La mayoría de la gente que viaja sola empieza a hacerlo con ventipocos. Yo quise viajar sola cuando cumplí 35 años. A esa edad en la que la gente cree que debes asentar la cabeza yo sentí que quería llenarla de experiencias nuevas. Así que hice la mochila con mis miedos dentro y me subí en un avión.
Viajar sola supuso experimentar físicamente la libertad y la autonomía. Tomar conciencia del cuerpo: sentirlo libre, fuerte, capaz. Viajar sola es la mayor experiencia de poder que he vivido. Cuando viajas sola te desprendes de los aspectos que marcan tu identidad: la edad, el empleo que nos define más de lo que deseamos, nuestros roles, nuestros amigos… En nuestra vida cotidiana actuamos en relación a las expectativas que los otros tienen de nosotras y verte en el mundo sin esas expectativas es realmente liberador. Viajar sola es saber que durante un tiempo no habrá zona de confort. Todo lo que nos define (que también es lo que nos limita) se queda en tierra gracias al anonimato. Se desdibuja cuando tienes que elegir qué vas contar sobre ti. Y de golpe aparece lo que eres en esencia. Descubrirme así, para mí, fue una auténtica revelación personal.
Lo mejor de viajar sola es conocer a las otras mujeres que viajan solas. Es enriquecedor saber cómo han cruzado las fronteras físicas y emocionales hasta llegar allí. Viajar sola es viajar juntas. Compartir las palabras, las cervezas, las cenas y los asientos en los trenes con estas mujeres es lo que hace que para mí la vuelta a casa sea siempre de ida en algún sentido. Así que me llené de tristeza con la noticia de dos mochileras asesinadas mientras viajaban juntas en Ecuador, aunque los medios hayan relatado que estaban «solas». Fue rabia lo que sentí cuando se cuestionaba de manera miserable si dos mujeres mayores de edad deben estar viendo el mundo.

Restringir y limitar la libertad de movimiento de las mujeres es una de las prácticas favoritas del patriarcado. Con el acoso y las agresiones sexuales nos atemorizan a todas. Una agresión sexual en el ámbito público tiene un impacto en toda la población femenina ya que para garantizar nuestra seguridad autolimitamos nuestra capacidad deambulatoria. Y si a pesar del miedo decidimos conquistar esos espacios públicos con nuestros pasos, nuestros movimientos son cuestionados «por nuestro bien» como si las calles, la noche y el mundo no fueran espacios que «también» nos pertenecen.
Viajar sola no es peligroso. Caminar sola tampoco. Lo que es peligroso, dañino y que mata son las ideas machistas que se reproducen en las cabezas de algunos y que pone a diario en peligro la vida de las mujeres en todo el mundo. Y también es peligroso educar a las mujeres en el miedo, o restar importancia al acoso callejero o las agresiones sexuales. Pero viajar sola no es peligroso: es liberador, divertido y empodera. Y es de primero de feminismo que mujeres libres, juntas y empoderadas lo que ponen en peligro es el injusto sistema social en el que viven. Y transforman el mundo.