Un coach para cada mujer pública

Cristina Ares
Cristina Ares
Profesora de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad de Santiago de Compostela. Docente en Asuntos Europeos y Política Comparada.
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El Instituto Europeo para la Igualdad de Género es una agencia de la UE dedicada a la promoción de la igualdad entre hombres y mujeres. Uno de sus principales productos es el índice europeo de igualdad de género, que ofrece datos de 2005, 2010, 2012 y 2015.
Tiempo atrás, empleando esta base de datos, tuve ocasión de alertar sobre la ralentización de la progresión hacia una mayor igualdad de las mujeres en Europa. Esto se confirma con los datos de 2015 publicados la pasada semana. La variación de la puntuación media entre las rondas cuarta y tercera es idéntica al movimiento anterior, de 2012 a 2010, y un 33% inferior al primero medido, de 2005 a 2010.
La profesora Norris y el profesor Inglehart hallaron, hace tres lustros, que la modernización económica, más allá de las diferencias entre países, tenía un impacto universal en las actitudes hacia la igualdad de género. Esta transformación actitudinal facilitaba la elaboración de políticas de igualdad y la propia actividad de ejercicio de la influencia por parte de los lobbies de mujeres. Sin embargo, los datos del índice europeo de 2005 a 2015 revelan un freno en uno de los principales cambios sociales del siglo XX: la extensión de la igualdad de género tanto en el ámbito público como en el privado.
El aumento de los recursos financieros en manos de ellas, de casi 6 puntos desde 2005, no es suficiente para continuar avanzando a buen ritmo. De hecho, una década más tarde, las mujeres en Europa somos más desiguales en el bien más valioso: el tiempo.
Hoy me centraré en la dimensión “poder” del índice porque, pese a ser donde se alcanza una mayor progresión (de casi diez puntos en diez años), la última puntuación media sigue sin llegar al aprobado.


Las mujeres en Europa somos más desiguales en el bien más valioso: el tiempo


Hará unos cuatro meses, tuve ocasión de escuchar a dos colegas en un evento público negando la existencia de desigualdades de género en España. Parecía su opinión honesta y, por tanto, en tanto que opinión, respetable. La pena es que no se corresponda con la evidencia empírica, y 7 de cada 10 españolas perciban que se las discrimina por ser mujer. Este alarmante dato dobla el de países desarrollados tan distintos en lo que a modelo de bienestar se refiere como Alemania y Estados Unidos.
He titulado esta opinión “Un coach para cada mujer pública” porque, en un chat de colegas, hombres y mujeres, una de las participantes verbalizó esta demanda. Ella es una gran profesional con una voz escuchada y respetada en la discusión pública estatal e internacional. Su “osadía” al manifestar con frecuencia criterio propio en entornos de poder es “castigada”, en mayor medida de lo que ocurre también a nuestros pares hombres públicos, con continuos ataques de carácter personal.
Mientras no decrezca el gusto patrio por la postverdad en materia de igualdad de género, las mujeres públicas en España precisan un coach. Además, lo merecen, por su perseverancia en el ejercicio de la responsabilidad, de nuevo pública, hacia las chicas y chicos que vienen detrás y no deberían verse condicionados por estereotipos del tiempo de Maricastaña.

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