Soy fallera y feminista. Dos afirmaciones que me han valido más de un comentario crítico, considerando ambas cosas como incompatibles entre sí. Una y mil veces me han dicho que no se puede ser las dos cosas, aunque he de reconocer que cada vez menos. Por fortuna.
Lo digo de las Fallas, pero creo que puede extenderse a cualquier otra fiesta, regional o de cualquier tipo. Las mujeres podemos limitarnos a tener un papel decorativo, o podemos hacer mucho más. De nosotras depende, fundamentalmente. Y también, por supuesto, de los hombres, nuestros compañeros de vida, que estén dispuestos a vivir en igualdad, con peineta o sin ella.
Es cierto que las Fallas han tenido durante mucho tiempo un tufillo machista. Pero era normal. ¿No lo tiene la sociedad? ¿No se han desarrollado en un tiempo en que a las mujeres nos estaba vedado casi todo? Si hasta los años 70 no hubo mujeres juezas ni fiscales, si hasta los 80 no podíamos divorciarnos, si durante el franquismo ni siquiera podían viajar o contratar sin el consentimiento de un varón, ¿cómo iban a ser presidentas de falla, por ejemplo? ¿Cómo iban a desempeñar en las propias fiestas un papel diferente a aquél al que la sociedad y las leyes las limitaban? No es que las Fallas en sí fueran machistas, es que lo era la sociedad entera. Y lo sigue siendo, en gran medida, por más que las leyes ya no lo sean tanto.
Siguen siendo pocas las presidentas, pocas las pirotécnicas, y pocas las mujeres que, en relación con los hombres, ocupan puestos de decisión en el mundo fallero. Aunque cada día sean más.
El pasado año las Fallas fueron un espacio para reivindicar la lucha contra la violencia de género. La mayoría de las comisiones lucían banderines al respecto. Cosas que en otro tiempo hubieran sido impensables. Y este año, sin ir más lejos, se ha hecho un homenaje por el Día de la Mujer a mujer pioneras en el mundo de las fallas. Pero siguen siendo pocas las presidentas, pocas las pirotécnicas, y pocas las mujeres que, en relación con los hombres, ocupan puestos de decisión en el mundo fallero. Aunque cada día sean más. Y está en nuestra mano conseguirlo.
Las Fallas, como cualquier otra fiesta o espacio multitudinario, pueden servir de escaparate para reivindicar el papel de las mujeres en el mundo. Partimos con la ventaja de ser muy visibles en este mundo. Aprovechemos esa visibilidad para algo más que ser vistas. Para ser oídas, y para ser escuchadas. Para demostrar que, con peineta o sin ella, las mujeres podemos hacer lo que escojamos hacer, y lo podemos hacer muy bien.
Las Fallas, como cualquier otra fiesta o espacio multitudinario, pueden servir de escaparate para reivindicar el papel de las mujeres en el mundo.
¿Por qué no? ¿por qué empeñarnos en constreñir la visión de esta fiesta a los clichés de un pasado ya superado en casi todos los ámbitos? Al fin y al cabo, en Fallas es de las pocas ocasiones que tenemos la oportunidad de ver a hombres con faldas –el saragüell con que visten algunos es muy parecido a las faldas-, que lucen con orgullo. Y no pasa nada. Como no pasa nada cuando, desde hace mucho tiempo, nosotras usamos el blusón cuyo origen está en el que los hombres llevaban en la huerta.
Rompamos de una vez los prejuicios, y los estereotipos. Se puede ser feminista y fallera. Como se puede ser feminista y cualquier otra cosa que se quiera. Porque precisamente en eso consiste el feminismo. En la libertad de las mujeres de ser y hacer lo que elijamos. Ni más ni menos.