En estos últimos años las denuncias sobre casos de acoso, abuso y violaciones sexuales tienen un impacto político nunca antes visto. Muchos de los casos más renombrados fueron silenciados durante décadas puesto que las víctimas se leían así mismas con categorías re-victimizantes y desde la lógica de una feroz crítica machista ya que era, ciertamente, un espíritu de época. Y es que muchos de estos casos se dieron en lo que se conoce como la zona gris del consentimiento sexual, ese espacio físico y emocional en el cual hay sexo no consentido, muchas veces ligado a situaciones que vinculan a la víctima -injustamente- con la responsabilidad de los hechos. La zona gris del consentimiento sexual es una forma de violencia que hasta hace no mucho fue socialmente aceptada. La legitimidad que aún tiene el sexo no consentido en la zona gris, es una clara expresión de esa impunidad sexual que ostenta el patriarcado.
La zona gris y el consentimiento dialogan -tanto para complementarse, como para problematizar- con la hipótesis de Rita Segato sobre la lógica de la violación sexual como práctica social que busca plasmar las demandas que la sociedad machista ejerce contra el hombre. Según la autora, los hombres que violan no lo hacen en búsqueda de satisfacer su deseo sexual. Lo que quieren es ejercer ese rol de poder que la sociedad espera de ellos, haciendo valer su fuerza física como simbólica en el cuerpo de las mujeres a las que agreden. Violar a mujer es un modo de ejercer control sobre el cuerpo de éstas. Algo que se deja ver, por ejemplo, cuando se han utilizado violaciones masivas como estrategia de guerra, y/o violaciones correctivas para mujeres que desobedecen el orden patriarcal en cuestión. En ese sentido, siendo que el machismo exige de los hombres ese despliegue de fuerzas violentas y criminales se advierte que estos son también víctimas del patriarcado.
La autora explica las violaciones como el mecanismo que utilizan algunos hombres para adecuarse a las exigencias del mandato de masculinidad hegemónica. Ejercer control sobre otros cuerpos se traduce en virilidad y poder, más la noción de placer queda por fuera. Sobre este punto debatíamos con mi colega Antropóloga y Feminista Angélica Motta: acerca del vínculo estrecho que existe entre la cultura erótica y la cultura de la violación. Si bien la teoría de Segato ayuda a entender parte de la cultura de la violación, no arroja luz acerca de la negociación que existe entre hombres y mujeres sobre el consentimiento sexual. Esto es, los reiterados casos de denuncias que vienen desde la narrativa o discursiva gris, ¿acaso no dicen algo sobre la cultura erótica que tenemos? El erotismo occidental está atravesado y construido a imagen y semejanza por la cultura de la violación. Y a pesar de que nos cueste admitirlo, sabemos que el deseo, fantasías y múltiples prácticas sexuales giran en torno a lo perverso de la violación, la pornografía, la pedofilia, el incesto o directamente a emular cada una de estas.
El consentimiento sexual en muchas mujeres de la sociedad occidental parece manifestarse desde la zona gris. Somos educadas para expresar nuestra sexualidad de manera cautelosa, sutil y discreta. El deseo de muchas se moldea y regula por mandatos sociales que exigen adoptar comportamientos de pudor y vergüenza, apelando a la “decencia de una señorita recatada”. El trasfondo del mensaje no se oculta ya que la sanción social no se hace esperar. Y aquella que desafíe dicho precepto se gana los adjetivos, estigmas y rumores más clásicos que conocemos, tan así que no tenemos siquiera necesidad de reproducirlos aquí.
A su vez, es desde esta misma zona gris que se articula el erotismo y arte de la seducción más frecuente en tanto práctica social incluso antes de la modernidad. El juego de la conquista propone litúrgicamente un ritual binario que se repite al infinito. Los roles de género ponen en acción estereotipos o guiones que someten y privilegian el placer sexual masculino. De esta manera, el mandato patriarcal establece con claridad un hombre activo que asertivamente comunica sus intenciones sexuales, mientras del otro lado las mujeres somos llamadas a ser ambivalentes e imprecisas, jugar a las ambigüedades y evitar ser lo suficientemente claras sobre las intenciones del deseo sexual propio. Un “sí” de mujer se sanciona, pero un “no” provoca la reiterada insistencia masculina y así vamos cultivando y reproduciendo inter-generacionalmente mensajes que alimentan el erotismo entorno a la cultura de la violación.
