El presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari respondía así a los periodistas que le preguntaban por las declaraciones que había hecho su esposa días antes, criticando la gestión de su gobierno: «el lugar de mi esposa está en la cocina, en el salón y «en la otra habitación». Esto sucedía en una rueda de prensa que daba, casualmente, acompañado de la canciller alemana Angela Merkel.
Buhari dejaba claro ante los periodistas que la principal obligación de su mujer era la de «cuidar de él y de la casa». Un mensaje poco apropiado para un presidente de gobierno de un país que hace sólo unos meses, en abril, recibía la confirmación de que el Banco Mundial destinaría 530 millones de dólares en proyectos para favorecer la educación de niñas y adolescentes de 12 a 17 años, junto con Líbano y Pakistán.
La iniciativa fue anunciada por Jim Kim, presidente de este organismo, como respuesta al programa promovido por Michelle Obama, Let Girls Learn, cuyo objetivo es, precisamente, apoyar a los gobiernos para que impulsen la educación de las niñas con una inversión público-privada de recursos que «aumente las oportunidades de las niñas en áreas de conflicto o en crisis».
Las críticas de Aisha Buhari al gobierno de su marido parece que han servido para que el propio presidente quede en evidencia con unas declaraciones que poco o nada responden a las del dirigente de un país, que tiene que velar por el interés y los derechos de las ciudadanas y ciudadanos nigerianos.
Pero, sobre todo, reflejan las tradiciones y resistencias que las niñas de Nigeria tendrán que seguir venciendo para poder disfrutar de una educación que no las relegue a un papel de ciudadanas de segunda clase, demostrando que su sitio no está en la cocina, ni el en salón, ni «en la otra habitación».
Presidente de Nigeria: «el lugar de mi esposa está en la cocina, en el salón y en «la otra habitación»
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