Sile, nole, solíamos repetir de pequeñas en el patio del colegio cuando intercambiamos cromos, algunas, y hojitas de olores, otras.
Esto es lo que hemos sido las mujeres en política a lo largo de muchos años y, en gran medida, seguimos siéndolo. Cromos intercambiables. Puestos prescindibles, movibles y, casi siempre, sustituibles en una lista (cremallera a veces y paritaria otras). ¿Cuántas veces no hemos oído decir “necesitamos una mujer para rellenar esta lista electoral”?
Así finaliza el trepidante tercer episodio de la nueva serie de Hulu “Mrs. America”, cuando Shirley Chisholm, la primera mujer y persona afroamericana en buscar la candidatura presidencial por uno de los grandes partidos de Estados Unidos (el demócrata en este caso) le dice a Gloria Steinem “no confundáis lo simbólico con un poder político real, el poder no hace concesiones, si no exigimos una igualdad real siempre estaremos suplicándole a los hombres que nos den las migajas del pastel, intercambiando mujeres por promesas vacías”.
Esta escena, sobrecogedora, sucede al finalizar el periodo de primarias demócratas, cuando el candidato George McGovern, pide el voto de las feministas a cambio de incluir el derecho al aborto en su programa. Finalmente, a última hora, en la convención demócrata de Miami, “el aparato”- los que tienen los teléfonos, como decía Chisholm- liderado por hombres, consigue que el aborto no se incluya en el programa electoral. Tocaba moverse al centro para intentar ganarle a Nixon al año siguiente. Aunque en 1972 Nixon volvió a ganar.
Por lo tanto, ni el partido demócrata consiguió su objetivo, ni mucho menos las feministas del Movimiento de Liberación de las Mujeres de EEUU, que siguieron peleando como activistas a pie de calle y en los medios de comunicación por derechos imprescindibles como el aborto o la ratificación de la Enmienda de Igualdad de Derechos, tumbada en muchos estados precisamente gracias a la labor de “grassroots” de otro colectivo de mujeres conservadoras, liderados por Phyllis Schlafly, magistralmente interpretada por Cate Blanchet.
ni el partido demócrata consiguió su objetivo, ni mucho menos las feministas del Movimiento de Liberación de las Mujeres de EEUU, que siguieron peleando como activistas a pie de calle y en los medios de comunicación por derechos imprescindibles como el aborto o la ratificación de la Enmienda de Igualdad de Derechos,
Esa escena que he descrito y la serie en su totalidad me ha hecho reflexionar acerca de las diferencias entre aquella etapa y la nuestra. Han sido las feministas, con 20 años de retraso en comparación con EEUU, las que han pelado las cuotas de mujeres en las listas electorales y, por lo tanto, en la representación política. Una democracia sin mujeres es una democracia huérfana. Y hoy, gracias a ese inicial 25% de cuota pelado en los años 90 en los congresos del PSOE e IU, las mujeres en política estamos en primera línea, aunque no siempre pisándola. Nuestro papel dentro de los partidos políticos sigue siendo secundario en muchos ámbitos: el más icónico, en el liderazgo.
En las últimas elecciones ninguno de los grandes partidos estaba liderado por una mujer. Y muchas veces aún tenemos que seguir pidiendo actos paritarios y seguir peleando para que nuestra agenda, la feminista, no se diluya con otras agendas sobrevenidas que nada tienen que ver con los derechos de las mujeres. Las mujeres seguimos molestando en muchos niveles del activismo político y social.
Y esto precisamente es lo que narra la nueva serie de Hulu, que en España se emite a través de HBO, “Mrs. America”, basada en los primeros años 70 en la lucha feminista en Estados Unidos. Se trata de una serie que rescata nuestra memoria colectiva más reciente, los años de la segunda ola, de “La mística de la feminidad”, del feminismo radical, de la autoconciencia feminista, de la organización de comunidades de activistas, del Movimiento de Liberación de las Mujeres. En definitiva, una etapa trepidante en la conquista de los derechos civiles y de las mujeres por la igualdad.
Se repiten los conflictos, las dudas de estrategia, la esperanza de que esta vez sí, van a cumplir sus promesas y al final siempre ellos, los hombres, liderando el espacio público. Mientras nosotras intentamos consolidarnos como imprescindibles números 2, ellos siguen siendo los números 1. El feminismo cuando se queda solamente en lo simbólico o en la pancarta no transforma la vida de las mujeres. Para transformar la vida de las mujeres hay que estar en política, liderando. Quedan muchos espacios por conquistar. Porque ni las mujeres ni nuestras demandas son intercambiables. Esta serie nos ayuda a tomar conciencia del legado recibido y del futuro que está por llegar pero que, como en 1972, año en el que está ambientada la serie, nunca llega o tarda demasiado en hacerlo.
Os recomiendo la serie por la historia que narra, por los paralelismos con la actualidad y por la excepcional interpretación de su reparto, con Cate Blanchet, Rose Byrne, Sarah Paulson, Margo Martindale (la inolvidable Tía Lidia en el Cuento de la Criada) y Uzo Aduba como la primera mujer afroamericana en llegar al Congreso de los EEUU.
Además, tiene una banda sonora de ensueño, puro sonido Motown que te transporta, más si cabe, a esos intensos años 70. Totalmente recomendable.