Lo que revela y lo que oculta el reto viral de la brocha (brush challenge)

Esther Santiago García
Esther Santiago García
Educadora social con máster en Estudios de Mujeres, Género y Ciudadanía
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¿Cuántas veces te has dado cuenta, mientras te maquillabas frente al espejo, de que, muy en el fondo de ti, una sensación de irritación estaba palpitando latente?

¿Cuántas veces, al salir de una tienda de cosméticos has intentado acallar esa vocecita que protesta por a ver gastado medio sueldo en tres botitos? Tal vez te digas a ti misma: “son básicos, al fin y al cabo, es lo que me gusta y me lo merezco.

Tal vez la desesperación haya estallado en tus tripas cuando, en medio de un look, desaparece una sombre de ojos en algún neceser y te ves, de pronto, en medio de un reguero de botecitos y brochas (que, por cierto, hay que limpiar otra vez, que esto es una guarrada), revisando por tercera vez para encontrar que lo tenías delante.

En cualquier caso, lo que es seguro es que habrás colapsado más de una vez cuando tu novio no entiende por qué has tardado tanto en “arreglarte” y te asegura, muy sobrado, que él no habría tardado ni la mitad.

Puedo asegurar y aseguro que todas estas situaciones y sentimientos los han experimentado muchas mujeres y muchas veces, Aún más, incluso a las que sostienen que no les ha pasado nunca, que a ellas les gusta el maquillaje, les ha pasado. ¿Que por qué estoy tan segura? Porque solo así se entiende la gran popularidad que ha alcanzado el brushchallenge, ya que elimina de manera ficticia logra resolver todas esas angustias comunes a las mujeres que se maquillan.

 

 

 

 

¿Qué es el brushchallenge y qué oculta?

El brushchallenge, o reto de la brocha en español, consiste en que una mujer grabe un vídeo en el que aparece ella sin peinar ni maquillar, en su casa, muy cómodamente recostada en el sillón, sentada en una silla, o de pie en actitud pasiva. Luego a esa mujer se le “aparece” una brocha de maquillaje que, como veremos, es mágica, ya que se la pasa por la cara y el lente de la cámara et voilà: aparece de pronto con un outfit muy elegante y sexy, joyas, un peinado elaborado y un maquillaje aún más elaborado. ¡Magia!

Normalmente, estos vídeos los suben a las redes grupos de amigas que, tras terminar con la brocha, la dejan caer o la “pasan” a un lado, de tal manera que da la impresión de que la comparten entre amigas y una le pasa el relevo a la siguiente. El ciclo se reinicia con cada mujer que recibe la brocha de la anterior.

Esto es una presentación superficial del reto que no nos permite llegar a desentrañar lo que oculta. Para eso debemos afinar la vista y observar expresiones, reacciones, posturas corporales, etc.

En este análisis más meticuloso vemos, para empezar, que casi siempre al inicio del vídeo, cuando la mujer está vestida con ropa cómoda y sin maquillaje mira a la cámara con inseguridad y hasta rechazo. Llegan a negar con la cabeza o con el dedo como muestra de su desaprobación hacia su aspecto actual.

Me parece curioso que la desaprobación hacia el propio aspecto suele aparecer coincidiendo con la llegada de la brocha, como su fuera un recordatorio de las normas de género que estipulan cómo debe ser la mujer perfecta, y de cómo están siendo transgredidas en ese momento. Realmente, sin el refuerzo de ese modelo ideal (representado simbólicamente en el vídeo por la brocha) ninguna mujer rechazaría su imagen natural.

Para continuar, una vez que las mujeres del vídeo se pasan la brocha por el rostro (algunas también por el pelo y la ropa) y aparecen con un outfit, peinado y maquillaje elaborados cambian completamente su expresión facial: nada de inseguridad ni de rechazo, miran de frente, con expresión de orgullo y satisfacción (como el rey, aunque en este caso como reinas).

¿Por qué ese cambio de actitud tan radical? ¿La brocha mágica también maquilla el estado de ánimo depre y el autorechazo? ¿O es más bien que este reto muestra lo que muchas niegan? A saber, que la presión social sobre el aspecto de las mujeres es interiorizada por estas, aplicándose a sí mismas un castigo (rechazo) cuando no dan la talla u un refuerzo (aprobación) cuando juzgan que sí lo hacen. Nos decantamos más por la última opción.

Y es que, como escribe Almudena Hernando en los planteamientos generales de su libro, La fantasía de la individualidad: «Hay toda una parte de nuestro comportamiento que no es reconocida por nuestro discurso consciente y explícito, porque no es valorada socialmente, o porque representa partes de nosotros mismos que preferimos no tener presentes».

La consecuencia es que esa parte puede ser negada, en el sentido de que puede no ser vista, se ignorada por la propia persona que, sin embargo, está poniéndola en práctica delante de nuestros ojos. Debe entenderse que estas personas no están mintiendo, sino que ellas mismas no reconocen ante sí mismas lo que hacen.

Por eso, la autora prefiere la arqueología a la historia, porque va derecha a las pruebas materiales de lo que la gente ha hecho, se contara a sí misma y a los demás lo que contara.

Aplicando esto al tema que nos ocupa, la brocha en este reto funciona, irónicamente, como una de esas brochitas que utilizan las arqueólogas para desenterrar restos fósiles, evidencias materiales de que las mujeres tenemos muy interiorizado el rechazo hacia nuestros cuerpos (y nuestros cuerpos somos nosotras, como diría Amelia Valcárcel).

