CARTA ABIERTA DE UNA MADRE
Tuve que publicar un libro como testimonio de unas vivencias tan inverosímiles como desgarradoras, para descubrir a través de personas interesadas en mi historia, que ahí afuera hay miles de niñas que están viviendo las mismas experiencias que mi pequeña. Todas las historias repetidas en un mismo y exacto patrón. Fue entonces cuando averigüé que había un término para referirse al caso de mi hija: Disforia de Género de Inicio Rápido en la Adolescencia (DGIR).
Por fin encontré trabajos serios sobre la locura que me ha tocado vivir: un estudio del 2018 sobre la DGIR de la doctora estadounidense Lisa Littman; un trabajo de investigación que dio como resultado el libro Daño Irreversible de la periodista norteamericana Abigail Shrier; la web Genspect dedicada a darle voz y apoyo riguroso a los padres con hijos que cuestionen su sexo de forma repentina al entrar en la adolescencia, fundada por la psicóloga irlandesa Stella O´Milley; una organización de madres y padre de reciente creación en España llamada AMANDA, y poco más.
Se trata de un fenómeno nuevo, diferente a los casos documentados de disforia de género desde la más temprana infancia, cuya prevalencia acaba por disolverse por sí sola durante la adolescencia en casi un 80% de los casos.
Las cifras de afectadas y afectados por DGIR están creciendo rápidamente en el mundo occidental. En Madrid, la Unidad de Identidad de Género ha visto un incremento de solicitudes de atención del 500% entre los años 2017 y 2019, la mayoría de ellas de chicas muy jóvenes. En otros países, como Reino Unido, que llevan años con leyes de apoyo a la transición radical a los menores sin la necesidad de la autoridad paternal, este incremento ha sido del 4000% entre 2009 y 2018. Mientras, en España, en lugar de aprender de las malas experiencias que van arrojando los pocos datos que salen a la luz, aún en contra de las presiones para silenciarlos, parece que nos vamos a tirar a la misma piscina sin agua. ***
Aún hay pocos estudios y poca información porque todo esto nos ha cogido desprevenidos. Pero todas esas voces valientes se afanan por difundir un mensaje de sensatez apoyado en datos rigurosos, y que curiosamente, los activistas de la cultura Queer y otros lobbies tratan de silenciar, atacando ferozmente a quien se atreva a cuestionarlos. ¿Dónde queda la libertad de expresión de los que discrepamos sin el amparo de gobernantes acomplejados e irresponsables que los arropan?
A mi pesar, he tenido que aprender rápidamente que es eso de lo Queer: una ideología promovida por grupos minoritarios radicales que parecen estar bien organizados, o bien teledirigidos, y que se afanan por hacer desaparecer el concepto de “sexo biológico” de nuestra especie, en favor de un abanico de categorías de géneros. Un grupo misógino y homofóbico que lejos de defender el derecho de las mujeres a ser como quieran ser, se dedican a categorizarlas en función de cuánto se alejan o se acercan a los estereotipos sociales de género. Mientras más capacidad o más independiente es una mujer, menos mujer se la pretende hacer ser. ¿De dónde sale tanto odio? Claro que en el saco también acaban cayendo niños, pero muchos menos. Entre las chicas el contagio es mayor por nuestra forma de socializar.
Un grupo misógino y homofóbico que lejos de defender el derecho de las mujeres a ser como quieran ser, se dedican a categorizarlas en función de cuánto se alejan o se acercan a los estereotipos sociales de género.
Aparte de lo absurdo que resulta el intento de deconstruir unas características biológicas esenciales del ser humano, con el absurdo motivo de lograr la igualdad precisamente creando más desigualdad, una no puede dejar de asombrarse de la complacencia irresponsable de los políticos, mucho más interesados en su propia supervivencia que en el bienestar de las personas más vulnerables del país: las y los adolescentes.
Me di de bruces con el patrón: una DGIR sin avisos previos, con una abrumadora mayoría de niñas (siete de cada diez casos), radicalizadas a través de las redes sociales, adoctrinadas e instruidas para coaccionar a sus familias con amenazas e intentos de suicidio si no se aceptan sus planes: un peligroso contagio social, una moda. Pautas exactamente repetidas: argumentos, frases, actitudes y maniobras. Las mismas que yo viví con mi hija.
Durante casi cinco años de angustia rumié a sola las causas de la historia de mi hija. Tener información me llevó a comprobar que ésta es compartida al milímetro con muchos padres y madres, y con personas que han llevado a cabo estudios rigurosos en contraposición a las teorías acientíficas que están aplastando cualquier opinión contraria. ¿Quién mueve los hilos macabros que destruye personas, sobre todo futuras mujeres? ¿Tanto les asustamos que cualquier forma para destruirnos les vale?: primero fueron las webs para instruir hacia la anorexia y la bulimia, luego vinieron para inducir los cortes en el cuerpo, y ahora lo trans.
