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Hombres débiles

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Aviso: contiene spoilers de las películas “Fuerza mayor” y “Animales nocturnos”
 
En Macbeth[1], la obra shakesperiana, Lady Macbeth, movida por la ambición, interpela a su marido sobre su virilidad cuando éste duda sobre matar o no al rey:
Lady Macbeth (I. vii):

Cuando te atrevías eras un hombre;

Y ser más de lo que eras te hacía

Ser mucho más hombre.

Lo mismo hará Malcolm, en la misma obra, al aconsejarle a Macduff: “Afróntalo como un hombre”, cuando le comunica el vil asesinato de sus hijos y de su mujer.
La hombría a la que se alude aquí consiste en no detenerse ante la ambición, en no dudar, en actuar exclusivamente en pro de los objetivos propuestos, sin vacilaciones de ningún tipo. Por otra parte, ir más allá de lo que uno es, podría ser una buena definición de valentía, de valor; eso que hace al hombre más hombre, según Lady Macbeth. Obviamente, desde los valores del modelo de masculinidad medieval, encarnados en la valentía del soldado, de la que luego se alejará Hamlet con su famosa y controvertida demora.
Este modelo de hombre “actuador” y vengativo, nada tiene que ver con los que ahora se representan en muchas de nuestras mejores obras de ficción; y no solo en la literatura[2] como me ocupé de analizar en otro lugar. En concreto, me gustaría traer como ejemplo hoy aquí dos películas, Fuerza mayor[3], y Animales nocturnos[4], que han contado con el favor de la crítica y del público y han sido premiadas en festivales como Cannes o Venecia. Es decir, dos obras que representan lo que la academia considera que es interpretar cinematográficamente el mundo, mostrar el imaginario cultural en el que nos movemos. En ambas, sus protagonistas son hombres débiles, expuestos en sendos momentos críticos de sus vidas que ilustraran, precisamente, y bien a las claras, su fragilidad.

“Fuerza Mayor”

En Fuerza mayor[5], se nos narra un episodio de una joven familia con dos hijos, aparentemente muy bien avenida, que pasa cinco días de vacaciones en la nieve. Todo transcurre como se espera que lo haga hasta que, inesperadamente, la caída de un peligroso alud, que se detiene a los pies de la misma terraza donde la familia almuerza, les transforma a todos. El padre, en lugar de proteger a sus hijos, como hará la madre abrazándolos y agrupándolos en su regazo, huye de allí corriendo, en un gesto tan espontáneo como comprometedor.

Los efectos que esta caída fálica del hombre ante los ojos de la mujer y de los hijos, de esta evidente muestra de cobardía, serán el desencadenante de una crisis familiar y de la pareja, cuyo desarrollo constituye el eje de la película. Tras la caída, y la exposición de la crisis, el argumento se desplaza hacia la reparación que, con la participación activa de la madre, se intentará hacer de la imagen dañada del hombre.
La mujer restituirá el valor perdido del padre ante los hijos con una argucia que lo repara como protector del grupo familiar. Posteriormente, ella misma aceptará la debilidad de su marido, al menos en apariencia[6]. La interpretación del actor Johannes Bah Kunhke, desnudo, de un llanto desgarrado y sobrecogedor de arrepentimiento, arrodillado junto a su esposa y con la posterior presencia de los hijos, es central en este punto. Arrepentido y avergonzado, el marido confesará entre sollozos otros “desfallecimientos” como padre, otras infidelidades a su pareja. Ámame así, vulnerable, débil, arrepentido, porque no puedo ser otro, parece decirle.
Hacia el final hay una escena que, a mi juicio, resume el porvenir que su director, Ruben Östlund, propone. Cuando los turistas abandonan la estación de invierno concluida su estancia, el autobús que les transporta hacia el valle está conducido por un conductor irresponsable que temen que pueda poner en riesgo sus vidas. Los pasajeros, excepto una mujer[7], capitaneados por la madre de la familia protagonista, que advierte el peligro, descenderán del autobús dejando sus equipajes a bordo, y caminarán por la pendiente que les devuelve a la civilización, en un grupo que reproduce icónicamente la tribu primitiva: mujeres y hombres caminan juntos, estos cargan con los niños cansados sobre los hombros, decididos, hacia delante, porque juntos también habrán de vérselas con estas nuevas masculinidades y feminidades, reinventando una humanidad distinta.