Haciendo inventario de las evidencias materiales que encontramos en los vídeos del reto, incluimos gestos de desagrado cuando no se está maquillada y peinada como: pulgar hacia abajo, negación con dedo y cabeza, pose insegura, con brazos cruzados, etc. Por otro lado, también encontramos gestos de aprobación cuando se considera que la distancia entre el modelo patriarcal de belleza y la propia imagen se ha reducido. Entre ellos contamos: sonrisas, guiños, caídas de ojos, atusarse el cabello coquetamente, gestos de aprobación con el pulgar hacia arriba, asentimientos con la cabeza…

La brocha también revela que, sin la colaboración y el refuerzo entre mujeres de la propia dominación, esta no sería posible. El opresor tiene cómplices entre las oprimidas, cómplices que ni siquiera son conscientes de serlo. Hace falta que una mujer pase la brocha a otra para que esta se haga consciente de lo inaceptable de su imagen en ese momento y la utilice para intentar remediar la situación. Todas se acompañan en el vídeo y viven momentos de complicidad contra su aspecto al natural y de aprobación por su aspecto maquillado. Refuerzos y castigos se viven en grupo, y cada una pasa el testigo de su opresión (la brocha) a la siguiente, para que la acompañe y la legitime en el proceso.

Bien visto, la metáfora de compartir la brocha como compartir opresiones nos da la clave para destruir el patriarcado, así a lo tonto: dejar de pasar la brocha y empezar a pasar herramientas feministas que nos sirvan para liberarnos.

Ya hemos visto lo que revela la brocha, pero… ¿qué es lo que oculta? Oculta el aumento de la hiperexigencia sobre el aspecto de las mujeres, impulsado por la industria cosmética, siempre ávida de ventas.

Recuerdo acompañar a mi abuela los domingos por la mañana, cuando se preparaba para ir a misa. Como mucho tardaba diez minutos, y exagero. Solo tenía que humedecer su peine en colonia y cepillarse el pelo, colocar dos horquillas estratégicamente, pasar un polvo translúcido sobre su rostro y aplicar un poco de pintalabios rojo. Hoy día es imposible que “arreglarse” suponga tan poco tiempo y tan poco dinero, ya que se nos ha bombardeado con imágenes de mujeres con maquillajes cada vez más elaborados y con generosos retoques de Photoshop.

oculta la enorme inversión de dinero, tiempo y salud mental que hacen las mujeres para resultarse y resultar atractivas y, por tanto, aceptables y válidas.

Y eso es, principalmente, lo que oculta el brushchallenge: la ingente cantidad de tiempo y dinero que gasta una mujer a lo largo de su vida para aproximarse a lo que la industria le exige para ser aceptable. No es tan sencillo como dar un toque con una brocha, no. Se dedica muchísimo tiempo para llegar a tener esa imagen.

Primero en aprender cómo maquillarse, lo que se puede hacer a través de cursos pagados, tutoriales de YouTube o, incluso, dedicándose profesionalmente al mundo de la estética (profesión feminizada donde las haya).

Luego, hay que dedicar tiempo y dinero para hacerse con un kit de maquillaje. Hay que contrastar diferentes opiniones sobre diferentes marcas, comparar, ir a comprarlos y, todo un reto: pagarlos, porque no son precisamente baratos. De hecho, las mujeres padecemos lo que se conoce como “tasa rosa”, ya que los productos específicos para nosotras son más caros, tanto desodorantes como champús, pastas de dientes… solo presentándolos en su versión de color rosa y dirigiendo su campaña de marketing hacia las mujeres ya se permiten encarecerlos. El maquillaje no iba a ser menos.

Pero aún cuando ya hayas recorrido todo ese camino, aún te quedará apartar horas de tu día a día para aplicar todos los potingues, plancharte o rizarte el pelo, elegir outfits que combinen y estén a la moda… Varios vídeos y memes muestran todo el tiempo que tardan las mujeres en “arreglarse” en comparación con los hombres en clave de humor, y siempre visibilizándolo como una diferencia innata, porque, ya se sabe que nosotras somos más complicadas para todo.

Todo esto, no obstante, no viene en un pack con nuestro sexo, sino que es fruto de un proceso educativo. Y desde luego que no es inocuo: es una inversión que se deja de hacer en muchas otras áreas: cultivar relaciones, formarse, luchar colectivamente contra las opresiones de sexo, origen, clase, especie… o, sencillamente, tirarse en el sillón a hacer NADA, eso que tan mal se ha visto siempre en nosotras y con tanta comprensión en ellos.

no viene en un pack con nuestro sexo, sino que es fruto de un proceso educativo.

Este reto también oculta a las víctimas que sufren los efectos más graves del machaque de la industria de la cosmética aliada con el patriarcado: las anoréxicas, las bulímicas, aquellas que llegan a padecer trastorno de dismorfia corporal, definido por científicas/os como un nivel de preocupación anormal por algún supuesto defecto en el cuerpo. Como denuncia Varela en Feminismo para principiantes (2013), haciéndose eco de las palabras de Germaine Greer, a las mujeres se nos induce ese trastorno a través de la hiperexigencia sobre cada aspecto de nuestro cuerpo (vello corporal, celulitis, y, desde hace algún tiempo, hasta operaciones sobre los labios mayores o blanqueamiento de ano y axilas, entre otros disparates).

En conclusión, el brushchallenge, irónicamente, visibiliza cómo las mujeres hemos interiorizado el rechazo social a nuestros cuerpos (nuestra persona), en pos de un ideal patriarcal. Pero también oculta la enorme inversión de dinero, tiempo y salud mental que hacen las mujeres para resultarse y resultar atractivas y, por tanto, aceptables y válidas.

Desde aquí propongo para todas las feministas que hagamos nuestro propio brushchallenge pero a la inversa: de estar maquilladas, paremos a estar en pijama en nuestros sofás leyendo algún buen libro feminista. Vamos a dejar de pasarnos la brocha y vamos a pasarnos poder y libertad.

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