Me sorprende la violencia que la palabra NO genera en algunos hombres. Yo sé que para algunos puede resultar una palabra terrible y con una connotación apocalíptica que afecta directamente al ego machuno que esta sociedad les ha inculcado, pero de cualquier manera soy incapaz de entender plenamente la violencia que un NO trae consigo.
Incluso cuando el NO viene acompañado de una explicación bien fundamentada y sobre la cual es imposible dudar, la palabra NO sigue siendo un disparador de violencia en muchos casos desmedida.
En el imaginario machista, creado y criado por el sistema patriarcal, el hombre es el rey del mundo. La mayoría de sistemas religiosos, o casi todos, han eliminado y en el mejor de los casos difuminado la imagen de la mujer como protagonista, por lo que es fácil entender que la idea del hombre como dueño absoluto de todo lo que lo rodea, (exactamente debajo de la deidad cualquiera que esta sea) esté tan extendida como lo normal y que haya impactado nuestra vida cotidiana extendiendo esa idea también a lo social.
Esa posición de superioridad es aprendida y se ratifica en pequeños gestos, desde el momento en que el sistema dice que unas deben llevar rosa y otros celeste, las libertades individuales se ven limitadas por aquello que el sistema ha establecido y las personas rosa son las que más límites tienen impuestos por default. Las personas celeste sin embargo, al venir de fábrica como reyes del mundo tienen todas las puertas abiertas, la libertad más amplia, y un montón de SÍ garantizados de por vida.
Teniendo en cuenta que las libertades individuales únicamente son tales cuando son ejercidas por los hombres, tenemos un panorama que propicia las desigualdades desde lo más básico, al poner a los hombres por encima de nosotras y de nuestra propia capacidad de decidir. Si a esto le sumamos la violencia que genera nuestra negativa en individuos acostumbrados y validados socialmente a tener sólo respuestas afirmativas a sus pedidos, resulta que las que estamos mal somos nosotras cuando la realidad demanda todo lo contrario.
Así, por ejemplo, cada vez que decimos “No gracias” cuando un hombre quiere pagarnos una cerveza, la respuesta a esa negativa por lo general viene con un planteamiento innecesario, se nos califica de malagradecidas, maleducadas, soberbias, y un largo etcétera. Lamentablemente la misma mecánica se cumple cuando decimos “No gracias” a una invitación al cine, a una segunda cita, a tener relaciones sexuales, a continuar una relación, a querer casarte, a querer tener hijos, en resumen a querer decidir y ejercer la libertad de la misma manera que los hombres.
Y este comportamiento violento se desencadena ante nuestra negativa a gestos pequeños, e incluso hacia los más grandes, algunas veces es evidente, otras pasa desapercibido, porque como en todo, nos hemos acostumbrado a que los hombres sean explosivos, dominantes, y que no tengan reparo en reclamar lo que ellos piensan que es suyo, eso incluye nuestra decisión de ejercer nuestra libertad a plenitud. Si decimos “No gracias” a ciertas invitaciones, si decimos “No estoy de acuerdo” a ciertas publicaciones en redes, si decimos “No quiero” a ciertas proposiciones, siempre va a haber un hombre, de esos que se creen dueños del mundo, para decirnos que lo que estamos haciendo es incorrecto, que es inconveniente, o simplemente que él lo haría diferente.
Nuestra libertad es solo nuestra, y nadie puede venir a decirnos lo que tenemos que hacer, sobre todo si al hacerlo lo único que desean realmente es imponernos su voluntad en detrimento de la nuestra.
Y para todos aquellos que piensan que las mujeres decimos NO únicamente a aquellos hombres que incumplen patrones impuestos de belleza, éxito o cualquier otra excusa que se les ocurra, pues déjenme decirles que quizá entenderán nuestra negativa el día que empiecen a vernos y a tratarnos como iguales.
La negativa femenina en un mundo patriarcal
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