A veces, las raíces del machismo son tan profundas y viscerales que resulta prácticamente imposible conseguir que, apelando a la razón, dando argumentos, los sujetos cambien.
Los misóginos no son conscientes de lo que les pasa, ni siquiera sospechan que les pasa algo. Si lo reconocieran, ya sería un logro. Es como lo de los alcohólicos, que tienen que empezar planteando que lo son. Pues eso. Pero el alcoholismo es sobrevenido y se adquiere en la edad adulta (o al menos relativamente adulta). El machismo nos lo empiezan a inyectar nada más nacer (incluso antes) en dosis masivas y por todos lados. Está íntimamente ligado a la construcción de nuestra subjetividad.
Así, las niñas, desde muy pronto, percibimos (de manera más o menos confusa, por supuesto) que somos menos. No es preciso que nos lo digan tal cual. Basta con alzar los ojos hacia la propia familia, por ejemplo. O basta con ver cualquier programa de la tele, desde los informativos a las tertulias; basta con abrir un videojuego, mirar una película, ojear los libros de texto… Todo lo que nos rodea nos predica nuestra “naturaleza” de seres de segunda.
Y claro, las mujeres, también desde muy pronto e igualmente de manera más o menos confusa, sentimos que tal panorama nos disgusta aunque, a cambio, nos engatusen llamándonos princesas, guapas, encantadoras y nos digan que qué sería el mundo sin nosotras que ponemos la dulzura, la alegría, la belleza, la delicadeza, etc. etc.
Siempre nos tenemos que amoldar en mayor o menor grado porque a la fuerza ahorcan y porque somos seres sociales que no podemos vivir al margen de los otros y las otras. Pero, al crecer, vamos teniendo oportunidades de contrastar ese formateo con otras emociones, sentimientos, experiencias, deseos… Y, al contacto con otras mujeres que han abierto camino, podemos convertir nuestra disconformidad en insumisión y rebeldía.
Para los hombres el cuestionamiento es más difícil. Lógico. Como individuos hay variedad, como grupo de pertenencia se saben infinitamente más libres y poderosos. No todo en su panorama es de color rosa, pero, pertenecer a la parte interesante de la humanidad, mola. Marcar desde la concordancia gramatical hasta la sexualidad, mola…
Esa superioridad tiene costes, por supuesto. También crea mucha inseguridad: “¿Estaré yo a la altura de destino tan prestigioso? ¿Daré alguna vez muestra de una debilidad que merezca mi retrogradación?” etc. Entre ellos se tantean, se apañan, saben que hay categorías que deben respetar… pero siempre, incluso cuando han de aceptar que no son el gallo supremo y rendir pleitesía a otro hombre, o cuando por lo que sea sufren una herida narcisista, siempre, siempre tienen a mano una pomada balsámica: no son mujeres.
Por eso, los rituales cuarteleros y de patio de colegio de curas (rituales que siguen existiendo aunque ya no se hacen en cuarteles ni en colegios de curas) revisten tanta importancia: ahí, entre pares, construyen las jerarquías, se miden unos a otros, refuerzan su masculinidad, y, por supuesto reafirman la inferioridad de las mujeres.
Los mecanismos son variados. Resalto estos tres:
1- Las mujeres son útiles y necesarias, claro: desde que un hombre nace una mujer lo está cuidando. Ya es un tiarraco y una mujer lo sigue cuidando, le prepara la merienda, le limpia la casa, se ocupa de su prole… pero ojo, las mujeres lo hacen porque quieren, no porque ellos les obliguen. Ellas es que son así.
2- A las mujeres hay que follárselas. Mucho y de cualquier manera. No vaya a ser, si uno pone reparos, que lo confundan con un maricón… No, siempre hay que estar dispuesto a metérsela a una mujer. Casi a cualquiera, sin ni siquiera verle la cara (ni falta que hace)… Pero dejando claro que una cosa es follarlas y otra que como personas le interesen lo más mínimo pues los lazos simbióticos con ellas son una debilidad.
3- la mitología sobre la inferioridad de las mujeres la conocen al dedillo porque, como dije antes, es lo que se predica por tierra, mar y aire, pero ahora ven que su profe o su médica son mujeres, que su compañera de pupitre es mujer (y que no parece tonta)… ahora hay, pues, que reelaborar constantemente la “inferioridad” femenina, reforzarla y afianzarla: son más histéricas, más conservadoras, más apocadas, menos lanzadas, menos divertidas, más miedosas, más cursis, etc. etc.
Este es el esquema general. Luego, los casos varían (y sí, hay hombres que no son así) pero a muchos la inquina y el menosprecio hacia las mujeres les dura toda la vida. Su misógina resiste cualquier argumento y cualquier contraste con la realidad.
Y aquí no me refiero a hombres brutalmente violentos (de esos ya hablé en otro artículo Violar es un placer y en grupo, más), hablo de los “civilizados”. Civilizados pero profundamente impregnados de esa ideología de patio de colegio. Hablo, por ejemplo, del comentario despreciativo de Álex de la Iglesia sobre las señoras mayores.
Recuerdo su peli 800 balas, con la prostituta monísima y vocacional que quiere hacérselo gratis a niños y a ancianos (el delirium tremens, vaya), la “señora mayor” (Carmen Maura) ruin y miserable, la panda de amiguetes guarreando juntos, tan contentos ellos de haberse conocido… Recuerdo la violación de Perdita Durango donde la violada pasa del susto al gusto en un santiamén y si no llega al orgasmo total es porque aparece la aguafiestas celosa… En fin…
Ya sabéis que A. de la Iglesia, se ha disculpado de su comentario sobre las “señoras mayores”. Es una buena noticia. No por sus disculpas en sí, que suenan a cosita rara (¿por qué ha de parecernos interesante que sus amigos lo llamen “señora mayor” en plan pitorreo?) sino porque las tonterías machunas ya no se pueden decir tan en abierto sin levantar indignación; la de Elvira Lindo en este caso y a Elvira Lindo no la pueden obviar.
Pero A. de la Iglesia no es el único. Hace un par de días vi una obra de teatro, Después de la lluvia (Després de la pluja) de Sergi Belbel y no daba crédito: las mujeres cotillas, rastreras, histéricas, cabezas de chorlito y medio putillas. A la que parece más normal terminan nombrándola jefa, pero el cargo no le hace ilusión. Se siente muy, muy desgraciada porque lo que de verdad quiere es ser madre y eso no lo consigue. O sea, es una mujer, mujer como dios manda y no como la otra jefa que disfruta mandando y tiranizando y, de hecho, es el peor bicho de toda la jefatura (os suena ¿verdad?). O sea, un marimacho al que un personaje le suelta (en plan insulto) que es más hombre que los hombres. Hay también un jefecillo que se ha divorciado y está triste y lloroso ¿sabéis qué? Su mujer, la arpía ¡le ha quitado a su hija! (¡qué raro! ¿no?)… Y así sucesivamente…
Oye y ves a estos señores, a Álex, a Sergi, y así, a simple vista, antes de conocer sus “obras de arte”, tiendes a pensar que son seres adecuadamente inteligentes…