Tan fácil como adivinar la posición política, curiosamente muy determinada y precisa, de quien se califica como “ni de izquierdas ni de derechas” es saber la posición de quien sobre una cuestión ética, especialmente si afecta a la libertad y a la dignidad de las mujeres, afirma que “es un debate complejo”. A tal sentencia, tan vacía como sospechosa, suele seguir otra que merece la misma definición: “es un asunto lleno de aristas”. Son frases muy socorridas, eso sí, para quien pretende estar al caldo y a las tajadas, actitud muy frecuente, esa de pretender soplar y sorber, últimamente tanto en los partidos, como en los medios de comunicación.
Sin duda, analizar las cuestiones legales, éticas, bioéticas, filosóficas, sociales y políticas de lo que comúnmente hemos llamado “vientres de alquiler” da para mucha reflexión y para muchos aspectos dignos de estudio y reflexión. Lo sé bien porque hace apenas semanas que me doctoré con una tesis al respecto. Lo que no exige, sin embargo, ni 700 páginas, ni análisis sesudos, ni aristas que revisar es comprender, siquiera intuitivamente, que pagar a una mujer pobre para que geste y dé a luz a un bebé que le será expropiado a cambio de dos duros para convertirse en el capricho cosificado y mercantilizado de terceras personas, muy privilegiadas, al menos respecto a ella, es un acto injusto.
Como, a diferencia de en otros asuntos, la ley me ampara y la que hoy rige califica esta práctica como “violencia contra las mujeres y explotación reproductiva” puedo afirmar sin temor a multas ni otras represalias que aquello que periodistas, expertos/as, políticos/as, partidos, etc. –que erróneamente se tienen a sí mismos por perfectos demócratas, progresistas, feministas y defensores de los Derechos Humanos– califican como un asunto complejo es nulo de pleno derecho en nuestro país.
Ocurre, sin embargo, que el cinismo habitual de los partidos actualmente en el Gobierno ha impedido, que siendo ambos supuestamente contrarios a esta práctica, hayan derogado la Instrucción que permite la inscripción de los menores obtenidos por explotación reproductiva en el extranjero a nombre de sus compradores, estableciendo falsa e ilegítima filiación con los mismos.
Nada de complejo tiene comprender que no ha habido nunca una mujer rica o, siquiera, en condiciones económicas aceptables, que se haya prestado a esta práctica. Ni que la misma sobreviva, casi siempre, en países con enormes déficits en el respeto a los Derechos Humanos (sí: incluido EEUU). Tampoco es difícil sacar conclusiones de por qué en aquellos países donde la modalidad es altruista y mínimamente restrictiva respecto al poder de los compradores no hay apenas demanda y, en tanto que no son países empobrecidos o con grandes desigualdades, el porcentaje de mujeres que se prestan a esta práctica es prácticamente nulo.
El debate sobre los vientres de alquiler está cerrado. El debate sobre la prostitución también. Al igual que el de la pornografía. Lo están no porque así yo lo decrete sino porque lo está, y desde hace mucho, el debate sobre si a las mujeres están dotadas de humanidad y también aquel sobre si es legítima la esclavitud de cualquier ser humano, con independencia de su raza, sexo o procedencia. Siendo así, lo único que aportan las aristas siempre nombradas y nunca o torpemente especificadas es un buen elemento para el cálculo de la capacidad ética e intelectual de quien las cita.