“Animales Nocturnos”

Animales nocturnos, la película de Tom Ford nos cuenta dos historias que corren paralelas. Por un lado la de una mujer, Susan, galerista de éxito y casada en la actualidad con un médico coleccionista de arte que le es infiel. Susan recibe el manuscrito de una novela de su ex marido, con quien convivió durante dos años y a quien dejó por el actual porque no tenía suficiente ambición. El joven primer marido de Susan quería ser escritor, era un “hombre bueno”, y también “un hombre débil”, aspecto que se reitera en la película de diversas formas, y que coincidirá con las características principales de otro hombre (interpretado por el mismo actor), protagonista de la novela “Animales nocturnos”, como se titula el manuscrito que Susan lee.

Por otro lado, intercalada con la primera, seguimos la historia que cuenta esa novela: la de un hombre también débil que ha perdido a su mujer y su hija en un episodio violento en el que su participación y valentía podrían ponerse en duda. La respuesta de este hombre a lo sucedido nos permitirá comparar su “debilidad” con la psicopatía de quienes violan y matan a su hija y a su mujer, y con la “virilidad” más convencional de un policía que va a morir de cáncer y que investigará los hechos hasta el final, aun recurriendo a métodos por fuera de la ley. Estos hombres viriles, muestran, como en Macbeth, una hombría medieval, que va más allá de la ley en pro de sus objetivos.
Los tres violadores asesinos y el detective funcionan como la antítesis del “hombre bueno” protagonista, que no sabe/no puede defender a su familia, que necesita el apoyo del detective para “vengarse”, que nunca ha querido la violencia ni desea matar a nadie. Un hombre que llorará muchas veces sin ocultar el rostro, como también vimos en Fuerza mayor. La venganza, cuando la realice él mismo, será autodestructiva (y lamento aquí el inevitable spoiler).
Sin embargo, en el mundo de Susan, la venganza de su ex marido se servirá en plato frío y carecerá de la violencia que el mundo de los hombres patriarcales del cine nos ha mostrado casi siempre, y que aquí representa el policía. El carácter de esta nueva venganza del hombre débil será casi simbólico, pero igualmente demoledor para la víctima: la Susan que le abandonó por otro.
En una escena final, el ex marido escritor y ella se citan veinte años después de su divorcio en un exquisito restaurante japonés; la mujer se acicala previamente, seductora, y espera que aparezca el hombre a quien, al parecer, ha empezado a admirar a través de la lectura de su novela. Sin embargo, el tiempo pasa y él no aparece. La inversión del poder está presente en este abandono simbólico del hombre previamente abandonado mediante fotogramas escogidos y precisos que lo patentizan a través del rostro de la mujer mientras espera. Pero el gesto es en sí mismo inofensivo, si bien Susan experimentará sus consecuencias en términos de frustración, ya que su vida afectiva, se nos ha contado, es un fracaso que quiere ilusoriamente remontar con esa cita fallida.

Late en ambas películas una misma pregunta que no pretende encontrar una respuesta definitiva: ¿están las mujeres preparadas para amar a los “hombres débiles”?

Y, ¿qué efectos inconscientes tiene este nuevo modelo de masculinidad no-convencional en las mujeres? En Fuerza mayor, el director propone un futuro en el que irremediablemente debemos estar juntos y aprender a convivir, redefiniendo los roles; una tribu moderna que, en las relaciones interpersonales, carece de tecnología para enfrentarse a la convivencia que se le exige (los ordenadores y los móviles han quedado casi todos en el autobús), pues, de momento, todavía son hombres y mujeres quienes tienen los hijos, y han de educarlos de alguna manera “juntos”.
En Animales nocturnos la nebulosa es mayor. Susan puede volver a valorar a su exmarido después de leer su novela, que la conmueve, en la que un hombre bueno herido se venga finalmente del asesinato de su familia. Al comienzo de la película, en una conversación de Susan con su madre, previa a su matrimonio con el aspirante a escritor, ésta le advierte de que él no será una buena pareja, pues se trata de un hombre débil y sin aspiraciones que no participa de los valores familiares de su hija. Pero Susan le responde que no debe creer que ambas sean iguales; esto es, que ella no comparte esos mismos valores. Es ahí cuando, haciendo gala de una frialdad que sorprende, la madre le contesta con convicción: “Todas acabamos pareciéndonos a nuestras madres”.
Es importante subrayar esta escena en la que la transmisión del patriarcado se advierte de forma tan patente: la madre es una mujer que Susan califica de “católica y republicana”, que valora el dinero y el éxito, y que ella repudia. Pero finalmente la hija acabará casándose con un hombre rico y seductor y, a pesar de admirar la decisión de su primer marido de convertirse en escritor, no podrá alargar su convivencia con él más de dos años, durante los cuales este le recordará repetidas veces, en respuesta a sus reproches: “hablas como tu madre”. Ella lo quiere, sí, pero el determinismo de su educación republicana y católica, de los valores patriarcales que “marcan” el papel masculino en una determinada dirección que el joven no cumple, triunfan sobre sus aspiraciones artísticas, sus diferencias con sus progenitores y su amor hacia él.
Disociados entre unas identificaciones patriarcales impuestas, y otras igualitarias adquiridas por elección, muchas mujeres y muchos hombres de hoy tienen que realizar una tarea hercúlea para luchar contra esos aprendizajes patriarcales, si quieren aprender a convivir con esa partición interna y con el otro. Una lucha constante, de tensiones sutiles y de matices múltiples, que se despliegan, dinámicos y distintos, en diferentes circunstancias de la vida.

