Si eres uno de estos chicos a los que, cuando quedas con una chica, te encanta hablar de cine -“Zulueta, ¿no te suena? ¿Víctor Erice tampoco? Dirigieron un par de películas cada uno allá por los…”-, de música -“sí, a esos me los vi en el Primavera Sound. Ah, que tú fuiste al Low. Qué bien. ¿Pedimos la cuenta?”- y libros -“bueno, no creo que Houellebecq sea un misógino y un putero. Es polémico, trangresor… ¿no? ¿O qué?)- pero no para saber si compartís gustos sino para demostrar lo inteligente, cultivado e interesante que eres…
Si eres uno de estos chicos altamente politizados e informados sobre la actualidad de aquí, de Cuba, Venezuela y la China popular. Si además en tu mesilla de noche siempre tienes algo de Chomsky y estás en un sinvivir porque aún no te ha llegado el Le Monde diplomatique de octubre. Si (por supuesto) no tienes tele, te has quitado el doble check del whatsapp (“herramienta de control capitalista de esta sociedad hipervigilante que te obliga a estar permanentemente conectado”) y militas en algún partido (emergente) o algún colectivo porque te encanta tener un espacio dialéctico en el que compartir opiniones, cuando te da por dejar hablar al resto…
Si eres un mix de ambos o tienes un poquito de uno y un poquito de otro…
Si en definitiva, hablas mucho todo el rato en cualquier debate o asamblea…
Esta es tu guía (definitiva) con 10 claves que te ayudarán a saber cómo hablar (y cuánto) en espacios colectivos en los que, aunque no te lo creas, hay mucha gente que quiere participar compartiendo su opinión además de ti:
1. El turno de preguntas
Estás en una charla y las ponencias acaban de terminar. Se abre el turno de preguntas. Es muy importante, si vas a intervenir en el coloquio, que no te pongas demasiado ontológico yéndote a las raíces de los conceptos (“habéis estado hablando sobre gentrificación, pero a mí, antes que nada, me gustaría definir qué es VERDADERAMENTE la gentrificación”) porque te subes a la palmera y de ahí ya no te baja nadie. Y, a lo mejor, el nivel del debate es más terrenal, más de andar por casa.
¿Qué hacer entonces en ocasiones como ésta? Puedes aguantar un poco las ganas de hablar y ver cuál es el tono de las intervenciones. Así no quedas de pedante, no das una pereza mortal, ni coartas a gente a la que le cueste hablar y se quede sin intervenir porque piense que después de que hables tú (si es que queda tiempo) lo suyo va a sonar poco elaborado.
2. Ya has intervenido una vez….para qué dos
No has podido aguantarte y ya has expuesto todo lo que piensas y lo mucho que sabes, pero nadie ha comentado nada de lo que has compartido ni te ha interpelado en sus intervenciones. Es el momento de preguntarte, ¿para qué vas a hablar otra vez? Calcula rápidamente el grado de importancia que tiene lo que vas a decir en este segundo speech que te estás preparando. ¿No será mejor que guardes saliva y energía para las cañas de después -y ya ahí que te escuche quien quiera- que hacer perder el tiempo a la mesa de ponentes, que seguramente habrán cobrado poco o nada, y se querrán ir a sus casas? ¿No será mejor esperar a que haya otras personas que intervengan, por si acaso dijeran algo interesante y puedas aprender algo?
3. La cuota de participación femenina
Como tú en realidad eres consciente – porque ya te lo han mencionado alguna vez, sobre todo tus amigas- de que hablas mucho en este tipo de eventos, intentas ver si ya ha participado (al menos) una mujer, y darte tú mismo permiso para intervenir de nuevo. Que luego no tengan nada que reprocharte. Pero no está bien pensar “ea, ya han hablao dos chicas, la cuota está cubierta y el camino despejado. Allá voy”. Porque si luego vas a venir con el rollo de que eres feminista y bla bla bla, es mejor que empieces a practicarlo desde ya.
