Tribuna Feminista, en colaboración con Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género en la cultura.
Estaba empezando a escribir este artículo cuando me llega un paquete de la editorial Hoja de Lata. Lo abro y me encuentro, qué alegría, con la segunda edición de Tea Rooms. ¿Cómo puede ser? Si su autora, Luisa Carnés, nacida en Madrid en 1905 y muerta en el exilio, en México, en 1964, es una desconocida; si de la editorial, la mayoría de nosotras no había oído hablar nunca tampoco… Pero es que se ha corrido la voz. Yo leí Tea Rooms este verano porque me habló de ella, con admiración, primero Belén Gopegui, después David Becerra (un joven crítico, autor de ensayos tan interesantes como La literatura de la no ideología y La guerra civil como moda literaria); últimamente la oigo comentar a muchas amigas feministas. Y es que Tea Rooms es un descubrimiento: una breve novela (doscientas páginas escasas) que retrata unos meses en la vida de una chica de clase obrera, Matilde, empleada en un salón de té de la Puerta del Sol, en el Madrid de los años 30.
A ese Madrid están llegando las novedades de la época: el cine, el metro, la máquina de escribir, el teléfono, el auto, el sándwich, el aeroplano… y Tea Rooms las pone en primer plano. En ese sentido es una novela de su época: comparte con la pintura surrealista y la literatura de entreguerras el inquietante protagonismo de los objetos, que parecen tener alma en la misma medida en que los seres humanos la pierden, convirtiéndose en piezas de la maquinaria económica, social o bélica. Pero es también una novela social, coral, sobre personajes de las clases populares, y en ese sentido es heredera de Galdós o de Pardo Bazán, y precursora de las grandes novelas corales de la posguerra: El Jarama de Sánchez Ferlosio, La colmena de Cela, Nuevas amistades de García Hortelano o la hace poco redescubierta La piqueta de Antonio Ferres. Solo que allí donde esos escritores, en general de un elevado nivel social y educativo, observaban desde fuera, Carnés narra desde dentro: ella dejó la escuela a los once años para trabajar en un taller de confección de sombreros. Y eso se nota en su conocimiento de los personajes, su intimidad con ellos.
Además de ser obrera, Carnés es mujer, y eso también se nota. Qué necesario era que la realidad del proletariado de los años 30 la describiera una mujer. Ella deja al descubierto eso que los autores varones no suelen mostrarnos: lo que la desigualdad entre clases y entre sexos supone, específicamente, para las mujeres. Tea Rooms se abre con la escena en que la protagonista recibe una oferta de empleo que implica, claramente (aunque su madre no quiera verlo, sea por ingenuidad o porque prefiere cerrar los ojos y pasar menos hambre) una componenda sexual; y se cierra con una joven pagando con la muerte una relación sexual que al hombre no le acarreará ninguna consecuencia. La indignación por este estado de cosas, por la injusticia de clases y la injusticia de género, atraviesa de principio al fin Tea Rooms. Novela por cierto -¿no lo había dicho?-magníficamente escrita.
Tea Rooms (Mujeres obreras)
Luisa Carnés
Epílogo de Antonio Plaza
Ed. Hoja de Lata, Madrid, 2016
(Edición original: 1934)