Estas niñas y niños tienen problemas emocionales previos a la disforia, son vulnerables por distintas situaciones: problemas de relaciones sociales con autoestimas destruidas, diagnósticos incorrectos sobre sus capacidades, y otros variados trastornos. Son adolescentes, a los que el sistema ignora sus problemas de origen, pasándose directamente a reafirmar sus propios autodiagnósticos inducidos a través de las redes sociales, por Youtubers tan deprimidos como ellas mismas, y que escapan a su dolor vendiendo triunfos imposibles para sobrevivir en sus respectivos canales. Son los nuevos ídolos de nuestras pequeñas y pequeños de apenas doce años en adelante.
Durante casi cinco años de angustia rumié a sola las causas de la historia de mi hija. Tener información me llevó a comprobar que ésta es compartida al milímetro con muchos padres y madres, y con personas que han llevado a cabo estudios rigurosos en contraposición a las teorías acientíficas que están aplastando cualquier opinión contraria.
Son personas que sufren la adolescencia, y que encuentran por fin un grupo al que pertenecer, aunque sea a costa de destruirse a sí mismas. Son criaturas abducidas, a través de Internet, de la misma forma que si fueran captadas por una secta, pero con el agravante de que en este caso, el autodiagnóstico de las crías y críos se considera políticamente correcto, y se les abre las puertas para que se puedan autodestruir con la ayuda de las instituciones y el beneplácito de una sociedad adormecida y manipulada.
Son niñas y niños, menores de edad, a los que los colegios facilitan la transición social sin informar ni consultar con los padres, que en muchos casos, se enteran más tarde de lo que está sucediéndole a sus hijas e hijos. Colegios que cuando se les pide explicación se atreven a acusar a los padres de tránsfobos, aun sin pronunciar la palabra. Profesores y profesoras que pasan por alto las evidencias de cuidados responsables y amorosos de esos padres hacia sus hijos, para cuestionarlos. ¿Dónde ha quedado la cordura de esos profesores?
El premio de las niñas y niños es el reconocimiento social inmediato, la gloria de brillar entre sus iguales, algo que no pudieron conseguir de ninguna otra forma, precisamente por esos problemas de relación en su entorno social: el verdadero origen de sus males del alma.
Demasiados profesionales de la salud física y mental de este país están animando alegremente a estas personas inmaduras, con sintomatologías de dificultades emocionales verificables, a hormonarse y a mutilar sus cuerpos sin indagar nada cuando ni siquiera han cumplido la mayoría de edad. Eso sí, se les prohíbe beber alcohol. ¡Qué ironía!
Demasiado rápido llegan las mutilaciones de los cuerpos jóvenes con consecuencias terribles para el resto de sus vidas, con peligros reales y tasados para su salud física que influyen en el sistema cardiovascular, en la densidad de los huesos y en el desarrollo del cerebro; que elimina la capacidad reproductiva y los hace sexualmente disfuncionales. Personas que serán medicalizadas para toda la vida. Por cierto, un floreciente negocio con un volumen de 316 millones de euros en 2020. Ante esto, es imposible dejar de preguntarse, si acaso, este asunto no es más que un sádico negocio bien orquestado.
A las chicas se les hace dobles mastectomías, vaciado de órganos internos: útero, trompas y ovarios. A los chicos se construyen penes a partir de injertos de carne, nervios, vasos y piel arrancados de otras partes del cuerpo, a veces con secuelas terribles. Se realizan liposucciones, implantes y otras cirugías con riesgos como infecciones, coágulos, hematomas, muerte de pezones o pérdida de sensibilidad, cicatrices, estenosis y fístulas urinarias, entre otras.
Cambios decididos y consentidos en una etapa de la vida que, por definición es de enfrentamiento a todo lo previo y especialmente a los padres, precisamente para aprender a ser adultos y para descubrir la sexualidad. Un momento en la vida en el que aún no se ha completado el desarrollo cerebral: justo aquella que permite calcular los riesgos. Pero sobre todo, porque les falta algo fundamental: experiencia de vida. ¿Cómo van a poder evaluar las consecuencias irreversibles a las que se les empuja?, ¿dónde ha quedado la responsabilidad del adulto?
Son personas inmaduras que empeoran sus trastornos de ansiedad y depresión cuando inician la transición, a pesar de estar llevando a cabo ese sueño que supuestamente acabaría con el sufrimiento. Una gran mentira sostenida por terapeutas temerarios y peligrosos para nuestras y nuestros jóvenes. Profesionales de la psicología que no dudan en mantener dobles discursos para lograr la transición a espaldas de los padres, manteniéndonos convenientemente apartados porque les estorbamos, y que menoscaban en secreto, el respeto y el amor de los adolescentes hacia sus padres hasta convertirlos en sus enemigos.
