“Las mujeres cuidamos más porque va en nuestro ADN”. ¿Cuántas veces habremos escuchado frases como ésta, incluso en mujeres que han tenido que luchar fuertemente en su campo profesional? La respuesta se encuentra en el feminismo y en la necesidad de estructurar discursos desde la perspectiva de género, es decir, partiendo de la idea de que existe una desigualdad estructural que nos golpea a las mujeres en todos los ámbitos de la vida, especialmente en el ámbito laboral. Por otro lado es un error considerar que la construcción cultural tiene que ver con principios naturales o innatos a hombres y mujeres. Todas las estructuras sociales, políticas y económicas han estado sexuadas de acuerdo a los roles impuestos por el patriarcado.
Todas las estructuras sociales, políticas y económicas han estado sexuadas de acuerdo a los roles impuestos por el patriarcado.
La cultura se construye y, por ende, se (de)construye. Nada que atienda a parámetros culturales viene marcado por la naturaleza o la tradición, que es otra construcción cultural más. Detrás de todas ellas hay un discurso que, también, se construye (de manera interesada). Por tanto, las mujeres no cuidan más porque vaya implícito en una supuesta naturaleza femenina, sino porque hay una construcción cultural basada en un discurso verbal y no verbal que establece unos roles sexuados y atribuye a cada uno de ellos unos papeles que desempeñar. Por otro lado, creer que existe una naturaleza femenina es una forma de admitir que los estereotipos son una verdad irrefutable o, dicho de otro modo, dicha naturaleza femenina es una construcción cultural más en torno al ideal femenino del patriarcado.
La libertad a las mujeres nos la da, en buena medida, la emancipación económica, es decir, empleos dignos y bien remunerados.
Aquí encontramos uno de los errores de base: la igualdad no pasa porque una mujer con unas circunstancias propias haya alcanzado una posición tradicionalmente reservada a los hombres. La igualdad pasa porque mujeres y hombres puedan competir por alcanzar dicha posición en un camino sembrado de igualdad, y aquí es necesario articular un discurso feminista que ponga de relieve las desigualdades y dificultades estructurales que se encuentran las mujeres en el mercado de trabajo. Por ejemplificar, Victoria Kent alcanzó, en su época, una posición laboral y personal absolutamente inusual para las mujeres, pero jamás desarrolló una conciencia feminista que le hiciese cuestionarse las dificultades que el resto de mujeres, prácticamente la totalidad de mujeres de su época, tenían para el acceso al empleo, y sobre todo para el acceso a los puestos de mayor responsabilidad. Sin esa conciencia feminista será complicado que las compañeras que han alcanzado puestos de responsabilidad articulen discursos sobre empleabilidad, conciliación y corresponsabilidad desde la perspectiva de la igualdad real y efectiva.
Convenimos que la libertad a las mujeres nos la da, en buena medida, la emancipación económica, es decir, empleos dignos y bien remunerados. Para ello es fundamental implementar reformas de gran calado en la propia estructura del mercado laboral, creado por hombres y destinado fundamentalmente a los hombres. No basta con la igualdad salarial, que es importantísima, es necesario poner en marcha medidas que avancen hacia la conciliación y la corresponsabilidad reales y hacia un reparto equitativo y eficiente de los usos del tiempo.
Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero
Flora Tristán.