Estamos desestabilizando al patriarcado y éste se defiende creando nuevos corsés con los que sujetarnos. No cabe duda de que hemos armado un buen lío. El cambio social producido por las ideas feministas es equivalente a la abolición de la esclavitud o al contrato social de la Revolución Francesa (eso, sí, solo para hombres). Tradicionalmente, hemos tenido a nuestra disposición celdas de castigo donde permanecer a cubierto de ansias de libertad, paralizadas por el miedo a lo desconocido que habría afuera. Las paredes del hogar lo han sido, y en muchos casos, lo siguen siendo. Los conventos, también. Pero en los últimos doscientos años se ha producido una desbandada general y una buena parte de las reclusas hemos salido corriendo hacia el exterior, haciéndonos ver y reclamando un espacio propio, colectivo e individual.
Pero el patriarcado no es fácil de vencer. Vuelve por donde solía con fuerzas renovadas, con el neo-capitalismo, la globalización y la comunicación virtual y universal como argumentos, intereses y métodos al servicio de su razón de ser: erradicar cualquier tentación de vernos libres en nuestras decisiones e iguales en cuanto a oportunidades.
Estos días anduvo por las redes un post de nuestra compañera de Tribuna, Pilar Aguilar, que llamó mucho la atención. Recordarán… una actriz que pisaba la alfombra roja de Cannes vestida con un desvestido de alta costura. Ella le llamó “burka occidental”. Está bien traída la comparación y el doble sentido es evidente. Cada época tiene su jaula para recluirnos a las mujeres y estamos viviendo una reacción muy dura, rápida y eficaz para construir en nuestras mentes, sobre todo entre las más jóvenes, espacios para encerrarnos. A falta de otros ropajes, nuestro cuerpo desnudo deviene en eficaz corsé, tanto por su aspecto como por el uso que se hace del mismo.
A falta de otros ropajes, nuestro cuerpo desnudo deviene en eficaz corsé, tanto por su aspecto como por el uso que se hace del mismo.
La exigencia de carnes prietas incluso a partir de la madurez vital, el planchado facial con aguja y tijera o con inyecciones paralizantes de la actividad muscular, tacones como rascacielos para que caminar o moverse sea una tortura que desmotive la acción, quirófanos dispuestos a transformarnos en adolescentes eternas en lucha permanente con el natural envejecimiento celular… Son muchos y muy elevados muros cuya mera presencia desanima y confunde.
Cada acción, cada avance en este campo, ha tenido su reacción. Unas veces abiertamente beligerante, otras, sutilmente inoculada a través de mensajes políticamente correctos pero con intenciones aviesas. No voy a recrearme en contar de nuevo el pasado. El histórico está cada vez más investigado y el reciente lo tenemos al alcance de la mano. Si querría, en cambio, analizar esta última -que no final- ofensiva que vivimos en las sociedades occidentales.
Hipersexualización de lo femenino
En estos nuevos modelos, nuestro cuerpo ha de ser expuesto al máximo para lo cual se nos impone una lucha contra nosotras mismas en la que la sensatez tiene que doblegarse para conseguir la aceptación de la mirada ajena. Las más jóvenes lo están padeciendo de una manera especialmente cruel. Los niveles de exigencia en los estándares que gustan al varón de hoy imponen un único modelo posible de belleza “sexy”, llevada a la exageración e inspirada por los estereotipos que la mafia del comercio sexual ha dado en normalizar a través, sobre todo, de los medios de comunicación de masas. La hipersexualización de las niñas desde la más tierna infancia es patética y peligrosa, pero el modelo se repite hasta la saciedad. El rosa ha vuelto rodeado de lentejuelas, prendas elásticas y maquillaje también para las más pequeñas. Pretenden devolvernos a “nuestro sitio” y neutralizar el efecto revolucionario de los nuevos paradigmas.
La hipersexualización de las niñas desde la más tierna infancia es patética y peligrosa, pero el modelo se repite hasta la saciedad. El rosa ha vuelto rodeado de lentejuelas, prendas elásticas y maquillaje también para las más pequeñas.
Algo habrá tenido que ver el cuestionamiento que el feminismo hace de los roles clásicos que nos fueron impuestos, a modo de división del trabajo, a lo largo de los tiempos: Eva, la madre reproductora y cuidadora, alejada del árbol del conocimiento, encerrada en lo privado. Lilith, el cuerpo de mujer utilizable para el placer, encerrada en lo público, entendido como compartido. Ya que nos hemos empeñado en salir del prototipo materno, nos llevan a todas al otro porque ambos son los espejos donde se nos enseña cómo debemos ser. En cualquiera de los casos, siempre en función de las necesidades y los deseos de la otra parte.
Porque el feminismo también ha cuestionado la propiedad. Es evidente que si no estamos entre rejas, o en una jaula, dejamos de tener propietario. Aquí entra en juego el gran vínculo entre patriarcado y capitalismo. La dominación de un sexo sobre el otro. Dominus-dómine. Señor… Amo: “o mía o de nadie, ni siquiera tuya…”
Porque el feminismo también ha cuestionado la propiedad. Es evidente que si no estamos entre rejas, o en una jaula, dejamos de tener propietario.
Y algo más, las feministas hemos convertido en demanda general la recuperación del derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo. El mismo al que se vuelve a ver como un envase para gestar o un juguete sexual para ser usado y arrinconado.
Somos muy ambiciosas… Y lo que falta por llegar. Por eso no debemos dejarnos confundir por los mensajes construidos para deconstruir a la nueva mujer, libre, con todos los derechos, incómoda para muchos, pero dispuesta a crecer sin límites hasta donde su interés y su capacidad le permitan. No obstante, es imprescindible que estemos alerta. A cada momento, muere una parte de nosotras como género y hay que hacerla renacer. Ya sabemos que la violencia machista busca castigo ejemplar y desestimiento. Pero lo seguiremos denunciando. Aprovecho para ello esta reflexión final sobre esa muerte social que es el silencio impuesto por la ocultación de los valores feministas, incluso, en personas de enorme relevancia pública.
A la pregunta de la periodista Rita Álvarez Tudela sobre “¿qué le gustaría ver en los próximos años?, Mary Beard, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, responde: “Me gustaría que las ventajas que ha traído el feminismo se propagasen de forma más extensa. Tristemente todavía creo que solo las mujeres más privilegiadas y con más recursos tienen la mayoría de esos beneficios. Y tampoco creo que lleguen a todos los espectros sociales, porque al aumentar la austeridad son las mujeres más pobres las que más sufren. También espero que la forma en la que hablamos de las mujeres y el lenguaje que usamos cambie. En el Reino Unido todavía es una especie de crítica decir que una mujer es ambiciosa, pero eso no ocurre cuando decimos que un hombre es ambicioso.”
Feminista ejerciente, entre los méritos valorados por el jurado que falló el premio no se menciona esta cualidad. Podríamos estar acostumbradas a que se ignore que intelectuales como Beard tengan activada la mirada violeta, pero, entonces, renunciaríamos al compromiso con la visibilización de la discriminación, de la desigualdad, de la violencia que generan el machismo rampante con su aliado, el capitalismo sin tapujos. Otra vuelta de tuerca más al candado de nuestras celdas de castigo.
Continuará. Continuaremos…