Yo tenía 16 años, pudieran ser 15 o 17, no me acuerdo, ese dato es impreciso, y no me pasó nada, nada que no haya recordado toda la vida.
Era un domingo de verano y ya, cerca del anochecer, yo regresaba a mi casa, en un pueblo costero, como hacía casi todos los días, tras pasar la tarde con una amiga del colegio. Veraneábamos a bastante distancia una de otra, unos tres cuartos de hora andando (¡como andábamos entonces!) y yo hacía la última parte del trayecto sola (una media hora) por una carretera rural muy poco frecuentada, que atravesaba prados y algunos bosquetes de pino.
Durante el primer tramo (apenas 5 minutos) algunas casas linderas y la presencia de un pequeño hotel hacían que pudiera ir acompañada, recordando los consejos de mi madre “tu vete siempre con gente, no vengas sola” pero luego…siempre aceleraba el paso para ganarle tiempo a la oscuridad y subía aquella cuesta jalonada por plátanos que terminaba en la iglesia del pueblo prácticamente a oscuras, con el corazón en la boca.
Y así casi a diario, durante un par de años. Una vez se me acercó un coche, no recuerdo la marca, solo el color, café con leche, y al hombre moreno, de aspecto insignificante que me instaba a subir y me empujaba hacia la cuneta, comiéndome el espacio.
Yo hacía como que no oía, hasta que la chapa metálica del vehículo se pegaba a mis piernas desnudas sin posibilidad ya de apartarme. Recuerdo que me paré, me puse digna, le dije que recordaba la matrícula (en aquel momento era cierto, luego lo olvidé) y que le iba a denunciar.
Debía ser un novato, o alguien no muy hecho a este tipo de comportamiento porque, eventualmente, desapareció. Yo continué mi camino al límite de mi capacidad física para correr, temiendo encontrármelo de nuevo, especialmente en aquella cuesta, tan larga, tan oscura…Cuando llegué a la iglesia y a la luz yo era solamente un latido desbocado y un sudor frío incontrolable y la necesidad de estar en el sofá de mi casa, tranquila.
Me quedé un rato parada para recobrar la compostura y continuar mi camino, llegar, y no decir nada.
Laura: a tí si te pasó
- Advertisement -
- Publicidad -
Fuiste valiente. Bravo! Y qué horror no poder decir nada, porque parece que los familiares solo esperan la ocasión de recortar la libertad de movimiento de sus hijas. Mi madre me crio con nada mas que terrorismo psicologico, pero no es la unica.