Una señora de clase social alta o posición económica desahogada, con una ocupación interesante y bien remunerada tendrá muchas menos posibilidades de ser revolucionaria que otra que se las ve y se las desea para llegar a fin de mes, que vive deslomada y cuyo trabajo -seguramente nada creativo- no la satisface en lo más mínimo.
Puede que la segunda tampoco desee cambiar radicalmente la realidad, pero es casi seguro que sentirá hacia ella un grado de descontento considerable y, como poco, querrá mejorarla.
Muchos aspectos de la vida de ambas difieren, sí. Ahora bien, las dos sufren discriminaciones por el hecho de ser mujeres. Quizá no exactamente las mismas, quizá no en igual grado, ni intensidad. Pero ambas habrán tenido que aguantar acosos, menosprecios, presiones, ninguneos, manoseos, chulerías, hombres que las “ponen en su sitio”, que las quieren controlar, que las utilizan… Ambas habrán temido en algún momento ser atacadas, violadas (o lo habrán sido), habrán oído a sus padres y madres exigirles cosas que a sus hermanos no les exigían, habrán soportado la cosificación de sus cuerpos, habrán aguantado novios o amantes que iban a lo suyo y para quienes ellas eran simplemente una colección de agujeros y protuberancias. Ambas habrán pensado con angustia: “¿Y si estoy embarazada, qué hago? ¿Dónde voy? ¿A quién se lo cuento? ¿Quién podrá ayudarme?”, etc. etc.
Todas las mujeres tienen razones sobradas para hacerse feministas.
Y en el mundo laboral o profesional, ambas habrán hecho la experiencia de la desigualdad. Las mujeres del primer grupo, universitarias, algunas con profesiones de calidad y/o interés, habrán tenido que ver cómo compañeros menos brillantes, con peores expedientes, con menos cabeza, valía y entrega, les pasaban por delante simplemente por mamoneo masculino, por las sacrosantas fratrías y cuotas que los varones se tienen tan rica y tan impunemente montadas por doquier, por la petulancia masculina, por las “tradiciones”, etc.
Las segundas verán como, a trabajos igualmente duros y penosos, los hombres cobran más. Habrán comprobado que las profesiones feminizadas suelen ser las más desprotegidas y peor pagadas. Habrán visto que, si el trabajo escasea, los varones tienen preferencia. Habrán sufrido en carne propia cómo, una vez que llegan a casa, son ellas las que deben seguir ocupándose de la intendencia y el cuidado de los demás.
En resumen: todas las mujeres tienen razones sobradas para hacerse feministas. Es decir: para cuestionar la dominación y la violencia de los varones sobre ellas, reivindicar los derechos que tradicionalmente le han estado vedados, rebelarse contra la asignación de roles sociales según el género, desear el reconocimiento de sus capacidades, exigir prebendas y sueldos en igualdad de condiciones, etc.
Pero podemos preguntarnos, ¿pueden ser feministas por igual las que pertenecen a estos dos grupos imaginarios (o a otros grupos intermedios y/o más extremos)?
La respuesta va ligada a esta otra pregunta: ¿se puede ser feminista en diversas gradaciones o el feminismo es un bloque global no fraccionable que se tiene o no se tiene? ¿Existe el “título” de feminista como existe el de licenciada o doctora? En el terreno universitario, por ejemplo, las cosas son categóricas. Así, aunque quizá no haya mucha (o ninguna) diferencia entre la pericia y el saber de una persona licenciada en derecho y otra a quien le falta por aprobar una asignatura, la barrera está clara: una tiene título, la otra no.
No hay, pues, título de feminista, pero sí hay combates y objetivos feministas. Y otros que no lo son
En el feminismo eso no ocurre. Ni puede ocurrir porque no hay ni cursus, ni titulaciones, ni organismo avalado para aprobar o desaprobar.
Cada cual es libre para reivindicarse feminista o no y es libre para considerar el feminismo de otra persona más o menos evidente o dudoso, firme o titubeante, etc.
En cualquier caso, y a eso voy, no hay un límite tajante. Pero sí hay principios claros. Una mujer que luche por la igualdad y contra las barreras impuestas en razón del género es feminista en ese aspecto. Puede que otros no le interesen, no los comprenda, no le afecten. Pero si lucha, por ejemplo, por la igualdad profesional o de salario está luchando por un objetivo feminista. Así, reivindicar la educación para las niñas o la legalización del aborto, o luchar contra las violaciones y demás violencias, oponerse a las desigualdades y los límites legales, etc., etc., es feminista. Esas reivindicaciones lo son.
