombre que recibió en el momento de su nacimiento. Nació en 1604 como Elena Cassandra Tarabotti, la hija mayor de un matrimonio perteneciente a una de las familias más prominentes de la República de Venecia. Heredó de su padre una cojera que, a ojos de éste, la invalidaba para contraer un matrimonio ventajoso. Es por eso que a muy temprana edad, a los once años, la obligó a entrar en el convento de Santa Ana de Venecia. Allí pasó todos sus días restantes, en clausura y en contra de su voluntad. Fue cuando tomó los hábitos definitivamente cuando adoptó el nombre que la hizo reconocida.
Este hecho, que como ella misma escribió es una muestra cruel de “tiranía paterna” y que, según relata, fue bastante habitual en la Venecia de su época, nos habla de cómo la mujer no puede escapar de las redes de intereses familiares. Su padre decidió su destino a tan temprana edad porque una cojera iba a imposibilitar la negociación de un matrimonio ventajoso para la familia. Por tanto, la opción menos costosa era el convento. Pero, ¿por qué?
Trabajar, para una mujer noble del siglo XVII, estaba generalmente descartado, por lo tanto su manutención habría de correr a cargo de la familia. Y no sólo eso: el padre de Tarabotti, de quedarse ella soltera, muy probablemente hubiera tenido que repartir parte de la herencia con ella, significando esto una merma en el patrimonio que habría de heredar su hijo Lorenzo. De hecho, no iba muy desencaminado pues la hermana menor de Arcangela, Caterina, permaneció soltera y mantuvo un pleito con su hermano para reclamar la parte de la herencia familiar que consideraba que legítimamente le pertenecía.
Dotar a una hija para un matrimonio o para la vida monástica era infinitamente menos costoso. En principio y según la ley, dote y herencia deberían ser separadas. La dote se entregaría en el momento del matrimonio o del ingreso en el convento, y la herencia a la muerte de los progenitores. La realidad histórica nos indica que esto rara vez se daba y las familias unían dote y herencia en un mismo pago, disminuyendo así el dinero y propiedades otorgadas a las hijas.
Tarabotti padre consideró que, al no poder rentabilizar de ninguna forma el cuerpo de su hija, el convento de clausura era la opción menos costosa. Como en el caso del matrimonio de María de Guisa (del que ya hablé en este artículo: https://bit.ly/2RG2nZX ), es fácil ver cómo en el de Arcangela Tarabotti hay sometimiento de la mujer al linaje. En aquel caso venía dado por el establecimiento de redes clientelares entre casas reales europeas, aquí viene dado por el mantenimiento de la riqueza familiar. En común tienen ambos casos que el sujeto disponible (que se convierte en objeto) es una mujer que tiene que abandonar sus aspiraciones, cualesquiera que fueron, para acatar disposiciones que benefician a muchos pero no a ella. De hecho, la perjudican.
La Tiranía paterna
Sobre todo lo expuesto hasta ahora, Arcangela Tarabotti hace un agudo análisis en su obra más significativa, y que vengo mencionando a lo largo de todo el artículo. Lo primero que se hace necesario señalar es que Tiranía paterna no es el título con el que se publicó la obra en vida de la autora. Era demasiado provocador. Fue sustituido, sin duda por los editores y censores, por otro en el que la figura del padre, intocable desde tiempos inmemoriales, desaparece. En su lugar la obra se tituló La inocencia traicionada, en el que la atención se pone sobre la propia joven, y no sobre el padre y el sistema que juegan con ellas a su antojo, que es, en definitiva, la crítica que vierte Tarabotti en su escrito.
El comienzo, que es una dedicatoria sarcástica a la República de Venecia, es de por sí revelador y descubre las intenciones de la autora. La crítica que eleva Tarabotti va dirigida no solo al padre, pater familias, sino que apela directamente a esa República culpable de que se cometan las atrocidades contras las hijas y mujeres que se dispone a enumerar y analizar a lo largo de todo el texto. Dice así:
“ Esta Tiranía paterna es un “regalo” que conviene a una República que practica sistemáticamente el abuso de mujeres jóvenes al obligarlas, como en ningún otro país del mundo se hace, a tomar los hábitos”.
