«Es complicado porque nunca sé por dónde empezar…» Así comienza Asha Ismail, fundadora de la Save a Girl Save a Generation su relato sobre la mutilación genital femenina. Una práctica que ella sufrió a las 5 años y que nunca ha podido borrar de su mente. El dolor, el sonido de las cuchillas al cortar sus genitales y sus gritos ahogados resuenan en su cabeza más de cuarenta años después.
«Yo tengo 47 años», continúa Asha, «47 años pero en realidad no sé cuándo nací, llevo 22 años celebrando mi cumpleaños sin saber cuándo es exactamente porque en muchos países de África no se registran los nacimientos ni tampoco las defunciones. Yo me puse la fecha según el año que ponía en una cartilla que encontramos medio en mi casa; el mes y el día los elegí yo y ese es mi cumpleaños». Asha nació en Kenia, donde también lo hicieron sus padres aunque su familia proviene del norte de Somalia. Allí, la gente tiene una cultura muy arraigada, «creen en ello hasta los huesos», afirma Asha. Esa cultura incluye la mutilación genital femenina o como lo llaman en esos países la «purficación».
«Cuando tenía 5 años más o menos me tocó esa purificación y yo en aquel momento estaba muy feliz, claro», explica Asha. «Nos fuimos al pueblo de mi abuela, en la frontera de Kenia y Etiopía. Fuimos a su casa y la noche anterior no podía dormir de los nervios, algo importante iba a pasar en mi vida. Estaba muy nerviosa, me levanté muy temprano, mi madre me bañó y me puso un vestido corto. Después, me mandó a la tienda de enfrente a comprar unas cuchillas. Compré dos. Volví y en la cocina de mi abuela ya estaba todo preparado para lo que ellas llamaban la purificación. Mi madre, mi abuela y la señora, una profesional que se dedica a la mutilación y cobra por ello, estaban esperándome. Cuando entré en la cocina, que era de barro como todas las habitaciones de la casa, habían excavado un agujero y ahí me sentaron, justo en el agujero, para que cayera allí la sangre. Me cogió mi abuela las manos por detrás y puso sus piernas entre las mías y me lo abrió. Entonces aquella señora empezó a cortar, a mutilarme, y mi madre estaba detrás de ella dándole instrucciones, diciéndole que lo cortase todo. Yo empecé a gritar, pero una mujer somalí no puede demostrar su debilidad, así que me metieron un trapo grande en la boca para ahogar mis gritos. Aunque yo gritase, no se oía nada».
Asha Ismael explica esta vivencia cómo si le hubiese ocurrido ayer, recuerda cada detalle, cada gesto insignificante que con cinco años la marcó para siempre. «Ha pasado mucho tiempo pero yo lo revivo cada día, es algo que jamás se supera», afirma Asha con dureza. «Hay años de mi vida que apenas los recuerdo, pero eso te marca para toda la vida. Recuerdo hasta el sonido de la cuchilla cuando cortaba mi piel y durante mucho tiempo tenía hasta pesadillas, me levantaba por la noche gritando sin saber por qué».
«Ha pasado mucho tiempo pero yo lo revivo cada día, es algo que jamás se supera», afirma Asha con dureza.
Después la mutilación llega el proceso de la curación. Tienen que juntarte el pellejo para cerrar todo. «En mi caso utilizaron una técnica muy avanzada», asegura Asha. «Me cosieron con aguja e hilo, en otras comunidades lo hacen hasta con pinchos de árbol o pegamento casero. Lo importante es que se cierre, la herida se cure, se cicatrice y que no esté abierta la vagina, que quede una agujero muy pequeño, cuanto más pequeño más pura es la chica, eso significa que la mutilación ha sido un éxito». Asha asegura que desde entonces no ha sido capaz de volver a coger una aguja, ni tan si quiere para coser un botón. «Al cerrarte -continúa- mezclan una cosa que sale de los árboles, lo llaman malmal y echan leche, carbón y hierbas y hacen una pasta con todo eso. Te tapan con eso para ayudar a cicatrizar, aunque eso son cosas que se inventan. Y tienes que estar sentada en el suelo porque te atan desde los dedos gordos del pie hasta la cintura y no te puedes mover. Te dicen que si te mueves y no te curas bien volverá la señora. Yo tenía pánico a que la señora dijese que no estaba curada».
