Es difícil imaginar un término que suscite tanto nerviosismo como lo hace la palabra Feminismo. Y es normal que así sea, pues el feminismo se cuestiona el poder y la dominación masculina y busca derribar el patriarcado, que es el sistema de opresión más consolidado de todos los habidos.
Durante mucho tiempo me costó comprender por qué en un mundo donde 200 millones de mujeres y niñas han sufrido mutilación genital femenina, 1 de cada 3 mujeres sufrirá algún tipo de violencia a lo largo de su vida, la trata de niñas y mujeres con fines de explotación sexual sigue siendo el segundo negocio ilegal más lucrativo del mundo, la violación y las agresiones sexuales son, todavía, un arma de guerra o cada día son asesinadas cientos de mujeres por el hecho mismo de ser mujeres… lo que incomodara fuera la palabra feminismo y no la situación de desigualdad estructural, que se traduce en violencia machista, que sufrimos las mujeres.
Sentía frustración y la necesidad imperiosa de armarme de argumentos para combatir el machismo. Fue en vano. Ahora lo entiendo: les intentaba convencer de por qué debían renunciar a sus privilegios. Esto nunca es fácil.
Les intentaba convencer de por qué debían renunciar a sus privilegios. Esto nunca es fácil.
Todavía hay que explicar cuestiones tan de sentido común como que feminismo y machismo son teorías antagónicas, pues la primera es una teoría de la igualdad y la segunda una teoría de la desigualdad; o que el hembrismo no existe por dos razones: la primera, porque nunca ha habido ningún grupo de mujeres que defendiera la superioridad de estas frente a los varones y la segunda, y más importante, porque no existen estructuras de dominación femenina que permitan sustentar dicha teoría, como sucede con el patriarcado. Un grupo oprimido, como las mujeres, no pueden articularse para “discriminar” a su opresor. Haciendo un paralelismo, es igual que si buscásemos un término para hablar de negros/as que discriminan a blancos/as o pobres que discriminan a ricos/as. No hay estructuras políticas, sociales, culturales y económicas que permitan sustentar una discriminación a la inversa, de oprimidos/as a opresores/as.
Si vamos más lejos, aún queda gente a la que hay que explicarle que ni feminismo es sinónimo de mujer ni machismo lo es de hombre. En ese lamentable punto seguimos.
El rearme del neomachismo ha puesto en jaque las conquistas de la lucha feminista y ha conseguido desvalorizar el movimiento social y político que ha conquistado los derechos de la mitad de la humanidad: las mujeres.
La creencia de que los derechos de las mujeres los ha traído “el tiempo” minusvalora la lucha de muchas mujeres que acabaron en guillotinas, cárceles o cunetas, sufriendo las más absolutas cotas de violencia por defender nuestros derechos. Ningún tiempo nos dio a las mujeres derechos políticos, sociales, reproductivos, laborales, económicos etc., detrás de ellos hubo mujeres, con nombres y apellidos, que dieron su vida por todas nosotras.
La creencia de que los derechos de las mujeres los ha traído “el tiempo” minusvalora la lucha de muchas mujeres que acabaron en guillotinas, cárceles o cunetas…
Si a todo ello le sumamos que nos han borrado de libros, callejeros o, incluso, de la memoria popular, el caldo de cultivo para infravalorarnos es más que oportuno.
Como lo hiciera en el primer texto que publiqué en Tribuna Feminista, reivindico la educación en valores de igualdad. Reivindico la presencia de las mujeres en el ámbito de lo público, y esto pasa también por lo simbólico: el lenguaje. Queremos más fotografías con presencia equitativa de mujeres y hombres. Más libros en los que nos hablen de científicas, pintoras, maestras, médicas, abogadas, actrices, ingenieras, escritoras etc. En definitiva: queremos estar y, además, que se nos vea. Y de este modo avanzar en la revalorización y el empoderamiento de las mujeres, y de forma más ambiciosa si cabe fomentar referentes femeninos en niñas y mujeres.