Ahora bien ¿podemos llamar feminista a una persona que se compromete y trabaja activa e intensamente por la escolarización de las niñas, por ejemplo, pero que no ve -o no quiere ver- la necesidad de otras muchas batallas? Sería un “poco” exagerado considerar feminista a quien no tiene un horizonte global de emancipación e igualdad, pero, por el contrario, su lucha concreta sí se puede considerar como tal, feminista sin duda.
No hay, pues, título de feminista, pero sí hay combates y objetivos feministas. Y otros que no lo son, verbi gratia: pedir que se legalice la prostitución. No niego que se pueda pedir con buenas intenciones, pensando en el “bienestar de las mujeres prostituidas”, pero, desde el feminismo (cuyos objetivos señalé más arriba), es inadmisible una estructura patriarcal que acepta que los hombres puedan alquilar nuestro cuerpo.
Desde que el feminismo existe, entre nosotras ha habido diversidad, disputas, debates, encuentros y desencuentros. Es lógico, inevitable y no debe asustarnos. Y en cada encrucijada las diversificaciones y los matices han sido y son múltiples porque no existe tampoco (al menos no existe siempre) una diferencia clara y tajante entre unas y otras corrientes, tales como feminismo de la igualdad o de la diferencia, feminismo radical o liberal, etc. Así, por ejemplo, se puede ser radical en algunos aspectos y más bien liberal, moderada o “socialdemócrata”, en otros. Porque el feminismo está igualmente ligado al modelo global de sociedad que cada cual tiene como horizonte. Para algunas acabar con la desigualdad por razón de género no implica acabar con todas las desigualdades sociales porque, aun deseando un mundo más justo y menos depredador, no buscan un cambio radical de paradigma.
Se ve a la legua que Navarro, para empezar, no sabe ni qué es el feminismo. Pero, hala, se lanza ¡para qué cortarse! Si fuera otro tema…
A mí el debate (incluso áspero) entre nosotras me parece inevitable y esencial (¿cómo si no avanzar y decantar posiciones?) pero no me parece nada interesante el juego de las taxonomías. Dudo que sea rentable perder tiempo preguntarnos, por ejemplo: ¿es Meryl Strepp feminista? Sabemos que sus denuncias respecto a la presencia (más bien ausencia y ninguneo) de mujeres en la industria del cine es positiva y nos beneficia indirectamente a todas porque pone de manifiesto (y con gran eco mediático) una injusticia y visibiliza un aspecto de la lucha por la igualdad. Pero ¿sirve para algo lanzarnos a debatir hasta qué punto y en qué negociados Meryl Streep es exactamente feminista si ni siquiera conocemos con exactitud sus posicionamientos económicos-políticos?
Pero algunos hombres, por el contrario, tienen meridiana y tajantemente claro, no solo qué es el feminismo, sino a quién darle el carné y en base a qué criterios.
Así, vimos como el “Gran-académico” consideraba feministas a quienes lucharan por la igualdad salarial y consideraba falsas feministas a quienes lucharan por otras cuestiones. Vimos a otros varones lanzándose a la yugular de Hillary Clinton clamando: “Una capitalista no puede ser feminista”. Nosotras, por el contrario, si bien no teníamos ninguna vacilación ante Trump (misógino y repugnante) considerábamos que las posiciones de Clinton en algunos asuntos (aborto, educación, igualdad de oportunidades, lucha contra ciertas barreras machistas, etc.) eran feministas. En otros, no, por supuesto.
Los hombres “progresistas” suelen optar por no meterse mucho en «asuntos de mujeres» (y ojo, consideran la violencia, la prostitución, las injusticias y arbitrariedades que con nosotras se cometen asuntos de mujeres…). No les interesan gran cosa, la verdad, creen que no va con ellos.
Pero, si algún día, alguno se para a “pensar”, entonces, saltándose la mínima prudencia, sienta cátedra. Y se queda tan fresco. Lo digo a propósito de artículo de Vicenç Navarro en Público del 13 de abril, titulado «Hay distintas clases sociales entre las mujeres y, por lo tanto, diferentes feminismos«.
Se ve a la legua que Navarro, para empezar, no sabe ni qué es el feminismo. Pero, hala, se lanza ¡para qué cortarse! Si fuera otro tema… Un tema sobre el que escasamente hubiera reflexionado ni leído, un tema en el que no se ha formado, en cuyas luchas y debates no ha participado… en fin, otro tema “serio”, se lo pensaría. Pero ¿en asuntos de mujeres? ¡Vamos, hombre! Una cosa es pasar de ellos y otra que, si te paras a considerarlos, no des por supuesto que está chupado y tienes autoridad…
Y yo, ingenua, que creía que este señor era sensato…
¿Callados están más guapos? No sé pero, en cualquier caso, callados parecen más interesantes.