Hace algunos años, solo una minoría nos reivindicábamos feministas. Ahora, hasta los seres más primitivos, en un arrebato, pueden declararse “feministas” (del “feminismo de antes”, por supuesto): no se oponen a que votemos, estudiemos e incluso a que tengamos libertad sexual (bien entendida, o sea, la que nos obliga a acceder a los deseos masculinos so pena de ser calificadas de rancias y estrechas).
A les modernes les gusta tanto el feminismo que, con uno, no tienen bastante y por eso han inventado “los feminismos”. Aunque hay un feminismo que les da repelús y al que aborrecen pues lo juzgan miserable y excluyente: el que declara que su objetivo es luchar por los derechos de las mujeres.
En efecto, cuando el número de asistentes a las manifestaciones del 8 de Marzo se multiplicó exponencialmente, les modernes decidieron “agrandar” sus objetivos: ¿Día de lucha por los derechos de las mujeres? No, qué va, eso es ruin y mezquino, hay que tener amplitud de miras y convertirlo en día de todas las causas del mundo mundial: contra el fascismo, el imperialismo, la ley mordaza, la guerra, la monarquía, el paro… por la defensa de los animales y las plantas, de los pueblos indígenas, de las lenguas minoritarias, del veganismo, de la sanidad y la enseñanza públicas, de los transportes en común y, por supuesto, en primer primerísimo lugar, de los llamados “derechos” trans.
Y, hala, si cuela, cuela.
Una cuestión permanece inalterable: la culpabilidad de las mujeres.
A les modernes les gusta tanto el feminismo que, con uno, no tienen bastante y por eso han inventado “los feminismos”.
Antes, hace unos años, cuando alguien señalaba, por ejemplo, que las mujeres dedicaban al hogar y al cuidado de los demás tres veces más tiempo que los hombres, siempre, siempre, siempre alguna voz se alzaba culpando a las madres por haberlos educado mal. Los padres no eran culpables porque ellos no tenían por qué educar a los hijos… Tampoco era culpa de los medios de socialización en general o de comunicación en particular, ni de su propio egoísmo masculino (¿quién es tonto hasta el punto de no saber que si todos los días come es porque una mujer compra y cocina?).
Ahora continúan culpándonos. Los rancios siguen declarando, por ejemplo: “teneís la culpa por ir medio desnudas y provocando”.
Les modernes se han especializado en culpar a las feministas. Dicen que si los varones son misóginos es porque se siente incomprendidos y heridos en su delicada masculinidad. Cierto, según las encuestas, ellas continúan cocinando, cuidando a niños y ancianos, limpiando la casa, sometiéndose… pero lo hacen a regañadientes, con reproches, sin cariño ni dulzura, porque, contaminadas mental y sentimentalmente por el feminismo excluyente, ignoran los malestares de los hombres… O sea, no son inclusivas ni didácticas, no comprenden la fragilidad de la autoestima varonil.
Les modernes se han especializado en culpar a las feministas.
Ya Javier Marías nos lo dijo en 2016: los hombres no son feministas porque no les dejamos (https://tribunafeminista.elplural.com/2016/09/javier-marias-y-reverte-estan-deseando-que-les-dejemos-hacerse-feministas/) y lo apostilló Bebe que, además, reivindicó a las mujeres que saben «escuchar un… guapa… con una sonrisa y un rubor…» (¿veis? ese punto del rubor sí que es bonito).
Clara Serra da un paso más y nos culpa, además, de que los hombres voten a la extrema derecha (no es la única en proclamarlo, aunque a ella El País le ha dejado una página entera para explayarse). Nos acusa de estar “encalladas”, de ser unas “separatistas”, de olvidarnos de que “todas y todos estamos igualmente sujetos a las estructuras de dominación”.
Si Serra leyera y escuchara a las feministas, sabría que, cierto, nuestro objetivo es luchar por los derechos de las mujeres, pero que nuestras demandas también benefician a toda la humanidad. Igualmente sabría que valoramos las alianzas con los movimientos que buscan mejorar nuestro mundo y con colectivos marginados que reclaman igualdad.
Y no negamos que los hombres sufren paro y precariedad, pero ¿ignora Serra que las mujeres sufren mucho más de ambos? ¿Qué propone? ¿que una mujer, cuando acaba su trabajo y vuelve a casa, mientras hace la cena y se ocupa de los hijos, consuele al marido de tener él también un trabajo miserable (aunque puede que no tan duro como el de ella…)? ¿Acaso esa mujer no tiene aspiraciones frustradas, ni sueldo mezquino, ni lastimada su autoestima, ni deslomado su cuerpo?
Pero lo que definitivamente me asombra es que estas prédicas y reproches solo se las hagan al feminismo.
Estoy por ver (oír o leer) que tachen a los negros de excluyentes y separatistas por no preocuparse del malestar de los blancos, por ignorar que esas manadas de racistas y supremacistas son tan brutos porque tienen su autoestima muy baja debido a la pobreza, el paro y la precariedad. El movimiento antirracista debe comprenderlos, saber que los blancos también sufren (¿acaso que no es cierto?) e incorporar en sus luchas las reivindicaciones y los malestares de los blancos (por ejemplo, de los bajitos, feos, debiluchos, indigentes…).
Los ecologistas igual: ¿no ven que “todas y todos estamos igualmente sujetos las estructuras de contaminación”? ¿por qué discriminan a los contaminadores si ellos también viven en este planeta contaminado?
Y de los trabajadores ¿qué decir? ¿acaso todos los capitalistas son unos malvados? ¿no hay empresas en crisis y obligadas a cerrar? Los sindicatos olvidan algo que, sin embargo, ya estaba claro en tiempos de Franco: el separatismo sindical es nefasto.
Pero yo me pregunto ¿por qué Serra no escribe una página en El País explicándoles a los hombres que las mujeres no son las causantes de los males que aquejan a la sociedad en general y a ellos en particular? Explicándoles, incluso, que las mujeres sufren lo mismo que ellos, pero en dosis dobles (más paro, más pobreza, más precariedad) y, sufren otros “regalos añadidos”: violencia sexual, cargas domésticas, ninguneo, etc.
Y ya, en un arrebato de locura, Serra podría explicarles que el destino de las mujeres no es ser educadoras ni cuidadoras de los varones.
Podría hacer suyas, las palabras de Celia Amorós: “Las mujeres debemos cuidar, ante todo, nuestra autonomía. Como condición sine qua non para cuidar las de los otros y poder pedirles, en el diálogo, que cuiden las nuestras a su vez».