Maternidad: más allá de los deseos

Natalia Salvo Casaus
Natalia Salvo Casaus
Ex-Directora del Instituto Aragonés de la Mujer. Licenciada en Historia, especialidad en Historia de las Mujeres y estudios feministas.
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Comenzaré diciendo que no soy madre y, en mi fuero interno, ni siquiera sé si quiero serlo. Pero soy una mujer que convivo con la injusticia, la desigualdad y los mares de desprecio de los que hablaba Gioconda Belli.

Naciones Unidas estima que, en 2015, se produjeron 303.000 muertes de mujeres durante el embarazo y el parto. Esta cifra supone la muerte de una mujer durante este proceso cada 2 minutos. La maternidad y el parto constituyen una de las principales causas de mortalidad femenina en el mundo. Un hecho que no es ninguna novedad a poco que conozcamos algo de Historia.

Desde nuestra mirada puramente occidental obviamos que el embarazo y el parto constituyen un riesgo alto para la salud de las mujeres, y en los peores casos la muerte.

Desde nuestra mirada puramente occidental obviamos que el embarazo y el parto constituyen un riesgo alto para la salud de las mujeres, y en los peores casos la muerte. Desde nuestra realidad de mujeres que vivimos en países con sistemas sanitarios donde los embarazos y los partos se medicalizan no queremos ver la realidad en la que viven el 70% de las mujeres que no tienen la posibilidad de atención médica garantizada durante su maternidad.

Es importante no cerrar los ojos ante esta realidad a la hora de defender que la maternidad entraña riesgos, sobre todo en un momento en el que el negocio de los vientres de alquiler empieza a convertirse en una dolorosa realidad, y que por tanto plantearse siquiera una regulación de esta práctica, al margen de apuntalar la mercantilización de los cuerpos de las mujeres en el libre mercado y la feminización de la pobreza, supone situarlas en una posición de riesgo que puede conllevarles la muerte, pues la mayoría de las mujeres que se prestan a engendrar los hijos o las hijas de otras personas son mujeres pobres sin recursos que se ven abocadas a ello. Hablo de ese sistema en el que los deseos prevalecen por encima de los derechos. El sistema en el que aquella vieja premisa de “lo quiero y lo compro porque puedo” triunfa. Es, en definitiva, el sistema capitalista en su máxima expresión.

Supone situarlas en una posición de riesgo que puede conllevarles la muerte, pues la mayoría de las mujeres que se prestan a engendrar los hijos o las hijas de otras personas son mujeres pobres sin recursos que se ven abocadas a ello

En esta vida todo no se compra y todo no se vende. Aquella vieja frase que tantas veces hemos escuchado en multitud de películas, “ponle precio”, es eso, ciencia ficción. Vivimos en un sistema que abre brechas allá por donde pasa. Un sistema en el que las mujeres siempre perdemos. El feminismo o es global, o no es feminismo. Nuestra realidad no puede situarnos en una posición de prevalencia y cubrirnos los ojos ante la realidad que viven otras mujeres en el mundo.

El feminismo o es global, o no es feminismo

Reitero que no soy madre pero puedo imaginar la sensación de felicidad que entraña. Nadie cuestiona ninguno de los modelos de familias existentes y la belleza que supone para muchas personas la maternidad/paternidad. El problema subyace cuando se pretenden imponer los deseos, por muy bellos que estos sean, a los derechos de las mujeres. Aquí empezamos a perder por goleada.

Creo, y lo creo firmemente, que hay que trabajar para facilitar los procesos de adopción a todas las familias. Acortar burocracia y trabajar desde la cooperación al desarrollo para que muchos países que ponen vetos a determinados modelos de familias, fundamentalmente parejas del mismo sexo, comiencen a eliminarlos. Hay muchos niños y muchas niñas que necesitan una familia, no es necesario comprar el útero de una mujer pobre si lo que se desea es ser padre o madre.

No me cansaré de repetir que el mito de la libre elección en un sistema patriarcal es nuestra peor mentira.

Como mujer y como feminista jamás podré abrazar ninguna práctica que suponga seguir socavando la desigualdad estructural que sufrimos. No me cansaré de repetir que el mito de la libre elección en un sistema patriarcal es nuestra peor mentira. No lo elegimos, nos lo imponen.

 

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