El otro día fui a dar una charla y hablar de mi libro, en el más puro ejercicio de umbralismo, a una ciudad distinta de la mía. No la identificaré por preservar a las protgonistas. Y de paso fomentar la intriga, por qué no. El caso es qué tuve una bonita experiencia que, además de engrosar mi mochila de buenos recuerdos, me devolvió la esperanza que muchas veces se queda en el camino. Y por eso me he decidido a comentarla.
La charla se desarrolló estupendamente, en un ambiente receptivo y distendido. Al terminar comenzamos un coloquio que, como suele ocurrir, tardó un poco en abrir fuego, pero, también como suele ocurrir, se animó enseguida.
Hasta aquí todo normal. O más o menos normal. Pero en un momento dado sucedió algo que es bastante menos habitual de lo que sería deseable. Y que me gustó sobremanera por un lado aunque por otra, también me causó cierta zozobra.
Nos contaron situaciones que ellas viven a diario. Entre sus amigos, en su clase o fuera de ella. Que los chicos siguen adoptando el rol de machitos protectores y, lo que es peor, que muchas chicas asumen sin chistar el de mujercitas a proteger.
Entre quienes se congregaban en la sala había varias adolescentes, estudiantes de bachiller. Un puñadito de chicas que comentaban entre ellas sin atreverse a tomar la palabra. Pero casi a punto de terminar, una se animó a romper el hielo. Y derritió el iceberg de ese apuro que la mayor parte de la gente tiene a hablar en público, y todas se animaron a compartir experiencias.
Nos contaron situaciones que ellas viven a diario. Entre sus amigos, en su clase o fuera de ella. Que los chicos siguen adoptando el rol de machitos protectores y, lo que es peor, que muchas chicas asumen sin chistar el de mujercitas a proteger. Que hay algunas parejas de su edad donde se asume con normalidad que se tenga que pedir permiso para salir con las amigas o que sea admisible registrar los mensajes del teléfono móvil. Que los celos son una muestra de amor y manifestarlos en público es romántico y maravilloso. Unos clichés que creíamos superados y que están reproduciendo nuestras jóvenes con una frecuencia alarmante.
Pero no solo hablaban de comportamientos dentro de la pareja. Nos contaron frases machistas sobre el físico de alguna chica que sale a la pizarra, o chistes que les habrían parecido rancios y machistas hasta a nuestras abuelas. Y que, en ocasiones, nadie osaba decir nada. Ni siquiera algún profesor presente en el aula. Como si se tratara de algo sin importancia. Cuando en realidad es algo importantísimo.
Y es que normalizar lo que no debiera ser normal perpetúa el machismo sin remedio.
na amiga a la que ya casi nunca veían porque siempre estaba con su novio, otra que ponía excusas para salir con ellas como antes, la amiga de otra amiga que desde que tenía novio no había vuelto a sonreír…
Pero ellas no se conformaban. Habían decidido actuar, protestar cuando pasaran esas cosas, no dejarse avasallar ni ser cómplices con su silencio. Y, al dar el paso, otras se les habían unido. Y también otros. Y lo que muchos habían tomado por normal estaba empezando a dejar de serlo. Y ya nadie reía las gracias de quienes carecían de gracia alguna.
La cosa no acabó ahí. Terminado el debate y el acto, continuamos con él en el camino de regreso. Y hubo algunas que se animaron a contar el ejemplo de amigas que sospechaban que estaban siendo atrapadas por la violencia machista. Una amiga a la que ya casi nunca veían porque siempre estaba con su novio, otra que ponía excusas para salir con ellas como antes, la amiga de otra amiga que desde que tenía novio no había vuelto a sonreír, y que cambiaba el rictus en cuanto el teléfono móvil vibraba con tropemil mensajes de quien creía que era el chico de sus sueños.
No son solo ellas. Como madre, también mis hijas han dejado caer algún comentario, o más de eso, sobre situaciones parecidas.
Pero lo bueno de todo esto es que haya jóvenes que lo vean, que lo detecten y que no se callen. Que no se conformen con el rol que muchos siguen dispuestos a que tengan. En ellas está la esperanza de un futuro mejor.
Ojalá cunda el ejemplo.