Cuando vamos al cine, o cuando escogemos libros para leer, nos solemos basar en nuestras preferencias, esos criterios propios que orientan nuestras elecciones. Una de las cosas que generalmente buscamos -consciente o inconscientemente- es identificarnos con quienes protagonizan los relatos. Esto hace que nos sintamos parte de la historia, nos hace sentir bien, vivas.
En materia de cine, yo tengo habitualmente claras mis preferencias: cine hispanoparlante, dramas, películas de acción y thrillers y también las óperas primas… pero, sobre todo, más que nada, busco que las películas no estén protagonizadas exclusivamente por hombres.
Ya ves, me aburren.
Pero lo tengo difícil: la mayor parte de las películas a las que tenemos acceso en nuestros cines están protagonizadas por hombres. La mayor parte del relato oral está protagonizado por hombres. Los hombres encarnan lo absoluto de la experiencia humana y en ellos tienden a concentrar la inmensa mayoría de las historias contadas.
Los hombres encarnan lo absoluto de la experiencia humana y en ellos tienden a concentrar la inmensa mayoría de las historias contadas.
Yo sé que hay sentimientos humanos que son transversales a todas las personas. Obvio.
Sé que podemos reflexionar sobre problemáticas y deseos comunes a mujeres y hombres partiendo de un nexo inmutable que nos identifica como seres humanos. Cientos de películas han tratado de aprehender esta ‘humanidad’ del sentir de las personas, y algunas han logrado conmovernos profundamente. Sin embargo, estoy segura de que la experiencia vital no es neutral y, por ello, no podemos asumir como universal lo que le sucede a un determinado tipo de sujeto.
Dice Meryl Streep que lo más difícil para ella como profesional es conseguir que la audiencia masculina sienta como propio lo que ella transmite como actriz [mujer]. En su opinión, es realmente difícil para la audiencia masculina «ponerse en los zapatos» de una protagonista femenina: It’s very hard for them to put themselves into the shoes of a female protagonist (Women in the World, 2015).
Claro que es difícil.
Desde que se produce la asignación de género a partir de la diferencia sexual, la construcción social de nuestro aparato psíquico se fundamenta en todo tipo de reacciones emocionales, palabras, contenidos diversos y actos diferenciados según hayamos sido identificadxs por pertenecer a un sexo/género u otro (San Miguel: 2015). Y tendemos a identificarnos con quienes encontramos vínculos de semejanza: la primera identificación intersubjetiva que hacemos con las demás personas suele depender de que compartamos nuestro sexo/género.
Por ello, subrayo que, en mi opinión, es la experiencia vital diferencial de mujeres y de hombres la que dificulta que nos identifiquemos con personajes que asumen un sexo/género distinto al nuestro. Lo que ocurre es que en el caso de las mujeres hemos tenido que aprender a hacerlo casi a la fuerza: ante la falta de referentes femeninos no nos ha quedado otra opción que identificarnos con los masculinos. Por eso la gran actriz Meryl Streep dice que se identifica más con Peter Pan que con Campanilla (no digamos ya Wendy). Y es que, puntualiza, desde que éramos pequeñas, todo lo que hemos leído, todas las historias, eran realmente sobre chicos.
Ante la falta de referentes femeninos no nos ha quedado otra opción que identificarnos con los masculinos.
Y en estas seguimos.
Un reciente estudio basado en el análisis de diálogos cinematográficos revela que la palabra masculina protagoniza la inmensa mayoría de las películas analizadas.
Teniendo en cuenta que, según el estudio, solamente el 22% de las películas está protagonizado por mujeres, ¿podríamos deducir que la falta de referentes femeninos en las películas nos ha empujado a las espectadoras a desarrollar una capacidad empática ‘superdotada’ que nos permite extraer sólo a nosotras una lectura universal de los hechos protagonizados por los personajes masculinos?
¿O quizá sea que estamos tan acostumbradas a no aparecer, a no hablar, a no protagonizar, que hemos desarrollado una capacidad de adaptación tan fina que asimilamos como propios los relatos y experiencias masculinas y, en esa asimilación, las convertimos en universales?
No sé. Pero mal.
Sí, mal.
Mal porque a costa de universalizar las experiencias masculinas hemos olvidado hacer visibles las nuestras.
Mal porque a costa de universalizar las experiencias masculinas hemos olvidado hacer visibles las nuestras.
Mal porque al asumir con tanta naturalidad el relato narrado con voz masculina hemos abandonado la tarea de construir nuestros propios relatos.
Y mal porque estamos reforzando la idea de que la universalidad de las vivencias humanas pueden ser protagonizadas por hombres pero no por mujeres.
Así que, sin duda, necesitamos ir más al cine pero que ese cine esté protagonizado por más y diversas mujeres. Necesitamos menos hombres protagonistas y más mujeres en primer plano que relaten y cuenten historias propias y también con con vocación de universalidad.
Necesitamos destapar la falacia de la neutralidad androcéntrica.
Y, sobre todo, una audiencia que lo demande.