Recambio generacional y «trabajo sexual»

Juana Gallego Ayala
Juana Gallego Ayala
Juana Gallego, vicesecretaria primera del Partido Feministas al Congreso. Profesora de Periodismo en la UAB
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Tribuna Feminista me ofrece la posibilidad de escribir sobre temas que considere de interés. Aprovechando esta amable invitación pienso que en un momento de desconcierto e incertidumbre como el que vivimos es cuando más falta hace ofrecer elementos de reflexión sobre aquellas cuestiones que sobrevuelan nuestro panorama político o social, pero sobre las cuales muchas veces no nos atrevemos a posicionarnos para no parecer anacrónicas, poco modernas o directamente reaccionarias. Uno de esos temas es el de la prostitución, al que en el título he optado por denominar trabajo sexual para eliminar connotaciones peyorativas y situarnos, no en lo que algunos denominan «la trata», sino en el ejercicio que muchos defienden como opción elegida con total libertad.

Supongo que todas aquellas personas favorables a la legalización o regularización de la prostitución considerarán este hecho como una buena noticia, pues significa que hay recambio generacional

Hace unos días leía en el periódico que la edad de los clientes de la prostitución se había reducido y que los locales dedicados al sexo de pago empezaban a llenarse de veinteañeros que acudían a esta práctica como parte del ocio o la diversión del fin de semana. Supongo que todas aquellas personas favorables a la legalización o regularización de la prostitución considerarán este hecho como una buena noticia, pues significa que hay recambio generacional entre los clientes de una actividad que muchos asociaban a «hombres de cierta edad, a veces encorbatados», según decía un veterano inspector de policía en la noticia referida. Una actividad económica para la que no hay demanda acaba por desaparecer, así que el hecho de que la prostitución se vea rejuvenecida por hordas de jóvenes usuarios (¿estudiantes de instituto? ¿universitarios? ¿ni-nis?) debe ser acogida con alivio por quienes consideran que es un trabajo como otro cualquiera que hay que proteger y regularizar.
Esta reducción de la edad del cliente de la prostitución no es más que la consecuencia lógica del trabajo ideológico que se viene llevando a cabo por parte de colectivos, partidos, empresas, influencers e incluso instituciones sobre las supuestas «bondades» del trabajo sexual. Y como las ideologías no funcionan sino cohesionadamente, ahí están series de televisión como The Girlfriend Experience, Secret Diary of a Lost Girl, películas como Joven y bonita o Ellas, entre otros muchos productos mediáticos, videoclips, cómics, canciones, etc. que nos ilustran sobre lo muy lucrativo, fácil, divertido, cómodo y emancipador que es ejercer el trabajo sexual.
¿De qué nos extrañamos, pues, que los jóvenes adopten la costumbre de ir de putas como parte de sus ratos de ocio y diversión? ¿Acaso ignoramos que la misma práctica social puede ser percibida como positiva o como negativa dependiendo de qué discursos se sustenten y difundan sobre ella? ¿Nadie recuerda ya que en este país fumaban hasta los cirujanos en las salas de operaciones y que gracias al trabajo discursivo, las campañas y las leyes hoy día se ha reducido y desprestigiado el hábito de fumar? ¿Nadie recuerda ya que no hace mucho tiempo la violencia contra las mujeres era una práctica absolutamente aceptada y tolerada y que gracias al trabajo de concienciación cada día, pese a su pervivencia, existe más sensibilidad hacia este tema y mayor rechazo social? ¿No se está tratando de concienciar a la ciudadanía contra el maltrato animal?

Qué modernos, esos chicos jóvenes que se van al puticlub -como iban sus abuelos, sus padres y sus tíos-, echan una ojeada entre las chicas puestas en fila, le preguntan el precio…

Si todos esos grupos y entidades tan favorables al trabajo sexual, en vez de cantar loas a la prostitución se hubiesen comprometido a elaborar campañas, discursos y mensajes que la presentaran como una modalidad indeseable de relación sexual, como una muestra más de violencia, como una opción anacrónica a la que unos jóvenes sanos y concienciados no contemplaran tan siquiera la posibilidad de tener que recurrir; si en lugar de definir y apostar por la prostitución como un trabajo como otro cualquiera se hubiera optado por demandar una educación sexual igualitaria entre chicos y chicas, respetuosa con las mujeres, una educación que cuestionara las relaciones de poder, una educación que potenciara una sexualidad basada en el intercambio libre entre iguales… Pero no, es más fácil subirse al carro neoliberal y apelar a la sacrosanta libertad individual. Qué modernos, esos chicos jóvenes que se van al puticlub -como iban sus abuelos, sus padres y sus tíos-, echan una ojeada entre las chicas puestas en fila, le preguntan el precio, suben al cubículo y después de un sexo frío e impersonal se van a casa satisfechos de haber actuado como un hombre, contentos y felices por haberlo pasado tan bien. Qué risa me da.
 

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