Tengo que confesar que estoy aburrida, cansada, casi agotada, y harta del monotema que nos ocupa últimamente a las feministas con este rollo del tema “trans”, y digo rollo porque ni siquiera es “tema” para una política seria. Se trata de un problema, sin duda, que afecta a una mínima proporción de personas, que últimamente está aumentando porque este problema es inducido. Primero, por parte de los políticos, con sus irracionales y criminales leyes, ya que es criminal lo que se pretende permitir a nuestros pobres niños y niñas en su deriva imaginaria para cambiar de sexo con bloqueadores de la pubertad, hormonas cruzadas y amputaciones de órganos sanos; después, por muchos periodistas que, en virtud, no sé si de cierta modernez, de un incierto izquierdismo o de “pringues” económicos, apoyan la causa con una frivolidad apabullante; desde luego por el movimiento transactivista de Yogaykarta. Y, por último, por ciertos grupos partidistas o supuestas feministas, que defienden el tema como si se tratara de una cuestión de DD.HH., cuando claramente se trata de todo lo contrario. Son derechos inhumanos contra esas pobres criaturas. Derechos que se arroga el Estado para legislar a favor de una disforia que se consagra de por vida, cuando existen otros caminos mucho menos traumáticos para que esas personas vivan felices sin tener que amputar sus cuerpos y sin tener que vivir medicalizadas de por vida con hormonas, que a la larga producen enfermedades y acortan sus vidas. Estadísticamente comprobado. No es una opinión. Que el Congreso de los Diputados de mi país llegue a aprobar esas siniestras leyes me echa por tierra a toda la clase política que nos gobierna. Si son capaces de hacer esto, lo serán de cualquier otra inmoralidad. No son dignos de representarnos, ni de gobernarnos, ni de dirigir el futuro de una ciudadanía que no tiene más remedio que someterse a su estulticia o a su mala fe. No sé qué es peor.
El reciente 17 de mayo se ha celebrado, por lo visto, el día contra la LGTBIfobia. ¡Qué gilipollez! Sin embargo, nuestro presidente Sánchez, que nunca ha tuiteado contra la misoginia, afincada en estos lares por milenios, se larga con el siguiente tweet: “Hoy y siempre celebremos la diversidad. Construyamos, con políticas públicas y el apoyo de la ciudadanía, una sociedad sin discriminación por orientación sexual o identidad de género, sin odio. Ni un paso atrás. Sigamos avanzando en el respeto y la libertad”. ¿Se lo ha susurrado Iván Redondo o ha sido usted solito? ¿Quería quedar bien con los niños, niñas y niñes? ¿O con los hijos, hijas e hijes? ¿Por qué no se lo ha consultado a sus asesoras feministas? Ah, que no tiene. ¿No sabe que eso de la diversidad no define en este contexto la pluralidad de tendencias y elecciones en una sociedad libre? No, eso de la “diversidad” significa que las mujeres pasamos a ser un colectivo más, al igual que los pelirrojos, los pigmeos o los hipermétropes. El 52% de la población ha dejado de ser significativo políticamente.
No sólo, señor Presidente, no sólo. La “diversidad”, ahora que el feminismo ha irrumpido como un movimiento de masas, significa que pretende ser arrumbado a un movimiento más entre la barahúnda de los muchos, entre los jubilados de Renfe, los empresarios del ocio nocturno, los protésicos, los músicos ambulantes o los detractores de caperucita roja. Un berrinche más entre los grupos reivindicativos.
Aquí no acaba la cosa de los mensajes subliminales con apariencia de “políticamente correctos”, ya que don Pedro Sánchez se lanza por defender “una sociedad sin discriminación por orientación sexual o identidad de género…..”Ay, ay, ay. ¿No sabrá el Presidente que eso de la identidad de género no existe? ¿Quién dijo aquello de “metafísicamente imposible”? Pues eso. La identidad sexual de una mujer o de un varón se fundamenta en su naturaleza corporal, aunque va más allá, pero resulta, don Pedro, que el género no es más que una categoría de análisis que jamás podrá otorgar una identidad ontológica, es decir, basada en el cuerpo. La identidad de género no es más que una quimera a la que su Gobierno quiere darle carta de naturaleza. Se estudiará en las universidades como ejemplo de oxímoron. Fíjese si habrá confusión que las feministas de todo el mundo estamos firmando un documento que se titula Declaración sobre los derechos de las mujeres basados en el sexo. Nada de género.
Ya sé que se va a votar si se toma en consideración la espantosa ley del Ministerio de Igualdad, que si llegara a aprobarse, yo, después de escribir un artículo semejante, tendría que vender mi apartamento para pagar la multa con la que me iban a crujir. Nada de opiniones en contra, nada de pensamiento crítico, nada de defender a la niñez de este pandemonium político, nada de formar parte de esa última frontera ética que representamos las feministas. No voy a decir que somos la reserva espiritual de Occidente, pero tendremos que plantearlo frente a este patriarcado político, al que va a votar Pepa la “bailaora”, por dejar a Rita en paz. ¿Por qué creen que en Madrid ha ganado la derecha? Porque con esos programas de la izquierda sobre vientres de alquiler, sobre prostitución como “trabajo sexual” y el peligro de la “ley trans”, las feministas no les podíamos votar ni con una pinza en la nariz. A ver si consiguen suficientes crisálidas que compensen nuestra definitiva desafección dada esta misógina deriva de sus programas.
Es un día definitivo que partirá en dos el territorio de los partidos políticos de izquierda o dará un impulso de dignidad a los de la derecha. Posiblemente, más allá de ambos, el Movimiento Feminista organizado tomará otros derroteros.
Bueno, y yo, como feminista, ya he rebasado mi cupo de lucha contra esta ley. Ahora espero que se manifiesten los profesionales honestos a quienes incumbe ética y científicamente definirse en lo relativo a un asunto tan grave como este. Alea iacta est!
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