Si yo quisiera, podría estar todo el tiempo asistiendo a eventos de mujeres. Con eventos me refiero a exposiciones, charlas, películas de cine, obras de teatro, debates, conciertos. Y con “de mujeres” me refiero a: “protagonizados por mujeres”, o “en homenaje a mujeres”, o “dirigidos por mujeres”, “o una mezcla de todo.
Se dice que hace no-sé-cuántos miles de años, una ardilla podía cruzar la Península Ibérica de árbol en árbol sin tocar el suelo. Y yo creo, que si me lo propongo, me puedo pasar un año entero yendo de evento de mujeres en evento de mujeres por toda la Península sin rozar siquiera uno que tenga que ver con hombres. Ni protagonizado por hombres, ni en homenaje a hombres, ni dirigido por hombres, ni una mezcla de todo.
Este pasado fin de semana sin ir más lejos, estuvimos en la exposición de Mujeres en Vanguardia, que muestra cómo vivían y estudiaban las mujeres que tuvieron la suerte de estar en la Residencia de Señoritas. Y digo “la suerte” porque la educación era excepcional: se impartían clases de literatura, materias científicas, idiomas. Las alumnas hacían estancias en universidades europeas y americanas, organizaban fiestas de disfraces, leían todas juntas en el jardín, y asistían a charlas de figuras como la propia María de Maetzu, directora de la Residencia o Federico García Lorca.
Aún podíamos haber apretado más el fin de semana y haber visto la exposición de Julia Margaret Cameron, fotógrafa del XIX y tía abuela de la escritora Virginia Wolf, o hacer el recorrido feminista que propone el Museo Reina Sofía. Pero era mejor dejar cosas pendientes para otros días. Porque eventos de mujeres hay para muchos días, para mucho tiempo.
A las profesoras y alumnas de la Residencia de Señoritas el franquismo las obligó a exiliarse, a esconderse. Las obligó a renunciar a su educación, a existir como mujeres libres, a estar presentes, a ser visibles. Hoy en día que a las mujeres nos obliguen, o nos inviten elegantemente a renunciar a ser libres y visibles, es una idea que es mejor que personajes ilustres como Félix de Azúa, vayan abandonando ya.
Este señor, no dudó en criticar la labor de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, con el simple, banal y clasista argumento de “que no tiene estudios”. Y esto lo hizo desde una posición de poder en una institución cultural (y misógina), como es la RAE. ¿Con qué objetivo? Pues, evidentemente, cuando un académico como el señor Azúa, critica la participación pública y política de una mujer, evidencia su incomodidad con que las mujeres seamos visibles y, además, ocupemos posiciones de poder. Ay Félix. Tantísimos estudios, y tan poca clase.
Es una pena que aún haya personas, algunas “ilustres” como el señor Azúa, que no se enteren de que la presencia de mujeres en todos los ámbitos de la vida social y cultural, no tiene marcha atrás. Que las mujeres hemos llegado y seguimos llegando…para no irnos.
Que intentar detener esto es un ejercicio de contención inútil a un movimiento que ya es imparable.