Mujeres poco altruistas y muy soróricas

Natalia Salvo Casaus
Natalia Salvo Casaus
Ex-Directora del Instituto Aragonés de la Mujer. Licenciada en Historia, especialidad en Historia de las Mujeres y estudios feministas.
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Decía Galeano que la utopía servía para no dejar nunca de caminar. Con el feminismo pareciera que esos pasos que se dan hacia delante en cualquier momento y lugar pueden suponer un cambio en la orientación de la escalera, y retroceder. Las conquistas que creíamos vencidas nunca lo estuvieron y al final, esta joven de 26 años que escribe hoy aquí, está peleando por lo mismo que sus abuelas hace más de 50 años: por la emancipación y la libertad de las mujeres y las niñas y por el fin de toda forma de explotación o violencia de género.

Seguimos combatiendo todas las manifestaciones de violencia que se ejercen contra las mujeres y las niñas por el hecho de serlo, con un patriarcado que día a día nos pone obstáculos diferentes para la consecución de la igualdad plena y el fin de la violencia de género. El obstáculo actual: una sociedad neoliberal e individualista que considera que regular los vientres de alquiler de toda la vida es algo modernizador y progresista. Si mañana viene a la tierra una extraterrestre (feminista por supuesto) y ve esto, se vuelve a su planeta espantada.

El obstáculo actual: una sociedad neoliberal e individualista que considera que regular los vientres de alquiler de toda la vida es algo modernizador y progresista.

Utilizan muchos y muy falaces argumentos que se resumen en querer convertir deseos patriarcales y de corte elitista, en derechos. Para ello se valen de cualquier discurso. Lo comparan con el aborto y recurren como método de persuasión al manido discurso del mito de la libre elección. Precisamente éste es uno de los discursos más mentirosos porque mientras que lo que favorece el aborto legal es la autonomía de las mujeres para elegir si ser madres o no, los contratos para los vientres de alquiler controlan hasta las visitas que las mujeres deben hacer al médico/a, entre otras muchas e hirientes obligatoriedades. Si algo no promueve un contrato donde está tasado todo lo que una mujer debe, o no, hacer durante un embarazo es la libertad de elección o la autonomía personal. Es un discurso, añadiré, ingrato hacia la lucha feminista que lleva décadas reclamando y luchando por el aborto legal, entre otras cosas para que las mujeres pobres dejasen de morir en la práctica de abortos inseguros y clandestinos. Sí, aquí también hay componente de clase.

Mientras que lo que favorece el aborto legal es la autonomía de las mujeres para elegir si ser madres o no, los contratos para los vientres de alquiler controlan hasta las visitas que las mujeres deben hacer al médico/a, entre otras muchas e hirientes obligatoriedades.

Hace unos días reflexionaba con una amiga y llegábamos a la conclusión de que si el feminismo no es internacionalista, no es feminismo. Si no pensamos en las opresiones de todas las mujeres y niñas del mundo, si no conocemos las diferentes realidades y formas de explotación y violencia que se ejerce contra ellas, si no nos comprometemos con la erradicación de todas las violencias contra las mujeres y las niñas en todas las partes del mundo, el feminismo carecerá de profundidad y compromiso real. Respecto de los vientres de alquiler, es importante hacer hincapié en que la maternidad constituye una de las primeras causas de mortalidad de mujeres y niñas en el mundo. Abrazar esta práctica también es abrazar esa inseguridad para ellas. Como lo es el aprovechamiento de la desigualdad estructural y de la feminización de la pobreza. Peor, si cabe, la defensa de un falso consentimiento, que como muy bien explicara la eterna feminista Amelia Valcárcel, que exista consentimiento no implica que exista libertad.

Cuando se ha leído teoría feminista, cuando te pones las gafas violetas, cuando miras el mundo con perspectiva de género, no es difícil llegar a la conclusión de que la libertad de las mujeres en un sistema patriarcal es una de las peores mentiras que nos han colado. Y como consecuencia de que nos han colado muchos goles nos encontramos en pleno siglo XXI defendiendo como “progreso” lo más antiguo del mundo: la conversión de los cuerpos de las mujeres en campos de batalla.

Como consecuencia de que nos han colado muchos goles nos encontramos en pleno siglo XXI defendiendo como “progreso” lo más antiguo del mundo: la conversión de los cuerpos de las mujeres en campos de batalla.

Por mucho que se empeñen en reiterarlo, es incompatible el feminismo y la cosificación de las mujeres. Es incompatible decirse feminista y abrazar la explotación reproductiva de las mujeres. Es incompatible reivindicar el feminismo y defender que las mujeres se conviertan en objetos de uso, reproducción y consumo. Se puede defender una cosa o la otra, pero ambas es imposible. Quizás el papel lo soporte todo, la realidad que vivimos las mujeres y las niñas atestigua de manera dolorosa esa incompatibilidad.

En esta redefinición de valores de los últimos tiempos, debo confesar que yo soy una mujer muy poco altruista, pero muy sorórica.

 

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