Talibanes, talibanes que ya existían. Que ya ejercían su poder sobre las mujeres invisibilizándolas y apedreándolas, nunca dejaron de hacerlo. Escondidas tras un tupido manto que las envuelve de pies a cabeza desde que nacen, sin derecho a hablar y apenas a respirar.
Sin embargo hay demasiados burkas y muchos tipos de talibanes en las diferentes sociedades que habitamos en el planeta, unas más visibles y otras más invisibles y puede ser que más aceptadas o integradas por diferentes motivos.
No tan lejos tenemos la mutilación genital femenina, tampoco las violaciones en manada, apedrear a mujeres en plazas no nos queda tan lejos y tampoco señalar con el dedo a una mujer divorciada. No digamos a una madre soltera a quien en nombre de un Dios justo se le arrancaba un hijo para entregarlo a una familia de bien no hace tanto. Sí, quizá todos debemos mover un poquito el cuerpo de nuestros cómodos sillones, es posible que no haya que lanzar la mirada tan lejos y acercarla más a nuestras culturas.
No nos quedan tan lejos esos tiempos donde lo más importante era llegar virgen y entera al matrimonio, vestida de blanco impoluto y procrear pronto, no vaya a ser que después de todo ni siquiera se valga para traer hijos al mundo y ya se sabe, como decían en la película Como agua para chocolate, “no es por vicio ni por fornicio, si no para dar un hijo a tu servicio”.
No hace tanto que el placer o el goce en el sexo a las mujeres no se nos estaba permitido, no hace tanto que llevar minifalda era algo mal visto. Hace nada que apalizara una esposa o violarla en el uso del vínculo matrimonial estaba dentro de lo lógico, de los quehaceres diarios y ya no digo el orgullo con el que había que exhibir semejantes cicatrices.
Va a ser que no sólo son talibanes los que aplican normas que invisibilizan y maltratan a las mujeres y a las niñas, va a ser que vamos a tener que repasar y revisar nuestras sociedades patriarcales basadas prácticamente todas ellas en signos religiosos de unas u otras creencias. Va a ser además, que los poderes del Estado y hablo del español se han nutrido durante demasiados años de unos rasgos y sesgos demasiados cercanos y proclives al catolicismo y que están atravesados por esa mirada masculinizada y machista donde, el poder del hombre está por encima de todas las cosas, amén.
No hace tanto, fue ayer, es hoy, cuando si una mujer se atreve a denunciar a su pareja porque la insulta, porque la maltrata, porque la viola o porque incluso sin ser su pareja lo hace, todo el peso de la carga religiojudicial caerá sobre ella cual tsunami bravío con la única intención de silenciar su voz y si no es posible, humillarla y castigarla hasta estigmatizarla como loca. Si fuese mujer madre se le arrancan los hijos, no hay mayor dolor ni peor castigo y si no lo fuese será porque lo merecía provocó a un inocente o inocentes y se lo buscó y éso, éso sólo lo hacen las locas o las indecentes.
El burka es nada menos y nada más que un elemento visible que remueve afortunadamente conciencias, pero las mujeres y las niñas llevamos demasiados burkas invisibles en nuestras diferentes culturas. Algunas nos atrevemos a despojarnos de ellos a diario y somos tratadas de locas, de enfermas, de nongratas y poco fiables, mucho más desterradas si somos capaces de leer, escribir o estudiar. En esas desterradas me hallo, pienso que estuve desde siempre, muy posiblemente porque el burka me ahogaba y puede ser también porque la libertad de pensamiento era demasiado poderosa como para abandonarla.
Por ellas, por las mujeres afganas y por tantas otras que de una u otra manera son despojadas de sus derechos y obligadas a vivir bajo diferentes tipos de burkas.
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