Violencia contra las mujeres, política y Estado

Fátima Arranz
Fátima Arranz
Profesora Titular de Sociología de la Universidad Complutense. Coordinadora Máster Igualdad de Género en Ciencias Sociales.
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Semana tras semana vamos sabiendo de la existencia, como mínimo, de una víctima mortal más debida a la violencia de género; no tenemos contador para las otras víctimas del sexismo que por no ser asesinadas no se da cuenta de ellas en los medios, nuestro referente de realidad. Asesinatos de mujeres que de tanta repetición están logrando insensibilizar al conjunto de la sociedad y con ello conseguir lo que debe ser el anhelo de los distintos entes del Estado (anhelo por el interés que muestran en frenar realmente esta violencia) que no es ni más ni menos que el conflicto caiga en el capítulo apreciativo de la inevitabilidad, como si se tratara de un aspecto más que conforma el orden per se del estado de naturaleza, esto es, una tragedia más con lo que tenemos que contar, como si se estuviéramos por ejemplo frente a la siniestralidad vial. En definitiva, la clave se encuentra en mantener la violencia excluida de la política y, como consecuencia, alejada de la actualidad candente de la que informan los medios, más allá de la escueta reseña cuando toca.

Anestesiar lo político conduciendo el conflicto a una mera gestión técnica manejada por profesionales expertos o comisiones técnicas.

Se quiere lograr que los asesinatos de mujeres sea un componente más “despolitizado” de la vida social , confirmándose de este modo la estrategia neoliberal tildada como postpolítica (Zizek, Mouffe, Errejón, etc.). Estrategia que se propone anestesiar lo político conduciendo el conflicto a una mera gestión técnica manejada por profesionales expertos o comisiones técnicas. Es más, me atrevería a decir que este formato postpolítico de exclusión de la política, de lo que verdaderamente incomoda al poder, es una estrategia importada de la lógica patriarcal, que nadie negará que es muy anterior a las prácticas políticas neoliberales, que se ha demostrado como muy eficaz hasta nuestros días. ¿Cuántas veces se ha reconocido a las mujeres como sujeto político? ¿Cuánto empeño ha habido y sigue habiendo de continuo por fraccionar el movimiento feminista? ¿Cuándo llegará la violencia contra las mujeres a formar parte de la agenda política en razón de su gravedad? En resumen: ¿le importa alguna de estas preguntas a la opinión pública? Si la respuesta a esta última cuestión es un no, esto es igual a éxito patriarcal.

¿Cuánto empeño ha habido y sigue habiendo de continuo por fraccionar el movimiento feminista? ¿Cuándo llegará la violencia contra las mujeres a formar parte de la agenda política en razón de su gravedad?

Las comparaciones se dicen que son odiosas, pero para poder remontar sobre los prejuicios ideológicos de género, no queda la más de las veces muchas más opciones que acudir a ellas. Así, es necesario recordar que la banda terrorista ETA a lo largo de sus 50 años de existencia dejó un balance de 858 asesinatos (tomamos la cifra más alta en la disparidad de cifras que se manejan). A nadie le quedará duda de la total voluntad política que hubo a lo largo de todo ese extenso periodo, con independencia del partido político de turno en el poder, para terminar con ese sangriento capítulo de la historia de España. No se escatimaron los medios materiales para paliar el daño a las víctimas y sus familiares, pero menos aún los gobiernos fueron cicateros en buscar en todo momento soluciones políticas. Ningún político tiró la toalla ante tan complejo conflicto. Recuérdense las “cabriolas” que hubo que hacer para conjugar al mismo tiempo, el proceso de paz con ETA, sobre la base de la resolución de conflictos, con mantener una política de lucha contra el terrorismo y todo ello respetando los límites del Estado de Derecho vigente. No fue fácil, nadie lo duda, como tampoco se cuestionó que había una gota de laxitud política para poner un final.

La violencia contra las mujeres nunca ha merecido un trato semejante por parte del Estado. En 2004 se aprueba la Ley Orgánica 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, que sin duda supuso un avance en el reconocimiento social de esta violencia aunque también contribuyó a formar una perspectiva reduccionista en la observación sobre la violencia contra las mujeres. Como todas sabemos, según esta ley orgánica solo se contempla como violencia de género aquella violencia proveniente de la pareja o ex pareja. La violación, las agresiones sexuales, los abusos sexuales, el acoso sexual, etc. parecen quedar al margen de esta categorización rompiendo de esta manera formalmente el continuum de la violencia contra las mujeres, o en otros términos, impide que socialmente se tenga en cuenta el denominador común de la violencia contra las mujeres y, es más, de todo el resto de las violencias.

Aunque no pienso que todos los hombres sean violentos, tampoco se negará (las estadísticas están ahí) que el grupo socialmente violento es el masculino y de manera muy significativa respecto al femenino. De ahí que al igual que otras feministas me sienta muy pesimista ante el no vislumbrar el final de los asesinatos de las mujeres. Seguirán, desgraciadamente.

¿Alguien piensa, de verdad, que estas medidas son suficientes para acabar con un problema que en solo 10 años (2007-2016) ha dejado 665 mujeres asesinadas por violencia de género?

Hasta el momento la “solución” proveniente de las autoridades públicas, entre las que también incluyo a los partidos políticos (según sus programas electorales de 2016), es en el mejor de los casos prometer aumentar la ayuda material a las víctimas -¡hasta ahí podíamos llegar!- e implementar ciertas políticas paliativas, llamadas preventivas como, por ejemplo, recurrir a alguna asignatura en el sistema educativo. ¿Alguien piensa, de verdad, que estas medidas son suficientes para acabar con un problema que en solo 10 años (2007-2016) ha dejado 665 mujeres asesinadas por violencia de género, además de las no cifras del resto de violencias machistas que siguen invisibilizadas? ¿Se puede comparar como semejante la voluntad política mostrada aquí por el Estado con el tesón que tuvo en su día frente a ETA?

Si es que alguna autoridad pública se da por aludida: ¿Seguimos esperando? ¿Hasta cuándo?


Esta autora tiene publicado en Athenea Digital, “Meta-análisis de las investigaciones sobre la violencia de género: el Estado produciendo conocimiento” (http://atheneadigital.net/article/view/v15-n1-arranz)

 

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