La editorial Cátedra publica «Como informar sobre violencia machista», un libro del periodista Jose Mª Calleja, que se convertirá en libro de referencia para los estudios de periodismo que de verdad quieran analizar cómo se informa sobre una violencia excesiva, vicaria y simbólica. Estamos ante un texto que deben leer todos los profesionales de la información, periodistas y gráficos, independientemente del medio o el lugar en el que desarrollen su labor informativa, pero también para, quienes al otro lado, somos receptores de los relatos.
La importancia de la conceptualización adecuada
Jose Maria Calleja analiza exhaustivamente la problemática de la violencia de género desde muchos ámbitos y concede especial importancia al lenguaje. Él trabaja con la palabra y conoce la importancia de la conceptualización adecuada a la hora de informar, por eso no rehúye el debate en torno a la utilización del concepto violencia de género, que sufre un ataque inmerecido, pero lógico, dado el trasfondo de lo que por sí mismo explica.
Calleja nos desmenuza la implicación que tiene el uso de unos u otros conceptos y nos introduce en el análisis de los marcos léxicos que construyen el mundo para dejar claro, ¡que si!, que el lenguaje es también un instrumento para transmitir la idea patriarcal de superioridad masculina.
El capítulo tercero del libro muestra algo más que la vocación periodística de Calleja. Aquí el periodista se posiciona y lo hace de manera declarativa en el primer párrafo de ese capítulo:
Los periodistas no podemos ser neutros ni neutrales. Debemos buscar la verdad, contar lo que pasa, ser profesionales y honestos. Debemos ser rigurosos, pero no podemos mostrarnos equidistantes de víctimas y victimarios. No cabe equidistancia con respecto a un hombre que asesina y una mujer que es asesinada, con respecto a un hombre que humilla, pega, maltrata durante meses o años y una mujer que vive aterrorizada por su pareja o expareja, que es humillada, maltratada o asesinada. No cabe bisetriz moral entre un maltratador y una maltratada, entre el que aterroriza y la aterrorizada, ente un criminal y una víctima. (J.M.CALLEJA)
Calleja reclama ética periodística en el tratamiento de estas informaciones y deja claro que “informar bien no significa igualar opiniones o testimonios que no pueden ser equiparables”. Reniega del relato de la violencia contra las mujeres como sucesos, desmenuza, ejemplifica y -como profesor que es- apela a los periodistas para que renieguen de hacer relatos que parecen deducir las razones, y por tanto justificaciones, que impulsan a los hombres a esos crímenes. No se puede desde los relatos periodísticos armar simbólicos que justificarán acciones injustificables.
La estructura del libro toca todos los elementos de interés en la construcción de la noticia incluida las informaciones sobre las denuncias previas a un asesinato y como se puede influir en un relato periodístico para animar a las mujeres a dar pasos positivos para salir de la violencia.
El libro se sirve de referencias reales y se mete de lleno en la respuesta de la Justicia a esta violencia. Enfoca la esquizofrenia que supone que los relatos periodísticos tracen como sospechosas a las mujeres y muestra la necesidad de un acuerdo social y mediático similar al que se gestó contra el terrorismo etarra.
Como los ejemplos abundan, nos pone frente a uno de los casos más terribles de 2015 donde una justicia miope y prejuiciosa consintió que un individuo, durmiese en el Hospital con su víctima, tras haberla agredido brutalmente. Aquella miopía institucional hizo, en palabras de Calleja, que aquel individuo la matase dos veces.
¿La TV muestra bien la realidad?
Los dos últimos capítulos están dedicados al acoso impune contra mujeres y activistas en la red, y a la TV como el medio de credibilidad inherente.
Calleja describe a las imágenes como “algo inapelable” porque una imagen es percibida como verdad y hace reflexiones inquietantes, porque nos descubre al principal medio para construir simbología.
Desmenuza aquel eslogan de CNN “esta pasando lo estás viendo” para animarnos a reflexionar sobre como se monta, como se seleccionan y como se construyen los relatos audiovisuales, y deduce que incluso lo que estás viendo es interpretable, porque una cámara muestra un trozo de realidad y poniendo el foco en un aspecto oscurece o invisibiliza otro. Todo eso se hace, como se queja Calleja, «sin seleccionar, estructurar y jerarquizar» como se supone que exige el periodismo.
Calleja se compromete profesionalmente para acabar con la normalización del maltrato. Este libro solo lo podría haber escrito alguien con sentido ético del periodismo y con un sentido claro de las relaciones entre los géneros. Solo lo podía escribir quien conoce los mecanismos de construcción de la noticia y nos anima a diseccionarla para que ninguna supuesta neutralidad esconda el dolor y ponga el foco en la barbarie como un reclamo para obtener beneficios.
Estos son los periodistas que nos reconcilian con una profesión que está repensándose y con un periodismo que reclama a lectores y espectadores capacidad crítica para renegar de comprar y ver basura informativa.