Después de esto, comienza la vida tras la mutilación para muchas niñas africanas. Entre los problemas que se desencadenan tras esta práctica están las infecciones al hacer pis o al tener la menstruación. El agujero es tan pequeño que no permite la salida completa de estos fluidos. «La primera gota de pis fue horrible, no se lo deseo a nadie en el mundo», recuerda Asha.
Hay distintos tipos de mutilación, la sufrió que Asha es la infibulación, es la más agresiva, la peor de todas porque te cortan el clítoris, los labios mayores y menores de la vulva y después te lo cosen todo. Además, como explica Asha, no es solamente eso. «Yo de pequeña cuando iba a mear no acababa y eso seguía goteando y terminabas el día siempre con la ropa mojada. Lo peor de todo es que cuando yo hablaba con otras niñas, decían que no tenían problemas, yo me sentía un bicho raro, pero ellas lo ocultaban».
Romper el tabú
Actualmente el tema ya no resulta tan tabú entre las mujeres africanas gracias a personas como Asha que se han rebelado en muchos países contra estas prácticas. Aún así, todavía se lleva a cabo en muchas comunidades, a pesar de los riesgos para la salud que ello entraña y de los problemas que implica. Según explica Asha, cuando se manipula esa parte de cuerpo se pierde sensibilidad y el trauma causado hace que una mujer nunca jamás vuelva a sentirse bien. «En una relación sexual una mujer mutilada nunca se siente segura, no tienes ningún placer en ello», cuenta Asha. «Otras mujeres lo aceptan porque es lo que hay, lo que manda la tradición. Y es que la mayoría de las mujeres son objetos, en el sentido de que son para usar, para que tengan hijos, nadie piensa en sus sentimientos. Pobre de ti si no puedes parir».
«En una relación sexual una mujer mutilada nunca se siente segura, no tienes ningún placer en ello».
La cultura juega un papel primordial en este tipo de prácticas. El machismo y la falta de respeto por las mujeres son los motivos principales para llevar a cabo la mutilacion genital femenina. Los hombres deciden sobre el cuerpo de las mujeres y las madres hacen con sus hijas lo que consideran que es mejor para que puedan casarse. Las mujeres tienen que llegar puras al matrimonio, si no, no podrán aspirar a un nivel de vida aceptable, ya que dependen económicamente de los hombres. Pero, si estas tradiciones chocan con los derechos humanos, ¿cómo es posible frenarlas? » Yo creo que que hoy en día estas prácticas hay que saltarlas, es cuestión de salud, está en juego la vida de muchas mujeres. Hay que decirlo alto y educar», explica Asha.
Las mujeres tienen que llegar puras al matrimonio, si no, no podrán aspirar a un nivel de vida aceptable, ya que dependen económicamente de los hombres.
Hay países donde este tipo de prácticas se han prohibido por presión externa pero no hay un trabajo de fondo que haya hecho que esta prohibición sea efectiva. «No hay educación, tu prohíbes a mi madre algo que no entiende por qué lo prohíbes y no lo acepta. Erróneamente la gente cree que es algo de ignorantes, pero no. Hay mujeres y hombres de mi comunidad que han estudiado fuera de África y en las vacaciones han llevado a sus hijas para mutilarlas, es cuestión de identidad y de machismo», explica Asha.
«Yo he crecido con muchísimas inseguridades. En un momento dado estaba estudiando en el instituto y llegué a pensar que lo que me habían hecho era bueno, cuando miraba a otras chicas que no estaban mutiladas, creía que estaban sucias y yo estaba limpia. Esa es la mentalidad que tiene la gente, no importa los estudios que puedan tener, la cultura y la tradición es suya. Yo, que he sido la más rebelde, llegué a pensar eso, pero en realidad estaba sufriendo, era horrible lo que vivía».
Paradójicamente, los problemas de la mutilación genital femenina se hacen más patentes en la edad adulta cuando las mujeres tienen sus primeras relaciones sexuales o tienen hijos. «Cuando terminé mis estudios yo tenía un marido preparado. Era de Somalia, había pedido mi mano y me casaron con él. Llegó mi noche de bodas y él intentó penetrarme pero no podía así que vino una señora que él tenía contratada con una cuchilla para abrirme y ya pudo acostarse conmigo, por llamarlo de alguna manera. Fue horrible, es casi peor que la mutilación, el dolor es indescriptible, no hay palabras para definirlo. Él, aún así, siguió. Hay niñas que se suicidan en su noche de bodas con gasolina, aquella noche entendí por qué. Cuando acabó la noche, yo dolorida y sintiéndome la peor cosa que había en el mundo, decidí que no iba a compartir habitación más con él. Caprichos de la vida, me quedé embarazada esa noche. Entonces estuve rezando y desando con todo mi corazón que lo que llevaba dentro de mí fuera niño porque no quería que pasara por lo que yo pasé», cuenta Asha con amargura.
