Las mujeres consiguieron el acceso a la educación, negada durante siglos injustamente por los hombres que estaban en el poder, y consiguieron no sólo ser visibles, sino crear nuevas voces, nuevos puntos de vista del mundo que actualmente sólo contaba con un tipo de mirada y lectura. Gracias a ello, se han podido destapar numerosas desigualdades, como uno de los cimientos en los que se basa este sistema en el que vive el mundo entero: el androcentrismo, es decir, que el mundo está hecho con el hombre como medida de todas las cosas, de modo que las mujeres hemos sido consideradas como lo otro, somos lo que se tiene que adaptar a lo que ha sido establecido por y para ellos, y el ámbito de la salud no es una excepción.
Como punto de partida analizaré el sesgo de género en el personal sanitario. Aclarar, que como enfermera mi objetivo en este artículo no es ni mucho menos desprestigiar al Sistema Nacional de Salud, y menos en un año tan difícil como éste, pero sí señalar e investigar acerca de los comportamientos perpetuados que siguen jugando en contra de las mujeres sea a nivel de su propia salud o en el ámbito laboral sanitario. Y es que sorprende, cuanto menos, que suponiendo las mujeres el 80% del total del personal de enfermería (incluso un 90% en el ámbito de la Atención Primaria), o entre el alumnado en las disciplinas sanitarias un 68,7% del total, sólo 1 de cada 5 es catedrática universitaria, o en la Comunidad de Madrid por ejemplo, un 82% de los jefes de servicio son hombres llegando a un 92% en el caso de los equipos quirúrgicos.
Se ha comprobado también cómo la elección de las especialidades está muy influenciada por el género, siendo Pediatría o Medicina familiar las más elegidas por ellas, por permitir horarios más compatibles con los cuidados familiares, las dobles-triples jornadas, eso sí a pesar de ser peor remunerados económicamente, y, especialidades como por ejemplo, las cirugías complejas que implican largas jornadas, larga formación, que están mejor remuneradas y más reconocidas, son más elegidas por ellos. El techo de cristal tanto a la hora de llegar a puestos de responsabilidad como a la hora de elegir lugar de trabajo a nivel sanitario o al sueldo, también está muy presente en el mundo sanitario.
En el ámbito de la enfermería la historia es algo diferente ya que los cuidados han sido tradicionalmente cosa de mujeres. Si echamos la vista atrás los conventos y congregaciones religiosas atendían a quienes enfermaban en la Edad Media, aparte de encargarse de los invisibilizados cuidados domésticos que las mujeres llevan haciendo siglos. La enfermería consiguió después de muchos siglos a la sombra de la figura médica, una seña identitaria que permitiera visibilizar y profesionalizar los cuidados enfermeros, el autorreconocimiento y el impulso de mejoras de cara al futuro de la profesión; en las cifras correspondientes al acceso de las mujeres a puestos de mando, en enfermería alcanzan un 60%. Otra de las desigualdades se da en el aspecto del lenguaje, a mucha gente le sorprenderá señalar este aspecto pero es que lo que no se nombra no existe, y aún se sigue usando en la nomenclatura del gremio en la que el plural se construye con el masculino, es decir aunque seamos el 80% de las presentes en un equipo o en un sindicato o en una planta, somos enfermeros, o médicos, o mejor aún y más sexista, médicos y enfermeras.
Este sesgo androcéntrico no sólo afecta al personal sanitario a nivel estructural, sino también a nivel de sensibilización de cara a los síntomas de las pacientes mujeres. Cuántas no han sido tratadas de locas, histéricas o nerviosas por presentar síntomas no conocidos por la comunidad médica, a pesar de que en el caso del infarto agudo de miocardio, en múltiples problemas endocrinológicos o en los tratamientos de salud mental se haya comprobado que es cierta la distinta presentación de síntomas en hombres y en mujeres, cuántos síntomas no se perciben como “exagerados” por no ajustarse a los cánones que dicen los libros. Gracias a las ciencias sociales se está abriendo una perspectiva diferente, analizando este sesgo presente desde la prevención, al diagnóstico y tratamiento de las patologías, y también señalando al propio sesgo de las mujeres pacientes, cuando hasta muchas de ellas no dan importancia a esos síntomas, o no tienen tiempo por sus dobles y triples jornadas, para el autocuidado o para acudir a centros hospitalarios, sobre todo a ser intervenidas o recibir tratamientos largos.
El siguiente punto será la investigación en la que se basa la práctica y terapéutica sanitaria. Ni siquiera este campo se salva del androcentrismo, ya que las enfermedades, medicamentos y tratamientos se estudiaban en sujetos machos (humanos y animales), y los resultados se extrapolaban al conjunto de la población. Así es como la FDA (la Agencia estadounidense para la alimentación y los medicamentos) actuó, prohibiendo los estudios científicos en mujeres o hembras animales en edad fértil hasta el año 1973, ya que los resultados derivados de ellas eran tan diferentes y costosos, que no se consideraron necesarios. Actualmente las distintas medidas adoptadas para igualar esta presencia en investigaciones se salda con sólo una presencia femenina en el 27% de los casos y tan sólo en un tercio de los resultados de investigaciones son desgranados por sexo, por lo que nosotras y nuestras circunstancias de salud seguimos estando invisibilizadas.
Dentro del ámbito de la educación universitaria, sigue dándose el caso de que en ningún temario obligatorio o troncal en España incluye apartados correspondientes a la salud de las mujeres más allá de la reproductiva, a pesar de las evidencias en cuanto a diferente afectación y diagnóstico de patologías o la efectividad farmacológica. La única parte de la salud de las mujeres que ha tenido más atención e inversión ha sido estrictamente la reproductiva, aunque por supuesto sin tener en cuenta el placer, ni la libertad sobre los propios cuerpos de las mujeres. Este ámbito ha sido históricamente tan controlado por los poderes religiosos y políticos, que actualmente sigue arrastrando resquicios de conservadurismo y cierto silencio. La creciente mayor visibilidad que están teniendo estos aspectos, se está intentando enfocar a la necesidad de mayor atención y detección de temas como las posibles complicaciones de la menopausia, el acceso al aborto libre y seguro, señalar las prácticas de violencia obstétrica en la práctica médica, o la necesidad de una educación afectivo sexual obligatoria para ellas y ellos a fin de inculcar el feminismo, la igualdad y las relaciones sanas a la población en su conjunto, y conseguir que la lacra de la violencia machista acabe al fin.
Las mujeres y los hombres somos diferentes y eso es un hecho biológico indiscutible, es por eso que se deben tener en cuenta nuestras diferencias para poder tratarnos de forma igualitaria. La voluntad de mejorar en la sensibilización a la sintomatología de las mujeres sin juzgar si son exageradas o no, la inclusión de asignaturas y títulos específicos que señalen la existencia de estos problemas y se trate la salud de las mujeres con la misma seguridad y rigor; la reflexión acerca del tipo de trabajo que realizamos el personal sanitario, de si estamos abiertas a seguir mejorando y aprendiendo, también a ver las grietas de una de las ciencias más útiles, pero cuya estructura androcentrista da de lado las necesidades del 51% de la población. Es cosa de todas y de todos, preocuparnos y ocuparnos para que dentro del ámbito de la salud la igualdad no sea discursiva, sino real.