De esta manera, el mandato patriarcal establece con claridad un hombre activo que asertivamente comunica sus intenciones sexuales, mientras del otro lado las mujeres somos llamadas a ser ambivalentes e imprecisas, jugar a las ambigüedades y evitar ser lo suficientemente claras sobre las intenciones del deseo sexual propio.
Esto es lo que ilustra la escritora peruana Gabriela Weiner en su artículo “El sexo de las supervivientes”: “Le oí decir a la feminista peruana Angélica Motta, que suele darle vueltas al tema de la educación sexual en los niños, que hay que erotizar el consentimiento desde muy temprano. Sí, porque si las mujeres sufren tantas violaciones es porque los hombres lo que tienen erotizado –por su escasa educación sexual, por su consumo precoz de porno de mierda, por el patriarcado que los atraviesa, etc.– es el forzar y violentar mujeres; así como muchas mujeres tienen erotizados la obediencia, la pasividad y el sometimiento, porque desde niñas las obligan a darle un beso al tío y luego el tío las toca y ellas callan”.
El mensaje del patriarcado es claro: las mujeres dueñas de su deseo, lisa y llanamente, des-erotizan la conquista.
El erotismo de la conquista se encuentra en desafiar los límites que la sociedad ejerce sobre el deseo de las mujeres. Y así pues la galantería insiste con que las mujeres se dejen llevar, pero luego de haber dicho suficientes veces que no, o hasta obtener un sí. Así es como la conquista del deseo de las mujeres erotiza el no, mientras que sanciona el consentimiento. El mensaje del patriarcado es claro: las mujeres dueñas de su deseo, lisa y llanamente, des-erotizan la conquista. Ya que para la cultura de la violación, el consentimiento es algo que se gana ¿Hasta la fuerza? O desde la ambigüedad que aparentaba hasta hace no mucho la zona gris.
Des-erotizar la cultura de la violación no es tarea sencilla, son siglos de sexualización violenta, machista y falocéntrica ¿Qué múltiples desafíos implica deconstruir el erotismo de la cultura de violación en los cuerpos y prácticas sexuales? La deconstrucción de la sexualidad patriarcal no puede tratarse como algo programático, porque sencillamente no se puede re-erotizar el consentimiento como si se tratase de una política de estado. El desafío está en poder deconstruir de manera sostenida identidades y guiones sexuales que potencien la sensualidad de la correspondencia, el respeto y sobre todo el consentimiento. Mensajes como estos tienen que darse desde la educación sexual integral en las escuelas, como así también en la crianza, y la cultura popular en general.
En el artículo: “Sexo y empatía. Las bases éticas del follar”, la autora Beatriz Gimeno introduce el concepto de empatía durante el sexo u otra relación. Esto quiere decir: preocuparse por el otro o la otra, por su bienestar, y tener la capacidad para ponerse en su lugar. Esto es lo que los feminismos le exigen a los hombres hoy en día: resignificar la frontera del consentimiento porque hasta la fecha la zona gris aguanta todo, hasta una violación en Manada. . .
Pero de igual forma, en el corto y mediano plazo se trata también de asumirnos como sujetas del deseo, activas y participativas. Comunicar sin pudor ni auto-censura los múltiples deseos y fantasías sexuales que tenemos es sin dudas otra tarea pendiente tanto en el cuerpo, como en las agendas de política feminista. Porque es hora de erotizar y “conquistar” nuestro deseo, compañeras, y por ende nuestra satisfacción y goce; y es que llegó la hora de asumir la propia asertividad sexual. Porque la apropiación del deseo sexual también es política para la liberación y autodeterminación del cuerpo, Mujer!