Esta vacaciones tenía planeado escribir sobre una nueva novelista guineoecuatoriana, Melibea Obono (1982-). Quería celebrar la buena noticia de que, por fin, aparecía en la literatura guineoecuatoriana una novelista que por su calidad pudiera seguir la estela de otra escritora, María Nsue Angüe (1948-2017), autora de la primera gran novela escrita en español de Guinea Ecuatorial, Ekomo (1985). No tuve tiempo y cuando quise ponerme a ello, supe que la escritora había fallecido el 18 de enero de este año que comienza.
La literatura guineocuatoriana en español en comparación con la desarrollada en otras literaturas poscoloniales está en sus inicios y es desconocida en España, salvo en esferas muy restringidas o especializadas. Tampoco es conocida en Latinoamérica y parece que despierta aún menos interés en los latinoamericanistas. Mi sospecha es que no se trata tanto de mayor o menor calidad de los autores de un país que, efectivamente, tiene una población muy pequeña, sino que se trata de un país pobre (no en recursos naturales) y africano, que no puede defender dentro y fuera su propia especificidad con toda la firmeza y recursos necesarios. Paradójicamente, para afirmar y defender culturas marginadas se necesita haber salido en cierta medida de la marginalidad. Esto no quiere decir que la literatura guineoecuatoriana no tenga ilustres y no tan ilustres defensores, aunque la mayoría de ellos no hayan nacido en ese país. De hecho, en el campo académico muchos de nosotros y nosotras corremos siempre el riesgo de buscar descubrimientos muy particularmente en ámbitos minoritarios, que nos den a conocer y nos aseguren la estabilidad profesional, no siempre atendiendo a verdaderos méritos o revelando por enésima vez un autor o autores.
Las escritoras y escritores africanos nos ofrecen la belleza portentosa de su naturaleza: alucinantes árboles y flores, inopinados colores, preciosísimos pájaros e insectos, además de los mamíferos ya más conocidos, desaparecidos o en desaparición a paso de vértigo.
Más allá de los intereses personales o de las preferencias según la región o país, debería prevalecer el valor de una obra de arte. Con Ekomo, Nsue Angüe nos hizo un regalo necesario, una visión del mundo propia, en primer lugar, como creadora individual, pero también desde su cultura y espacio africano, fang y guineoecuatoriano. Todo ello en palabras que podemos entender, sentir y vislumbrar todos aquellos y aquellas que hablamos español. Si no quiere conocer lo que tiene que decir el África subsahariana en español, probablemente no será por falta de curiosidad, sino por desconocimiento o prejuicios. Tampoco tendrá interés en lo que escriben en sus propias lenguas precoloniales. Las escritoras y escritores africanos nos ofrecen la belleza portentosa de su naturaleza: alucinantes árboles y flores, inopinados colores, preciosísimos pájaros e insectos, además de los mamíferos ya más conocidos, desaparecidos o en desaparición a paso de vértigo. Y a través de sus obras, conoceremos telas y tejidos con cientos de diseños tan valiosos y hermosos como muchas de nuestras esculturas y pinturas del pasado; sentiremos sus voces y sus cuentos, músicas y bailes, inconmensurablemente alegres y dulces. Una manera de entender la vida y la muerte distintiva, de líneas difusas que se cruzan, un sentido de lo comunitario fortísimo. Sociedades milenarias, con otros alimentos, otras costumbres, otras miradas.
En Ekomo, la narradora y protagonista, Nnanga emprende un largo viaje en busca de cura para la pierna infectada de Ekomo, su marido. Es también un viaje narrativo en busca de sus orígenes como pueblo. Nnanga perderá a Ekomo y deberá aceptar la imposibilidad física de volver al pasado. Él es un africano perdido, que no cree en la religión de los blancos, pero tampoco en las tradiciones religiosas africanas. Como nueva Antígona, en más de un sentido, se sacrifica por su amado, pero también por toda su comunidad. Deberá enterrar ella misma a Ekomo, rompiendo el tabú tradicional que prohíbe que la mujer toque el cuerpo fallecido de su marido. Su comunidad la declarará maldita y Nnanga se convertirá en una muerta en vida, un espectro. La novela representa un largo lamento por la pérdida de un África anterior a la violencia e influencia colonizadoras, que Nnanga salva y contiene en tanto realidad espectral.
“Un sacrificio para una tregua al mal reinante. Un recuerdo de amor entre la vida y la muerte, una tregua en el campo de batalla. En un momento parece reinar, no el silencio ni el terror, sino la paz, porque nadie duerme y han escuchado todos”.
Como observa Judith Butler para la mítica Antígona, Nnanga parece vivir inmersa en las relaciones familiares, pero al mismo tiempo sale de ellas para manifestarse políticamente y rompe así con la coherencia social y de género de su comunidad. Como la Antígona que interpreta Butler, Nnanga es un quiasmo en el discurso político de su comunidad, ya que ocupa un lenguaje que no le pertenece, el del discurso público.
“Que lloren todas las mujeres juntas. Por cualquier motivo. ¿Por qué no han de llorar las mujeres, si sus vidas no son sino muertes?”.
La prohibición de ocupar el discurso público que sufre la mujer en la tradición fang vuelve a ser protagonista treinta años después con las dos novelas publicadas por Trifonia Melibea Obono: Herencia de bindendee (2016) y La bastarda (2016). Obono no construye la prosa poética de Angüe, llena de música e imágenes potentísimas, pero a cambio tiene la capacidad de contar historias, narrar. Esas historias que cuenta Obono no tratan únicamente de las relaciones de poder ni todas estas son verticales, pero sí refleja que tanto el catolicismo traído por los españoles como la tradición fang convierten a las mujeres en una segunda categoría, personas sometidas a la voluntad de otros, los hombres, y cuyas voces no se escuchan en el discurso público. Aún más, desear les está prohibido, según se ejemplifica en Herencia de bindendee:
En la cultura fang, cuando surgen los problemas se espera que una persona mayor de sexo varón enjuicie.
La belleza de un hombre es invisible para una niña católica y fang.
Sin embargo, en contraste con Nsue Angüe y tanto en esta novela como en La bastarda, Obono abre la esperanza a las mujeres jóvenes en comunidades tradicionales fang o guineoecuatorianas, imagina la huida o salida de ese entorno tan opresivo. Persiste un futuro incierto, pero abre la puerta a otros destinos, ya que las jóvenes protagonistas abandonan sus irrespirables aldeas.
Su protagonista y la autora, a través de ella, rompen con la sumisión de género, pero también con la heterosexualidad normativa, ofreciendo la primera narración extensa con personajes LGTB de Guinea Ecuatorial.
Dos aspectos más podrían destacarse a primera vista en La bastarda. Su protagonista y la autora, a través de ella, rompen con la sumisión de género, pero también con la heterosexualidad normativa, ofreciendo la primera narración extensa con personajes LGTB de Guinea Ecuatorial. Una rebelión valiente. Por último, como símbolo positivo del presente y futuro, el bosque representa no la constatación de una tragedia individual y colectiva, como así ocurría con la novela de Nsue Angüe, sino la imagen de vidas más libres y felices, más diversas aunque todavía precarias. Hay futuro.
Bastarda yo, una mujer fang; bastarda yo, la hija de una soltera fang; bastarda yo, lesbiana.
De forma que me marché a la selva con Marcelo, el hombre-mujer y las tres chicas, la única familia que la vida me había dado.