En las investigaciones en archivos que llevaron a la elaboración de nuestra tesis doctoral sobre los alguaciles de Casa y Corte en el Antiguo Régimen encontramos un protagonismo femenino muy poco conocido, el de las nodrizas reales en la época de los Austrias, cuyos servicios fueron recompensados en las personas de sus maridos e hijos con varas de alguaciles. Este artículo recoge parte de este trabajo que realizamos.
Las nodrizas constituyen un grupo específico dentro de las servidumbres de la realeza, nobleza y alta burguesía, así como de las instituciones donde se criaban expósitos –inclusas- hasta bien entrado el siglo XX. Estas trabajadoras han sufrido un discurso ambivalente, precisamente por su cometido tan especial. Fueron miradas con suspicacia por moralistas, juristas y médicos que, aunque condenando el oficio al considerarlo como mercenario, terminaron por aceptarlo ante la demanda social y procuraron establecer una normativa al respecto, donde se pueden rastrear prevenciones de tipo étnico-religioso (la leche transmisora, como la sangre, de las “máculas de las razas” consideradas como malditas, es decir, judíos y musulmanes) sanitario-fisiológico y hasta de tipo espiritual o psicológico (transmisión de caracteres, por ejemplo), abundando unas preocupaciones más en unas épocas históricas que en otras. Las de tipo étnico-religioso dejaron de ser importantes ya en el siglo XVIII, donde los prejuicios de la sociedad barroca comenzaron a ser desplazados por argumentos de mayor contenido científico, higiénico y sanitario.
Las amas de cría de la Casa Real estuvieron bajo una rigurosa política de control y selección a lo largo de todo el Antiguo Régimen. Pero, es evidente, siguiendo la tesis de la ambivalencia, que recibieron recompensas con generosidad por la obligación que contraían las personas reales con ellas al sacar adelante a príncipes, princesas, infantes e infantas.
Las amas de cría de la Casa Real estuvieron bajo una rigurosa política de control y selección a lo largo de todo el Antiguo Régimen.
Así pues, la Casa Real procuraba seleccionar sus amas con esmero. Llegaban a constituirse juntas de facultativos para establecer condiciones que tenían que cumplir las aspirantes. Por lo demás, se disponía de un gran número de reserva por la cantidad e importancia de las criaturas a amamantar. En los pechos de estas mujeres se puede asegurar que se cifraba el futuro dinástico de Austrias y Borbones; de ahí que no se escatimasen esfuerzos: el futuro Carlos II tuvo hasta 31 amas de cría y 62 de repuesto, aunque bien es cierto que fue un caso un tanto excepcional por las dificultades de su crianza.
Las recompensas por tan encumbradas prestaciones personales iban desde la concesión de rentas como los 100.000 mrs. de por vida que se otorgaron a María de Mesa por criar a la infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II y de Isabel de Valois, hasta la concesión del privilegio de hidalguía a María Escobar que amamantó a la malograda infanta María Eugenia, hija de Felipe IV y de Isabel de Borbón.
Las varas de alguaciles de Casa y Corte –cargo relacionado con el gobierno y policía de la Corte de Madrid- se convirtieron en una solución, como en otros casos, sumamente más económica para la hacienda regia que la concesión de rentas vitalicias, a la hora de recompensar a las nodrizas. Estas servidoras recibieron varas para maridos, hijos, sobrinos o hermanos, es decir, el cargo de alguacil. Los miembros familiares masculinos salieron beneficiados de un servicio exclusivamente femenino. En muchos casos, los ruegos de las amas de cría para asegurar el sustento familiar fueron atendidos por el ánimo regio de los Austrias, aunque no todos, pero siempre por motivos no relacionados con el servicio prestado por las nodrizas.
Los miembros familiares masculinos salieron beneficiados de un servicio exclusivamente femenino.
Por las fuentes documentales manejadas sabemos de veintiún expedientes de amas de cría de vástagos regios relacionados con las varas de alguaciles de Casa y Corte entre los reinados de Felipe II y Carlos II. Once de estos expedientes se coronaron con el éxito. Diego de Olave obtuvo una vara gracias a la labor de Catalina Cortés, su esposa, como nodriza del que sería el rey Felipe III. Melchor de Espinosa, portero de Cámara de S.M. consiguió una vara en 1603 por ser hermano del ama que crió al cardenal Alberto. Este personaje regio escribió en más de una ocasión al monarca para que atendiese a esta familia: un ejemplo evidente de cómo funcionaban los mecanismos clientelares: servicio y recompensa. La infanta Margarita abogó por su nodriza, doña Isabel de Herrera: “por amor de Dios, suplico a V.M., haga merced a esta pobre mujer que cierto la merece habiendo dado leche a tres de hijos de V.M.”. La vara de alguacil era para su esposo, Alonso de Escobar. El ama de cría de la emperatriz María y de don Carlos, doña Isabel de Haro, consiguió de Felipe II una vara para su esposo. Otro caso a citar es el de Catalina Bustamante que, en este mismo año, y gracias al año de servicio como ama real, consiguió una vara para Luis de Miranda, su marido. Doña Inés de Garay, nodriza del futuro Felipe III, se hizo con una vara en 1594. Felipe IV hizo merced a Bernardo Jordán de una vara por el servicio de su esposa, doña María Martínez, que había amamantado a Baltasar Carlos. La nodriza de Carlos II, Ana Martín, pudo dotar a su hija con una vara.