Decididamente el machismo embrutece lo más grande.
Da igual el tema que se toque: el patriarcado ciega la mirada y la inteligencia poniéndoles unas tremendas orejeras que solo dejan ver el rabo (propiamente dicho) del que va delante marcando el tolón-tolón.
Eso deduzco leyendo la reseña de Ignacio Zafra sobre una exposición titulada El sexo en la época Romana (Museo de Prehistoria de Valencia).
Empieza preguntando: “¿Cómo eran los romanos en la cama?”.
Claro, con esta manía que tienen de seguir las normas de la RAE, una no sabe si se refieren a los romanos, ellos propiamente dichos, o si incluye a las romanas. Ignacio Zafra entra en materia sin aclarar ese punto. Señala “que el sexo era mucho más entretenido en época romana fuera que dentro del matrimonio”. ¡Ah! Interesante. Sigo leyendo: «Entre casados, al menos en una primera época, el sexo era más una obligación que una devoción. Su fin era sobre todo el de perpetuar la estirpe».
Tal y como están formuladas ambas afirmaciones parece como si no hubiera diferencias entre hombres y mujeres. Pero una, que es una malvada feminista, está ojo avizor y, siguiendo las enseñanzas de Celia Amorós, practica la hermenéutica de la sospecha. De modo que me pregunto: “El sexo era más entretenido”… el sexo ¿de quién?… Y ya directamente me mosqueo ante el párrafo del matrimonio porque si algo no soportan las leyes patriarcales es que la “estirpe” no esté garantizada. Y la estirpe es siempre viril. Ya decía Aristóteles (gran inteligencia obnubilada, sin embargo, en todo lo relativo a las mujeres) que éramos vasijas, receptáculos donde los varones depositan sus valiosísimas semillas a fin de obtener, pasado el tiempo estipulado, ejemplares de su estirpe con el sello de garantía (o sea, lo mismo que buscan los partidarios de los vientres de alquiler hoy en día). Pero, claro, para que la vasija ponedora alumbre un ser certificado 100% de la estirpe paterna, es impensable que la señora ande con unos y otros. Y, por ello, en todas las épocas y lugares, a las mujeres se les ha tenido sometidas a un estricto control y una estricta vigilancia…
Tal y como están formuladas ambas afirmaciones parece como si no hubiera diferencias entre hombres y mujeres. Pero una, que es una malvada feminista, está ojo avizor y, siguiendo las enseñanzas de Celia Amorós, practica la hermenéutica de la sospecha.
Pero Ignacio Zafra escribe en abstracto, sin pararse en esos “matices”. Solo más tarde señala que la sociedad romana era machista (¡oh, sorpresa!) y que a ellas se les aplicaban severos castigos en caso de adulterio. Nuestras sospechas se confirman: lo de “el sexo era mucho más entretenido fuera que dentro del matrimonio” era para ellos…
Ignacio Zafra no se da cuenta de las contradicciones en las constantemente cae y sigue afirmando alegremente: «la sociedad romana era extraordinariamente activa en lo referido a la sexualidad». ¿La sociedad romana o los hombres romanos?
Menos mal que la realidad se va colando incluso sin que él se dé cuenta. Así ocurre cuando cita a Catulo y Ovidio y señala que el libro Ars amatoria de este último está «dedicado sobre todo a las mujeres para darles las claves de cómo resultar más atractivas sexualmente».
¿Ellos no necesitaban ser atractivos? Uy, qué mal rollo me entra… Porque, a ver, no necesitar ser atractivos significa que podían satisfacer sus deseos sin que la otra los deseara… Evidente.
Pero, con todo, cabe preguntarse: bueno, pero ¿ellas disfrutaban en la cama?
He de daros una muy mala noticia: creo que no (o poco, o de rebote, o muy rara vez) porque según sigue diciendo Ignacio Zafra: practicar el cunnilingus era degradante para el hombre “al considerar que daba el rol dominante a la mujer». ¡Toma ya!
Como no podía ser menos, el lesbianismo estaba mal visto. La homosexualidad masculina, en cambio, se aprobaba dentro de unos límites (al modo griego: no entre hombres de la misma edad sino entre joven/mayor o viceversa).
Había, sin embargo, una pequeña restricción al placer masculino: las felaciones eran aceptables si las practicaba una esclava o una prostituta, pero con la legítima esposa no resultaban del todo bien vistas. ¡Caprichos del patriarcado!
Había, sin embargo, una pequeña restricción al placer masculino: las felaciones eran aceptables si las practicaba una esclava o una prostituta, pero con la legítima esposa no resultaban del todo bien vistas. ¡Caprichos del patriarcado! Pero no os preocupéis porque, como rápidamente aclara Ignacio Zafra, la prostitución «estaba completamente consentida y era una fuente importante de ingresos para el Estado»—. ¡Anda castaña! el disgusto que se van a llevar tod@s l@s los que creen ser vanguardistas sosteniendo que la prostitución es de lo más supermodernoguay y que legalizarla e incrementar las arcas del estado con ella es un avance tremendamente innovador para la humanidad.
De penetración anal no dice nada pero ya nos figuramos…
O sea y en resumen: Sexo divertido, quizá, pero solo para ellos. Para ellas era: “Vuélvete Carpurnia (la mujer de Julio César) para que te la meta”.
Y quien dice Calpurnia dice Claudia, dice Julia, Terencia, Veturia, Pomponia o Marciana, pero con el mismo mensaje: “Vuélvete que te la meta que quiero agrandar mi estirpe o que esta noche, con el frío que hace, me da pereza irme de putas”.
Visto lo visto, estaréis de acuerdo conmigo en que lo mejor que te podía suceder, siendo mujer, era que te eligieran vestal ¿no? Y tan ricamente. Igual que la opción de la pastora Marcela en El Quijote o las monjas de Bernini, que ya veis, por la cara que tienen, lo apenadas que andaban en sus transposiciones místicas…
Contestando a la pregunta del título “Roma Antigua ¿capital del placer?”: sí, del placer masculino.
Claro, que no echéis campanas al vuelo porque los delirios de los articulistas son igualmente enormes cuando tratan de las prácticas sexuales en la actualidad como ya dije en otro artículo.
Pero eso lo vamos a cambiar, lo estamos cambiando ya: ¡Viva el deseo y el placer compartidos! ¡Abajo la sexualidad centrada en la genitalidad masculina!