Uno de los rasgos que definen la «Mística de la feminidad» hoy en día es la «cultura de la maternidad total» que deriva, entre otras prácticas, en la «crianza con apego». Esta modalidad de crianza, también descrita como “natural”, parte del supuesto que es la criatura la que demanda y marca el ritmo de sus necesidades. Por ello la ideología de «la maternidad intensiva» impone obligaciones en ocasiones poco realistas: promueve el amamantamiento prolongado y a demanda, dormir con los hijos para que sientan a sus padres más cerca y un mayor contacto físico en brazos. La “crianza con apego” refuerza la exclusividad de los progenitores por lo que se desaconseja el uso de las guarderías…..Debido a todas sus vertientes y matices no debería asombrarnos que este tipo de crianza sea objeto de análisis en ámbitos feministas.
Por ejemplo, no incumbe al feminismo determinar si la leche materna es más o menos saludable, pero sí le concierne alertar de que, a día de hoy, la comunidad científica se apoya sustancialmente en los roles de género por lo que en la mayoría de estudios relativos a cuidados y crianza se suelen referir en exclusiva a la relación de la madre con la criatura. Tratan por ello a las mujeres sólo como madres ofreciendo consejos en torno a la maternidad, pero olvidándose de aconsejar en el autocuidado. No parece probado tampoco que la “crianza con apego” proporcione un desarrollo emocional futuro sano y seguro, no más que otras modalidades de crianza, por lo que no parece “saludable” alentar públicamente este modelo de crianza sobre cualquier otro. Como es sabido, la suma de muchas individualidades comportándose de igual modo termina por consolidar un modelo o patrón de conducta que, convenientemente aderezado con un entorno de precariedad laboral, por ejemplo, y políticas que no promuevan la corresponsabilidad social en los cuidados, tenga como objetivo el regreso de las mujeres al territorio de la domesticidad. Por otra parte es cuanto menos cuestionable que esta modalidad de crianza sea caracterizada con nombres como “apego” o “natural”, ya que implícitamente sugiere que modalidades de crianza distintas sean consideradas “antinaturales” o “desapegadas”, lo que puede contribuir a desarrollar sentimientos de culpa en algunos progenitores.
Corresponde también al feminismo luchar para garantizar medidas de conciliación y corresponsabilidad que involucren a ambos progenitores, por lo que la “crianza con apego” podría hallarse en las antípodas de tal pretensión ya que, por ejemplo, el pecho a demanda, sin horarios ni tiempo prefijado de duración, refuerza el papel relevante de la madre, pero convierte en figura casi ausente al padre. De hecho existen grupos “lactivistas” que seriamente plantean a la administración que no se otorguen bajas de paternidad para los padres y que tampoco se convierta en prioridad el lograr un buen sistema de guarderías públicas. Abogan, por el contrario, por bajas retribuidas de al menos dos años para la madre. Así es que esta especie de “fundamentalismo lactante” termina por reforzar los estereotipos de género.
Creo, pues, que es absoluta competencia del feminismo abordar el debate de la maternidad para evitar que acabe por imponerse una “mística de la maternidad” que nos devuelva, de nuevo, a las mujeres a la casilla de salida.