Disociados entre unas identificaciones patriarcales impuestas, y otras igualitarias adquiridas por elección, muchas mujeres y muchos hombres de hoy tienen que realizar una tarea hercúlea para luchar contra esos aprendizajes patriarcales, si quieren aprender a convivir con esa partición interna y con el otro.

La mujer que desea una relación igualitaria puede sufrir los efectos inconscientes de su educación patriarcal y dejar de desear o, incluso, menospreciar, al hombre que no represente la masculinidad hegemónica, por más que conscientemente ella también la rechace. El hombre que desea la igualdad puede encontrar a su compañera menos amable y deseable cuanto más afirmada se muestre. Los dos quieren convivir en paz, pero la paz está lejos de habitar esta transición entre identidades a la que nos enfrentamos, que estas dos películas intentan mostrar a su manera.
En una entrevista publicada en XL Semanal[8], Mario Casas, un joven actor de moda, confesaba lo siguiente: “Para ligar, lo que más me funciona es sacar la testosterona esa que a un hombre le hace sentirse con más hombría, con más poder (ríe)”. En esta respuesta tan simple, observamos la paradoja: hay que sacar la testosterona “esa” que a un hombre le hace sentirse con más hombría. Pero esa afirmación machista hay que mitigarla con la risa, pues ya no se trata de apelar a una hombría unánimemente compartida, el ideal que Macbeth y lady Macbeth no ponen en entredicho jamás, sino otra, contradictoria e incómoda, que se desplaza del centro, que se finge, que hay que “sacar” a escena… para ligar.
Una máscara de masculinidad convencional que en muchos hombres oculta, esperemos que sea así, otra masculinidad, menos testosterónica, más débil.
 


[1] Shakespeare, William, Macbeth, traducción Ángel-Luis Pujante, Colección Austral, 1995
[2] A analizar lo que llamo “feminización de la literatura escrita por hombres”, he dedicado un artículo, “La feminización de la literatura escrita por hombres, de García Márquez a J.R. Moehringer”, donde repaso la obra de diferentes autores contemporáneos, tanto españoles como extranjeros, cuyos protagonistas masculinos exhiben una vulnerabilidad fuera de toda duda. Vulnerabilidad, declarados modelos femeninos en la formación de su identidad, procrastinación y dudas respecto a su ejercicio paternal, son rasgos que se repiten en estos nuevos modelos de masculinidad que reflejan muchos de nuestros escritores contemporáneos y que, a mi entender, apuntan a una tendencia.
[3] Turist (2014), guión y dirección de Ruben Östlund, Plattform Produktion / Swedish Film Institute / Film I Vast / Essential Filmproduktion.
[4] Nocturnal Animals (2016), guión y dirección de Tom Ford, basado en una novela de Austin Wright.
[5] En el análisis de ambas películas seguiré un hilo argumental único con fines expositivos, abandonando otros aspectos importantes que nos desviarían de nuestro propósito, y que ambas también contienen.
[6] Creo que esta mujer fuerte y “prudente” puede ser interpretada como una mujer y una madre convencional. En el película no se nos dice que trabaje, aunque podemos pensar que sí, analizar este personaje nos desvía del tema que quiero tratar aquí; lamento no poder agotar las derivaciones de esta obra.
[7] Esta mujer, que tiene una relación matrimonial abierta, y pasa sus vacaciones en solitario, estableciendo relaciones puntuales con diferentes hombres, es la antítesis de la protagonista. Como lo es, en otro sentido, la pareja de un amigo que viene a visitarlos con su joven novia, veinte años menor que él. Un muestrario de “soluciones” contemporáneas a la convivencia afectiva entre hombres y mujeres que podríamos analizar, como dije, pero que nos desviaría de nuestro actual propósito.
[8] XL semanal, 1520, del 11 al 17 de diciembre de 2016. Entrevista de Virginia Drake.

 
 
 

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