Querida Juana,
conocí tu caso hace apenas unos días, y sí, reconozco que pudiera haberlo hecho antes, pero parece que el eco no resuena hasta que ya estamos en el límite.
Sé que escapaste con tus dos hijos porque tenías un marido que te maltrataba, que llegaste a España con la esperanza de poder quedarte aquí y reconstruir tu vida. Quizá desde la tranquilidad que otorga a veces la distancia, o puede, porque confiaras en que tu propio país te iba a apoyar.
Esa confianza que debería tener cualquier mujer en un Estado democrático, que se supone ha de velar por su seguridad y por su derecho a la vida. El mismo que no te están respetando a ti, ni a muchas mujeres que a día de hoy mueren sistemáticamente por negligencia del Estado Español.
Tu caso no sólo habla de injusticia, habla de deshumanización, de egoísmo, de crueldad y de barbarie. Sí, barbarie en cuanto que un organismo que se dice de justicia vea más justo devolver a dos menores con un hombre violento que maltrata a la madre de sus hijos, que permitir que esa mujer superviviente tenga una oportunidad de continuar viva y en paz.
Deshumanización porque un Estado que se dice protector de sus ciudadanos y ciudadanas no puede dejar desprotegida a una mujer, pero tampoco exponer a dos menores a un ser violento y cruel. La humanidad no aparece en ningún momento, pero sí una especie de sentimiento de venganza y castigo que quiere obligarte a devolver a tus dos hijos a ese monstruo.
La “justicia” de este país ha dicho que tú te has tomado la justicia por tu mano trayendo sin permiso a tus hijos a España, dado que en Calafonte residían y estaban escolarizados, pero, ¿acaso es eso más importante que sobrevivir?
Porque, querida Juana, eres una superviviente y lo único que has hecho es intentar luchar por vivir. Y eso no es un crimen. Es un derecho.
Tienes el derecho, como cualquier otra mujer, a vivir libre, tranquila y segura. Sin embargo, las instituciones y el Estado te han dado la espalda… No sólo en una ocasión. Y en la última, te exigen, te obligan a que tus hijos cojan de nuevo la mano del hombre que te maltrató.
Tú has corrido, te has ido. Una vez más te obligan a escapar… Primero fue Italia, ahora es España. Parece que vayas donde vayas te persigue él, como si tuviese la razón, como si fuera una sombra que no puedes despegar de tus zapatos.
Tienes el derecho a correr. Corre, corre, y vive. Porque ni si quiera la Fiscalía de un Estado puede ser dueña de tu vida. Ni siquiera las decisiones de un Tribunal pueden ser más importantes que la vida de una persona, y menos de una mujer que huye de la violencia.
Corre a nuestras casas, a las casas de las mujeres que te escuchan, que te creen, y que te abren la puerta. Somos muchas las que estamos dispuestas.
Si la justicia no hace honor a su nombre, si desoye a la mitad de su población, entonces esa otra mitad tendrá que ayudarse entre sí. Y eso es lo que viene haciendo el feminismo desde hace décadas, luchar intentando olvidar cualquier tipo de límite o piedra que el patriarcado haya querido poner en este camino.
Tu camino, y tu historia es en realidad la de muchas mujeres. Hagamos pues que se oiga alto, y desobedezcamos resistiendo ante un sistema que nos devuelve a la violencia, que nos obliga a vernos morir a nosotras mismas, a renunciar a nuestra libertad, e incluso a la de nuestros hijos e hijas en un futuro rodeado de malos tratos.
No estás sola.