La cultura de la violación también mata

Natalia Salvo Casaus
Natalia Salvo Casaus
Ex-Directora del Instituto Aragonés de la Mujer. Licenciada en Historia, especialidad en Historia de las Mujeres y estudios feministas.
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No me duele el útero. Me duele el alma”, dice la mujer violada por 30 hombres en Brasil, país donde cada 11 minutos es violada una niña o una mujer.

La tolerancia social hacia la violencia contra las mujeres es una de las batallas más duras que debe librar el feminismo, pues es esta aceptación social la que perpetúa la violencia y el machismo de la forma más dolorosa e hiriente. La aceptación de la prostitución, una de las más crueles manifestaciones de violencia machista. La cultura de la violación, profundamente asentada en las sociedades patriarcales. La desvalorización constante de las mujeres y la transmisión de estereotipos sexistas en los medios de comunicación o la culpabilidad, directa e indirecta, son un lastre absoluto para la vida y la libertad de las mujeres.

KKKAnte una violación, el cuestionamiento de la actitud de las mujeres, de su ropa, de los lugares por donde transitan o, incluso, la utilización de todo lo anteriormente mencionado para justificar al violador, convierten a las víctimas en culpables. Nadie habla de la actitud del violador, de cómo iba vestido o de por dónde caminaba. Al final, el discurso se centra en las mujeres, y son éstas quienes soportan todo el peso de la culpa. Y son estos discursos los que perpetúan las violaciones, pues al final subyace la idea de que son las mujeres quienes no se cuidan de ser violadas, en lugar de articular discursos de condena unánime y sin fisuras de los violadores.

Esta creencia impregna también la educación sesgada que reciben hijos e hijas. A las mujeres se las educa en el temor constante ante los posibles peligros que conlleva ser mujer, mientras que no se dedica ningún esfuerzo en reforzar la educación de los hombres en parámetros de igualdad. En definitiva, dejen de educar mujeres temerosas y empiecen a educar hombres igualitarios, que no violenten, no acosen y no vejen a las mujeres.

Dejen de educar mujeres temerosas y empiecen a educar hombres igualitarios, que no violenten, no acosen y no vejen a las mujeres.

De la culpabilidad se pasa a la vergüenza. Y de la vergüenza al temor. No denuncian la violencia que sufren por el miedo a ser juzgadas, a no ser creídas. A los comentarios que otros hombres y otras mujeres puedan hacer de ellas. Al cuestionamiento de toda su vida para buscar justificaciones a su violación.

Para cambiar el mundo primero debemos empezar cambiándonos a nosotros/as mismos/as. Para combatir el machismo podemos comenzar cambiando nuestra actitud, dejando de justificarlo por activa o por pasiva.

Cuando las mujeres articulamos nuestra lucha feminista, el machismo se atemoriza. Y su violencia se intensifica, pero también renacen los más bellos lazos de la sororidad femenina. Y su violencia deja de atemorizarnos y nos argumenta para seguir luchando por sociedades más igualitarias, libres y dignas para las mujeres.

No somos un colectivo, somos la mitad de la humanidad. Nuestros son los espacios públicos y privados. Nuestro es el derecho a una vida libre, igualitaria, sin violencia contra nosotras.

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