Deja que hablen las mujeres, no te fijes en la cuota, si es que has tenido el detalle de percatarte de eso. Ser feminista en este tipo de eventos consiste al final en algo muy simple, y para los hombres aún más: habla menos, deja hablar.
4. No es censura
Puede ser que una feminista te interpele durante un debate directamente y te diga que “vale ya de hablar. Que ya has intervenido suficiente”. Probablemente te enfades y digas “que eso es cortar tu libertad de expresión”, aunque ya sabemos todas que por dentro estás pensando: “esta feminazi de los cojones me está censurando”. Déjate de historias, no es censura. Es la forma pública y política que tenemos las mujeres de tomar la palabra y de reclamar espacios. Y si tenemos que hacerlo poniendo en evidencia a hombres como tú, lo vamos a hacer. Así que si ya te lo han hecho alguna vez, intenta que no te lo hagan dos.
5. No quieras también lo “otro”
Puede que tires de “victim-blaming” y te enzarces con la feminista de turno en una dialéctica inútil con argumentos tan poco elegantes como el de “decís que queréis igualdad pero al final estáis coartando la libertad de expresión de los hombres feministas…”. Llegadas a este punto hay que cortar el rollo, tronco. A ver si ahora, además de privilegios, los hombres vais a querer también lo otro. Que ya os decimos nosotras que no mola NADA.
6. Discusiones y okupaciones
Si la bronca da pie a un debate paralelo en el que se acaba hablando de la okupación de espacios y tiempos entre hombres y mujeres, y cómo estos se reproducen en espacios supuestamente de izquierdas en la que los chicos dicen que son feministas, pero luego algunos lo son regular y otros regular tirando a nada… No es el momento de mirar al techo, cuchichear con el colega de al lado (“pfff, éstas siempre hacen lo mismo”) o liarte un piti. Déjate de hacerte el loco y el ofendido y escucha, coño, que seguro que algo se te queda.
7. Practicando la humildad socrática
Ya es un hecho: la ronda de preguntas ha derivado en un debate sobre feminismo. Pues ve con cuidado cuando intervengas, no te pongas categórico y aplica siempre la humildad socrática (“en realidad, de feminismo, sólo sé que no sé nada. Y desde ahí, desde mi modesto conocimiento y mi experiencia como hombre con privilegios en una sociedad patriarcal….”). Y luego lo que tengas que decir. Clarito y rapidito.
Ésta es una forma muy honesta de asumir públicamente que, sólo porque eres hombre, de feminismo tienes mucho más que aprender y escuchar, que decir y opinar.
8. Temas que sí, temas que no
Las feministas se han hecho con el debate y han puesto sobre la mesa el tema de las violencias machistas (“¿ahora se dice “violencias” en plural?”) y de agresiones sexuales. Como tú eres un hombre feminista y, por supuesto, no te ves identificado con esos tíos machistas que hacen todas esas cosas horrorosas, no intervienes y te quedas agazapado esperando a poder hablar cuando vuelva a salir algo que sí que esté en tu amplísimo registro de-temas-feministas-de-los-que-lo-sé-todo.
Pero no vale hacerse el muerto mientras se habla de violencia machista y sexual, y luego saltar como si te hubiera picado una anaconda cuando salen temas como los derechos de las trabajadoras sexuales, el postporno y el poliamor.
9. Se te ve venir
Como ya sabemos que, a pesar de todo, vas a seguir interviniendo sí o sí (aunque las feministas te den el toque) y a continuar con la manía de alargar las charlas y debates hasta la extenuación, aquí va otro consejo que debes seguir escrupulosamente: si cuando hables lo vas a hacer en femenino- porque seas de los que apoyan el lenguaje inclusivo o porque tú siempre hablas de las “personas”- hazlo pero porque de verdad sientas los colores. Porque si no suena forzado y advenedizo. Y, luego en las cañas, se te ve venir desde lejos.
10. Habla menos. Escucha más.
#YPunto.