LA PORTERA COJONUDA Y EL ESCRITOR POR COJONES

Octavio Salazar Benítez
Octavio Salazar Benítez
Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. Feminista, cordobés, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo.
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Resultado de imagen de el autor pelicula Manuel Martín Cuenca
La última e inteligente película de Manuel Martín Cuenca – cuya anterior producción, Caníbal, me dejó con un mal sabor de boca, a pesar de que nos planteaba el sugerente retrato de un depredador patriarcal – nos ofrece muchas lecturas. Es como una especie de cebolla de la que es posible ir retirando capas y en cada una de ellas descubrir una propuesta, lo cual hace que el relato sea muy seductor y mantenga a la persona espectadora atenta ante la siguiente vuelta de tuerca. Como reiteradamente se ha dicho al presentar la película, y como bien anuncian los hermosos títulos de crédito, estamos ante una mirada sobre el proceso de creación literaria, pero no solo. El autor no es solo una recreación, a ratos perversa y a ratos tragicómica, sobre los vericuetos por los que se mueve el sujeto, masculino, siempre masculino, que decide poner negro sobre blanco. La película es también una lúcida reflexión sobre las inexistentes fronteras entre la literatura y la vida, sobre la azarosa ductilidad de los acontecimientos y, al fin, sobre la capacidad que tenemos – o no – para darle un sentido determinado a nuestras vidas.
Pero más allá de todo eso, la película, basada en una de las primeras novelas de Javier Cercas, es el retrato de un hombre mediocre. El protagonista, interpretado por un sublime Javier Gutiérrez que se merece todos los premios de la temporada, no solo pretende ser un escritor a pesar de su manifiesta falta de talento, sino que es un sujeto absolutamente plano, gris y carente de recursos para llevar el timón de su vida. Un hombre atrapado por los condicionantes de género y, en consecuencia, por unas expectativas a las que él nunca llegará. Salvo, claro, que convierta la literatura, a la mala literatura, en el espacio donde poder ser un hombre de verdad. Un hombre a lo Hemingway: no hace falta añadir más precisión sobre el referente.  Es decir, que ponga sus testículos sobre la mesa para demostrarse a sí mismo que puede ser un héroe. Por cojones. Por más que sea un fracasado cuando, por ejemplo, su mujer (una muy desdibujada María León) triunfa y actúa como una sujeta radicalmente empoderada.
La brillantez con que el director, sobre la base de un fantástico guión, nos retrata a Álvaro, al que bien podemos calificar como un antihéroe que solo es capaz de encontrar un cierto sentido a su vida cuando usa la vida de los otros para creerse a sí mismo como creador, contrasta con la debilidad de los personajes femeninos, lastrados por una mirada estereotipada. Así sucede con Amanda, la mujer de Álvaro,  que más que un personaje parece un cliché, e incluso con el de la otra gran protagonista de la función: la portera. Interpretada con absoluta entrega por una inmensa Adelfa Calvo (que merece el Goya a la mejor actriz revelación), su personaje, clave en la historia, no deja de ser también una suma de estereotipos articulados por la mirada masculina del creador. Empezando por su paciencia de mujer casada insatisfecha y terminando por el archisabido carácter cotilla de nuestras compañeras, con las que la misoginia ha construido durante siglos un imaginario tan simplón como dañino. Ya sabemos: mientras que nosotros somos voyeurs con los que nutrimos nuestros talentos, literarios o del tipo que sean, ellas son unas entrometidas, fisgonas y charlatanas. Lo de toda la vida. En este caso, además, estamos ante un personaje que ni siquiera tiene nombre. En ningún momento es nombrada, ni yo he encontrado el nombre en la ficha de la película. Y no hace falta repetirlo: lo que no se nombra no existe. O, en este caso, lo que no se nombra no existe, salvo en las necesidades instrumentales del protagonista de la historia. Es decir, la inevitable heterodesignación. La portera solo existe en la medida en que la usa y utiliza el “superhéroe” follador.  Otro clásico que durante siglos ha nutrido la capacidad creadora del sujeto varón, aunque se trate de un mediocre como Álvaro o de brillantes hombres de cultura como han demostrado serlo los autores de esta ácida película sobre la cárcel en la que vive un sujeto que, pese a sus órganos sexuales sobre la mesa, mucho me temo que nunca será cojonudo.

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