«Llegó el día del parto y tuve al bebé en un taxi en frente del hospital, la criatura empujó con tal fuerza para salir que me cortó como un trapo viejo, el espacio entre el ano y la vagina se desgarró. Vino una enfermera a sacarme al bebé y me dijo que estaba rota y entonces empezaron a coserme, fue complicado pero gracias a que estaba en un hospital consiguieron salvarme; muchas mujeres mueren en el parto por las complicaciones que implica la mutilación genital femenina», asegura Asha. «Y entonces, en medio de mi dolor, me dijeron que había nacido una niña, me acuerdo que lloré mucho porque me preguntaba por qué había sido niña».
Activismo contra la mutilación genital femenina
Asha, en este momento de la entrevista no puede contener las lágrimas recordando el nacimiento de su hija. «Aquí siempre me pasa, que lloro porque yo pensaba qué le esperaba a esta criatura. Sabía que no quería que ella pasara por lo que yo había pasado, pero no sabía cómo hacerlo. En la vida de una mujer en África primero mandan tus padres y tus hermanos y luego tu marido y su familia, pero yo la vi y sabía que tenía que hacer algo. Decidí ese día que la iba a proteger sin saber cómo. No había organizaciones que lucharan contra la mutilación genital femenina en 1989 o yo no las conocía».
Muchas mujeres mueren en el parto por las complicaciones que implica la mutilación genital femenina.
Asha inició aquí su nuevo camino, el destino quiso que trajese al mundo a una niña que cambió la vida de esta mujer africana para siempre. Desde entonces su máxima en la vida ha sido salvar a todas las niñas posibles, incluso si es posible, a una generación entera de esta práctica que atenta contra los derechos humanos. Así comenzó Save a Girl, Save a Generation, la asociación que creó Asha y que registró en España en 2007 para tratar de acabar con la mutilación genital femenina y contra los abuso a las mujeres.
«Me divorcié de mi marido africano y es cierto que ahí tuve mucha suerte porque mi padre, que era más progresista que el resto de hombres de mi comunidad, me aceptó de nuevo en casa y entonces empecé a hablar con mi familia, con mi hermana, con mis primas, yo no quería que mi hija sufriese cómo lo había hecho yo y ellas se reían de mí, al principio, luego pude convencerlas».
Así, Asha sin saberlo, se convirtió en una de las primera activistas en contra de este tipo de prácticas. «En aquel momento lo hacía preguntando cómo fue su mutilación, cómo lo pasaron y luego cómo fue su día de boda y cómo fue su primer parto, y me contaban horrores. Cuando terminaban les preguntaba, ¿y quieres eso realmente para tu hija? Era intentar tocarles la vena más sensible como madre porque las madres hacen el bien para sus hijas. Mi madre no me mutiló porque me odiase, lo hizo porque creía que era bueno, para que yo tuviese un marido y una vida agradable. El problema es que es una costumbre impuesta para atacar a las mujeres en lo más profundo de su ser. Aunque digan que lo manda el Corán, eso es mentira. Lo han adoptado con ese nombre de purificación, pero no está escrito en ninguna parte. Te llaman impura si no estás mutilada, no puedes rezar, te aíslan de la sociedad e incluso hay niñas que piden esa purificación. Por eso, yo trataba de convencer a la gente en mi comunidad y de los países de alrededor para no llevar a cabo esta práctica. Yo decía «mira mi hija, no le ha pasado nada», y entonces me recriminaban que con quién se iba a casar, pero yo tenía claro que eso era lo de menos, mientras ella fuese feliz. Yo no quería destruir su futuro».
Así, durante este tiempo Asha llegó a conocer y a formar a muchas mujeres valientes en África que siguen trabajando a día de hoy para evitar la mutilación y para fomentar una nueva generación de mujeres empoderadas y liberadas que sean capaces de decidir su futuro. De hecho, en Kenia existe un grupo bastante organizado que trabaja día a día en pro de esta causa.
«Yo luego conocí a otra persona, -continúa Asha- tuve una relación de 11 años y llegué a saber que mi cuerpo servía para algo más. Lo que se vive en estas comunidades es una cuestión de machismo puro y duro que lo propagan los hombres. Dicen barbaridades como que esas prácticas evitan el sida, el cáncer para justificarlo, pero en realidad son puras salvajadas».