Habla después de “encerrar” a las mujeres con la esperanza de que los gobernantes venecianos alcancen la gloria eterna. Y todo esto en los tres primeros párrafos de la obra; una obra que está llena de pena y rencor hacia un sistema que las oprime y las usa a su antojo.
Por supuesto, esta introducción también fue censurada y sólo ha llegado hasta nosotras gracias a que se ha conservado el manuscrito. En las ediciones publicadas se pasó directamente a las más discretas dedicatorias a Dios y al lector, en donde se vierte una disculpa por ser mujer y atreverse a dirigirse por escrito al mundo. Esta fórmula, que sin duda ha de ser una estrategia comercial, es común en prácticamente todos los escritos de mujeres.
A falta de un análisis más profundo, hay dos conceptos que sobrevuelan constantemente el escrito y que son en los que me quiero detener. Por un lado, es la firme creencia de Tarabotti de que los padres (y el sistema) están condenando a las mujeres obligadas a entrar en clausura en contra de su voluntad. Esta condena es doble, pues no sólo hace referencia a la actuación en contra de su voluntad, sino que para la escritora tiene implicaciones religiosas en el “más allá”. Y me explico. Las familias, encarnadas en la figura del padre, están condenando a las muchachas al infierno pues, en una sociedad donde la religión y la vida eterna todo lo inundan, entrar en vida religiosa sin tener vocación para ello es ir contra Dios y todas sus enseñanzas. Mujeres como Arcangela Tarabotti son sometidas, además de a todas las cosas aquí expuestas, a una especie de tortura que ahora llamaríamos psicológica, hasta el día de su muerte, pues tal y como afirma la escritora, están convencidas de que no alcanzarán el Reino de los Cielos. Esos padres y esa República, tan preocupados por la religiosidad de los que están bajo su autoridad, no tienen ningún problema en destruir las oportunidades de sus hijas en este mundo y en el de después de la muerte.
Arcangela, según ella lo percibe, ya está condenada, pero hace un significativo intento con este escrito, para que otras muchas puedan escapar a ese destino. Este argumento, que para nosotras en el siglo XXI puede estar completamente vacío de contenido, tenía serias implicaciones en el siglo XVII, pues no sólo ponía en entredicho el sistema político y moral de la Venecia de su época, sino que atacaba directamente a la Iglesia Católica, pues la hacía cómplice de uno de los pecados más evidentes. Estas mujeres, que lo habían perdido todo, ¿qué salvación tenían? No podían agarrarse ni a la esperanza de una vida mejor tras la muerte.
Decía que hay dos conceptos. El segundo es el de la libertad, que es el que me interesa como base proto-feminista del argumentario de Tarabotti.
De todos los textos que he leído hasta el día en el que escribo esto, es el primero en el tiempo en el que me encuentro una defensa tan firme y moderna de la individualidad de la mujer como sujeto activo capaz de tomar decisiones propias y en la más absolutas de las libertades. Afirma que todo aquello que atente contra la conciencia de una ha de ser pecado.
Nunca nadie antes, ni mujer ni hombre, había hablado de forma tan clara sobre una realidad que ahora nos parece básica: a nadie más que a la mujer le compete tomar la decisión sobre cómo quiere vivir su vida. Nadie, ni siquiera un padre sobre el que recaía la salvaguarda de la familia, debiera tener el poder de determinar el destino de los miembros de la misma. Y llega tan lejos como para asegurar que hasta la soltería es una opción para quienes no quieren atarse a un hombre de por vida. Como decía al principio, a Tarabotti le resultaba cercano el caso, pues su hermana Catarina permaneció soltera y pleiteó por la herencia.
Dejo para otra ocasión reflexiones tan interesantes como la acusación de Tarabotti a los padres que actúan como proxenetas de sus hijas; o su invitación a que las leyes permitan que, igual que un marido puede matar a su esposa adultera, puedan hacer las mujeres lo mismo, en lo que sería un “si hay que jugar, juguemos todos”.
Letizia Panizza ha publicado una traducción al ingles de la obra Tiranía paterna, en la colección ‘The Other Voice in Early Modern Europe’