Estaba leyendo una noticia que llega desde Pakistan, donde han lanzado una aplicación que permite a las mujeres denunciar casos de acoso sexual en la calle.
El acoso (mirarte de arriba a abajo, hacerte comentarios obscenos sobre tu cuerpo) es algo que me afectó mucho cuando era joven. Comenzó cuando apenas era una niña de 13 y en cuanto mi cuerpo empezó a desarrollarse.
Los hombres me acosaban en todas partes; en la calle, en los ascensores, en la playa, hasta en el Hipercor comparando marcas de papel de wáter.
Los hombres me acosaban en todas partes; en la calle, en los ascensores, en la playa, hasta en el Hipercor comparando marcas de papel de váter. Daba igual que llevara puesta una falda o unos pantalones, con el pelo recogido o suelto o corto; o sola o con amigas. En una ocasión un hombre se me echó encima cuando estaba en la playa recogiendo conchas, y en otra, un grupo de chicos me golpeó al pasar. Yo pensaba que era algo que me ocurría por ser mujer, que no se podía evitar. El acoso continuó estando embarazada y cuando mi hijo era pequeño. Solo había una situación en la que los hombres no se metían conmigo: si iba acompañada de otro hombre. Y es que ellos no respetan a las mujeres, pero a otro hombre, sí.
Respecto a este último punto: Yo tenía 19 años, vivía en una pequeña ciudad del sur de España y todavía no me había “echado” novio. Queriendo integrarme en el sistema y cediendo a la presión social accedí a hacerme novia de un chico del círculo en el que me movía. El problema es que parte del noviazgo son las relaciones sexuales y yo no quería acostarme con él. La idea de follar con este chico me parecía tan apetecible como asistir a una sesión plenaria de la conferencia episcopal. O sea, que no me ponía absolutamente nada. Él, por el contrario, lo estaba deseando. Había una callejuela protegida de las luces nocturnas por unos árboles donde la gente iba a sobarse, y él siempre intentaba que acabáramos el día allí. En cuanto notaba sus tentáculos manosearme un poco, yo salía pitando con la primera excusa que se me pasara por la cabeza (“¿que son esas luces, un ovni???”).
Mi madre me dijo que mi “novio” no le caía muy bien, pero que estaba encantada de que él fuera mi guardaespaldas
Mi madre, la cual estaba siempre muy pendiente de su prole, me dijo que mi “novio” no le caía muy bien, pero que estaba encantada de que él fuera mi guardaespaldas y los tíos me dejaran en paz. Ella no se había dado cuenta de que yo había cambiado el acoso sexual en la calle por el de mi pareja.
Unos meses más tarde (en los que seguíamos sin follar el novio y yo), mi familia se fue una semana a Londres. Cometí el error de comentárselo a este chico. Inmediatamente su rostro se iluminó pensando en las orgías que, ya por fin solos íbamos a poder montarnos en mi casa. Y es que, hasta ahora yo había conseguido que no tuviéramos relaciones con la excusa de que no teníamos ningún lugar donde “hacerlo” (cosa fácil, que los dos vivíamos con nuestras familias).
Yo, sin embargo, tenía otras ideas. A esas alturas, en las que llevábamos ya varios meses de noviazgo, yo ya sabía que, si solo la idea de verlo en calzoncillos me daba arcadas, no iba a poder soportar el resto. Recuerdo muy bien que me las ingenié para que él pensara que yo no estaba en mi casa. Ignoré sus llamadas por el telefonillo, cerré todas las ventanas con persianas para que no se viera luz desde afuera y leía con una linterna etc. Cuando al final de la semana me lo encontré “casualmente”, le dije que había estado con mi familia en Estepona.
Poco después lo dejé. Me di cuenta de que no tenía por qué aguantar un noviazgo simplemente para ser “normal”
Poco después lo dejé. Me di cuenta de que no tenía por qué aguantar un noviazgo simplemente para ser “normal” y que estaba harta de que el novio me llamara frígida (el pobre no superaba que yo no cayera rendida a sus encantos). Él estaba furioso (“deberías estar agradecida de que no te haya violado” me soltó). Si hubiese conocido el feminismo en aquella época, le hubiera dicho que mi cuerpo es mío y yo me acuesto con quien me da la gana. Y también hubiera sabido que el acoso callejero es una manera de humillar a las mujeres y ponernos en nuestro sitio.
Pero yo entonces no había descubierto el feminismo aún. Sola en la calle otra vez, el acoso de los desconocidos regresó.