Padres y madres ignorados y denostados, que vivimos asustados sin saber cómo proteger a nuestras criaturas de este sin sentido. Padres y madres que nos peguntamos: ¿dónde estarán estos “profesionales” cuando llegue lo peor?, ¿cuándo se acabe de destruir la ya deteriorada salud mental de nuestras hijas e hijos, al descubrir que fueron empujados y empujadas a tomar decisiones irreversibles, que nunca debieron haber elegido?, ¿cuándo la salud se les deteriore para siempre y dependan de fármacos peligrosos?, ¿o cuando simplemente decidan que la vida es demasiado dura para seguir soportándola reconvertidos en algo que nunca fueron?
Ahora los médicos y psicólogos no se atreven a indagar por miedo a no ser políticamente correctos, dejando a los padres desautorizados y sin armas para defender lo que más aman en este mundo. Profesionales que prefieren ponerse unas orejeras, en lugar de cumplir sus juramentos hipocráticos, para que no se les cuestione desde las esferas sociopolíticas o se les aísle profesionalmente. Pero ¿van a ser valientes y poner por escrito sus veredictos y recomendaciones de mutilación?, ¿van a hacerse cargo de los gastos médicos y de los fracasos que vendrán?, ¿de los gastos de los juicios que se ganarán? Solo hay que mirar a los países de nuestro alrededor: esto parará cuando las denuncias acaben por hundir a los responsables directos y los políticos reaccionen, tarde como siempre. Pero ¿mientras tanto quien salva a nuestras niñas y niños?, ¿quién va a parar esta maquinaria de arruinar vidas?
Ahora los médicos y psicólogos no se atreven a indagar por miedo a no ser políticamente correctos, dejando a los padres desautorizados y sin armas para defender lo que más aman en este mundo. Profesionales que prefieren ponerse unas orejeras, en lugar de cumplir sus juramentos hipocráticos, para que no se les cuestione desde las esferas sociopolíticas o se les aísle profesionalmente.
A los gobernantes se lo pregunto, y me temo que no están interesados en contestar: ¿por qué no quieren escuchar a los padres que amamos a nuestras criaturas por encima de nuestras vidas?, ¿por qué se nos desprecia?, ¿acaso no hemos regalado lo mejor de cada uno de nosotros cuidándolos como grandes tesoros mientras crecían?, ¿quiénes mejor que nosotros para saber cómo son, como sienten, y hasta como nos quieren a pesar del odio que les han dictado verter contra nosotros?, ¿por qué se nos roba el deber sagrado de proteger a nuestra prole?
A nuestras criaturas también apelo por si aún les queda algo de cordura: ¿por qué no recordáis todas aquellas veces que corrimos a vuestro lado para reconfortaros cuando lo necesitasteis, de día o de noche? O una pregunta más sencilla aún: ¿cómo es posible que se repita el mismo relato en todas y todos?: «No recuerdo nada de mi vida de antes».
Pues sería tan fácil de redescubrirla como empezar por tirar del material audiovisual, y por supuesto, de querer reconectar con los que os amamos. Pero claro, el precio es alto: el repudio de esa “nueva familia”, una familia que lejos de la verdadera no es incondicional. En realidad, se está con ella o contra ella. ¿Es eso amor?, a mí me parece una secta.
¿Dónde está la responsabilidad de los poderes públicos? Parece que algunos se dejan seducir por un activismo radical que no respeta la libertad de expresión, para que no se puedan escuchar nada más que sus versiones interesadas, otros miran a otro lado para no hacer mucho ruido, y los que están en contra de esta locura, en lugar de trabajar desde la moderación aportando datos contrastados, hacen discursos tan radicales que acaban echando para atrás. Pero lo más triste de todo es que, ni unos ni otros, se están enterando de nada: les están pasando por la izquierda, adelantándose a sus propias agendas para no hacer demasiado ruido y que la sociedad ni se entere.
¿Es que en este país los políticos nunca van a ser generosos para lograr un bien equilibrado para todos?, ¿alguna vez dejarán de mirarse al ombligo y aprenderán a conversar entre ellos con respeto y moderación?, ¿aprenderán a escuchar lo bueno que cada cual puede aportar a una sociedad plural, que los necesita para lograr una verdadera igualdad desde el respeto y la libertad?
Hacer leyes, que para salvar a algunos, arruine a muchos más de los que protege es un error. Este país necesita moderación, respeto a la diversidad y menos intervencionismo.
Una madre atrapada en esta locura
Fdo.: Ángeles T