Asha continúa su relato asegurando que queda mucho por hacer para tratar de acabar con la mutilación genital femenina aunque afirma que se están dando los pasos adecuados a pesar de la falta de ayudas por parte de la comunidad internacional. Hasta 2003, la ONU no lo reconoció como una violación de los derechos humanos la mutilación genital femenina, antes no era algo visible. Aún así, Asha asegura que los países europeos tienen tanto problemas propias, que no brindan el apoyo suficiente a esta causa ni tampoco a la lucha contra los abusos a las mujeres, los matrimonios forzados u otras prácticas de este tipo que se llevan a cabo en diversas culturas.
«Desde mi organización hacemos charlas», asegura Asha. «Ahora mismo haciendo talleres, trabajamos con otra organización que se llama Acción en Red que nos da soporte físico porque no tenemos ningún tipo de ayuda pública. Yo invierto mi tiempo libre en esto. Por ejemplo, hemos empezado desde hace dos años en impartir cursos de formación de prevención ya que le problema de la mutilación también está presente aquí. El año pasado en el País Vasco una familia se llevó a Mali a sus hijas para la mutilación y posteriormente se supo porque una de las niñas se lo contó a su profesora del colegio. Hay regiones donde hay protocolos para vigilar a familias que van a países de riesgo, pero eso no existe en todas».
Asha explica que están intentando llevar a cabo en talleres a la comunidad sanitaria con matronas, psicólogos o enfermeros porque ellos tienen contacto con la gente y pueden saber qué sucede. También van a colegios para hablar con alumnos y profesores para saber cómo detectar un caso, para hacer un seguimiento e intentar prevenir. Además, Save a Girl Save a Generation también pone el foco en la lucha contra otros problemas como los matrimonios forzosos, donde han llevado a cabo varias intervenciones escondiendo a niñas que iban a ser casadas en contra de su voluntad, así como contra la explotación y la prostitución infantil. En estos casos, Asha considera que es fundamental la colaboración de la comunidad educativa para detectar así qué niñas tienen problemas y poner medios para evitarlos.
Educación y empoderamiento de las mujeres africanas
«La base para luchar contra esto es la educación. Hay que dar el poder a las mujeres africanas y eso sólo se consigue si estas mujeres son económicamente independientes y tienen voz», argumenta Asha. «Cuando ella sabe que no depende del marido puede decidir. Queremos conseguir que sean esas mujeres quienes tengan esa independencia. Si tienen dinero lucharán por sus hijas y no tendrán que rendir cuentas a nadie ya que intentar convencer a los hombres de estas comunidades para acabar con estas prácticas es muy complicado. Ellos te lo dejan clarísimo, para divertirsen quieren a mujeres no mutiladas, pero para ser madres las quieren mutiladas». Por ello, Asha no quiere que sean los hombres quieren decidan sobre el fin de la mutilación. «El primer paso es empoderar a las mujeres. No quiero que sea la voz del hombre la que acabe con ello porque entonces las mujeres siempre irán por detrás. Deben ser ellas las que decidan».
La base para luchar contra esto es la educación. Hay que dar el poder a las mujeres africanas y eso sólo se consigue si estas mujeres son económicamente independientes y tienen voz.
«Yo tengo esperanza en que esto termine», afirma Asha. «En España se han superado muchas barreras y creo que en África llegará el día, todo es posible. Yo al contar mi historia, no me considero víctima, soy una superviviente. No busco pena, lo que quiero es que la gente se entere, es algo que sigue pasando, aunque no salga demasiado a la luz. Los Gobiernos que puedan deben presionar a estos países para que la mutilación genital femenina acabe. Debe ser un problema común, que no se trate como algo ajeno. Por ejemplo, los médicos europeos no saben cómo actuar ante casos de mutilación porque se les informa demasiado cuando es algo que debería explicarse desde la Universidad. Yo en los talleres de mi asociación doy mucha formación, pero eso no es suficiente. La base para luchar contra esto es la Sanidad, los Gobiernos y la Educación, una asociación sola, sin apoyo gubernamental, no puede hacerlo todo».
Así, si alguien quiere hacer algo para parar esta violación de los derechos humanos, puede colaborar con la asociación de Asha Ismail, Save a Girl Save a Generation colaborando con la aportación que desee.