DOLORES SCHILLER, célibe, una vida consagrada a la enseñanza y al estudio de la literatura, una mente hiperactiva en un cuerpo monacal, cree haber recibido a través del cordón umbilical la aversión de su madre por los hombres: con ese fogonazo de pensamiento mágico se explica y nos explica la carencia de deseo sexual que la ha marcado desde niña. Es a sus 20 años, al recibir de su padre los diarios que su madre escribió entre los 8 y los 17 años, y leer LOLITA de Vladimir Nabokov, cuando Dolores descubre que la nínfula de la novela y su madre, que murió a los 17, al dar a luz, son la misma persona. Comienza el juego: la vida de Dolores Schiller despega donde termina la novela de Nabokov, y va a contarnos ahora, enferma terminal de cáncer, a punto de someterse a un suicidio asistido, la investigación detectivesca que realizó sobre la persona y sobre el personaje de su madre, Lolita, intentando recuperar la dignidad de ésta. La Dolores madura recupera la voz de aquella Dolores veinteañera cuando descubrió que Humbert Humbert -inventor de nínfulas, violador de su madre- seguía vivo, y fue a su encuentro en Montreaux (Suiza), donde éste residía y observaba, obsesionado, a Vladimir Nabokov, quien también vivía allí. Estas dos voces de Dolores, junto con la voz de Lolita en sus diarios, son los pilares sólidos de esta novela intertextual, audaz, presidida por orfandades – Fui una niña huérfana, soy una mujer huérfana– que se nos transmiten a través de la imagen potente y física del hueco, el agujero instalado en el centro mismo de mi cuerpo, vivencias prematuras de la melancolía derramándose por esos agujeros a los que nunca llegará la luz, que ella intentará llenar con la palabra –protagónica aquí-, ya que no puede hacerlo con la carne. Con veracidad, sin dramatismos ni sensiblerías y, lejos del preciosismo de Nabokov, con un estilo austero y preciso que no se anda por las ramas, nos atrapan aquí las soledades que van a cruzar la vida de Dolores desde su nacimiento hasta su muerte.
LOLITA, Dolores Haze, la madre-niña secuestrada y violada entre los 12 y los 14 años por el monstruo Humbert Humbert, asentada hasta hoy en el imaginario colectivo bajo la imagen patriarcal de una nínfula seductora de hombres indefensos que caen en sus redes, toma aquí la palabra, a través de sus diarios. Quien quiera embarcarse en la aventura literaria de leer o releer LOLITA y a continuación CADA NOCHE, CADA NOCHE, podrá vivir -así me ha sucedido- el efecto emocionante, casi óptico, de cómo un personaje plano, aplastado a conciencia bajo la voz omnipotente del Humbert Humbert de Nabokov (que nos deslumbró y confundió hace años a Dolores, a Lola y a mí), esa nínfula caprichosa y consumista, apenas un objeto sexual para las fantasías masculinas, se va levantando ante nosotras hasta adquirir volumen, carne, verdad.
LOLITA se hace sujeto cuya voz de niña observadora y reflexiva, con ganas de aprender, inocente, nos interpela señalando, sin pretenderlo y sin nombrarla, la ceguera cultural que nos ha impedido verla antes. Donde la crítica canónica ha dicho que LOLITA es una historia de amor, su hija Dolores Schiller – Lola López Mondéjar a través de ella, todas a través de ella- deja claro desde el principio que se trata de una historia de secuestro y violación. Y decir esto, que está en el texto de LOLITA y es algo que el propio autor explicaba a quien quisiera oírlo (pocos lo hicieron), es revolucionario todavía hoy, sesenta años después de su publicación.
Las edades de Lolita y de Dolores Schiller son también las edades de su país, Estados Unidos, dibujado en CADA NOCHE, CADA NOCHE como un fondo casi pictórico sobre el que ellas y sus palabras evolucionan. Pinceladas certeras cuyos motivos y colores nos remiten a la pintura del norteamericano Edward Hopper, que no sé si la autora ha tenido en la cabeza al escribir, pero aquí están la luz y las sombras de sus espacios, las casas rurales y los talleres y las gasolineras, las mujeres profesionales solas en la gran ciudad. Soledades urbanas de Dolores Schiller en Chicago, en Nueva York, en el hotel de Montreaux antes o después de su encuentro con Humbert. Otros brochazos sociológicos y psicológicos contextualizan a la joven asexual, intelectual: América abría la boca escandalizada por el shock del Watergate y por los muertos de Vietnam. Yo leía.
LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, desde el respeto y la admiración por Vladimir Nabokov y su obra, nos hace aventurarnos en estos territorios fronterizos entre realidad y ficción, novela y ensayo, para saldar cuentas pendientes consigo misma como lectora, autora y mujer (una deuda de todas: lo personal es político).
A través de su narradora protagonista, la autora siembra el texto de referencias literarias, cinematográficas y musicales. Recuerda la nómina de filósofos y literatos que en los años 60 y 70 contribuyeron a que se asumieran con naturalidad las relaciones sexuales de adultos con niños y niñas, bajo la difusión de un psicoanálisis simplificado. Se atreve a convertir a Lolita y a Humbert Humbert en “personas” sin traicionar sus caracteres originarios, pues 25 años más tarde Humbert sigue siendo un hombre engreído, exhibicionista, autocompasivo y egocéntrico que de nada se arrepiente, que confirma ante la hija cómo Lolita no participó, fue una niña raptada. Un hombre cuyos sueños siguen siendo los mismos. Entre los hilos sutiles que unen umbilicalmente las dos novelas, quizás el más poderoso sea la obscenidad de este exhibicionismo de Humbert, que duele a Dolores Schiller (y nos duele): La conversación con él me hace tanto daño como si la violada fuera yo.
Otro inteligente atrevimiento de Lola López Mondéjar es convertir a Vladimir Nabokov en personaje, por el que Humbert Humbert parece vivir obsesionado entre el amor y el odio, la admiración y la envidia, alumbrando así reflexiones profundas sobre las relaciones entre cada autor y su obra, junto a la hipótesis muy personal de cómo ha operado en Nabokov aquello que la autora ha llamado la “Función Autor” en su desvelador ensayo UNA ESPINA EN LA CARNE (Psimática, 2015).
El personaje secundario de la artista Cindy Shark emparenta a CADA NOCHE, CADA NOCHE con EL MUNDO DESLUMBRANTE (Anagrama, 2014) de Siri Hustvedt, otra novela feminista en sus motivos. De la mano de su amiga Cindy, la narradora protagonista Dolores Schiller refuerza sus reflexiones sobre la interpretación de las obras de arte en un mundo patriarcal que favorece las egolatrías masculinas, sobre las huellas que dejan los deseos masculinos en los cuerpos de las mujeres y sobre la diferente percepción que tienen quienes deciden el canon ante las obras artísticas producidas por mujeres y las producidas por hombres, por el solo hecho de serlo. Pero hay algo más genérico que cruza el texto y también nos remite a Hustvedt: la carga de conocimiento y sabiduría que puede haber en la recapitulación de una mujer madura, culta e íntegra al final de su vida, con el cuerpo estigmatizado por la enfermedad. Un conocimiento que nos enriquece aquí como también en EL MUNDO DESLUMBRANTE.
Al decir que CADA NOCHE CADA NOCHE es una novela feminista, celebro el desvelamiento que se produce cuando un texto literario consigue transformar nuestra percepción de la realidad, preparándonos para mejor leer LOLITA y cualquier obra que caiga en nuestra manos, retirando de nuestros ojos las vendas que nos impedían ver lo que teníamos delante, bien claro, gritando que lo viéramos. Lola López Mondéjar tiene el talento, la madurez y la sabiduría necesaria para conseguir estos distanciamientos críticos sin renunciar al humanismo que debe iluminar la mirada feminista.
La lectora común que soy, una vez cerrado el libro, apenas digeridas las emociones que ha provocado su lectura, agradece que todas se condensen en una, que me empodera: las ganas de celebrar la vida, los deseos y los amores habidos y por haber, los afectos que tenemos, lo que de verdad importa. Entonces me retiro a esos afectos que a veces se me olvidan, y dejo que siga resonando en mi interior, como un eco, el otro cordón umbilical que une a LOLITA con CADA NOCHE, CADA NOCHE, las resonancias presentes en ambas obras, más insistentes en aquélla, apenas un rumor en ésta, pero cuya gran potencia lírica late a lo largo del texto.
… y sus sollozos en la noche —cada noche, cada noche— no bien me fingía dormido. (Nabokov)
El control, el control. (Lola López Mondéjar)
Recuerda que es sólo una niña, recuerda que es solo una niña. (Nabokov)
No conozco a los hombres, ¿quiénes son?, ¿de qué opacos materiales están hechos?, ¿qué suerte de sexualidad incontinente e imperiosa les anima? Y, sobre todo, ¿cómo se atreven, cómo se atreven? (Lola López Mondéjar).