Somos 200 personas así que debe ser un barco bastante grande, o eso creo. La verdad es que nunca he visto otro, por lo tanto, no puedo comparar. Por cierto, me llamo Irene y tengo 11 años. Ya no soy la más pequeña que se encuentra a bordo pero fui la primera que nació aquí, y te cuento esto porque hoy es un día especial, celebro mi cumpleaños y toda la gente que vive conmigo celebra que justo hace 11 años partimos en busca del tesoro.
Esta mañana hemos madrugado más de lo normal y mis papás, Tomás y Antonio, han hecho tarta de chocolate, mi favorita. Luego he ido a clase y he jugado con mis amigos, me lo he pasado genial pero, sinceramente, estoy deseando que llegue la noche. Cada vez que hay una celebración nos reunimos en la cubierta y las mujeres más ancianas del navío nos cuentan historias, historias sobre el tesoro y de por qué no hemos parado de buscarlo.
Estoy ansiosa por saber más. La última vez que hicimos una fiesta fue en Navidad y ya han pasado 5 meses. Fue la mejor Navidad que he tenido aunque la historia de aquella noche me dio un poco de miedo, recuerdo que apreté la mano de mi mejor amiga Clara muy fuerte y mis ojos se humedecieron.
Nos contaron por qué hace 11 años embarcamos y todos los presentes se comprometieron a ir tras el tesoro. Resulta que el lugar donde vivíamos había sido invadido por un monstruo terrible que con el tiempo tuvo descendencia y sus hijos asediaron el planeta. Las ancianas explicaron que muchas y muchos se enfrentaron a tal injusticia y perdieron la vida, crearon organizaciones, se alzaron movimientos pero fue en vano. Con dolor en sus ojos dijeron que los monstruos tenían aliados que se beneficiaban de sus inaceptables acciones y permitían que vivieran entre ellos cobijándolos en sus hogares e incluso, en sus corazones.
Aquello me dejó perpleja pero lo que más me impactó fue ver como los hombres y mujeres que escuchaban empezaron a intervenir y a contar como los hijos del monstruo Desigualdad habían truncado sus vidas. La abuela de Clara había sido asesinada por uno de los hijos más viles, se hacía llamar Machismo y cada año se cobraba miles de vidas. El padre de Juan, el niño que vive en el camarote de enfrente, lloraba al recordar las heridas invisibles que le había dejado Racismo, otra bestia, mientras que la doctora Liang nos relató lo mucho que le costó restablecerse en Europa y estudiar medicina después de que su familia la abandonara porque en China es una especie de maldición ser mujer.
Empecé a llorar cuando mis padres expresaron el calvario por el que habían pasado para estar juntos, hasta contaron que una vez al salir de un bar les pegaron y les llamaron anormales… Nunca entenderé con qué criterio califica el amor ese monstruo tan estúpido, creo que lo llaman Homofobia.
Ojalá esta noche las ancianas me cuenten algo más sobre el tesoro para apuntarlo en mi lista. Estoy anotando todo lo que nos cuentan, en mi cuaderno hay muchos testimonios sobre las ruindades de Desigualdad pero me he percatado de que una inmensa mayoría me las han contado las mujeres del barco, Machismo era el hijo mayor de Desigualdad y de una forma u otra siempre se había metido en las vidas de las mujeres a lo largo del tiempo. Las había privado de sus derechos legales, como el voto, los derechos sobre su cuerpo e incluso sus decisiones personales, como vestir, si deben trabajar, qué es lo propio y correcto de su género y qué no. En los casos más extremos las privaba de su propia vida.
Es estremecedor leer las páginas de mi cuaderno aunque me llena de paz cuando llego a los comentarios sobre el tesoro. En nombre de todas las personas valientes y luchadoras que mantienen a raya a esos monstruos, y en honor a todos los que cayeron combatiéndolos, hace 11 años mujeres y hombres partieron en busca de una isla en la que según cuenta la leyenda hay unos árboles de color violeta de los que nacen un fruto mágico, dicho fruto tiene el poder de erradicar a los monstruos. Mi profesora del barco dice que se llaman Igualdad y que son un tesoro que necesitamos para poder prosperar y convivir porque sin ella la raza humana está condenada.
Faltan pocas horas para cenar y que llegue el momento de la historia, no paro de mirar el reloj y el horizonte azul. Esto último se ha convertido en una costumbre para todos, esperamos ver tierra en cualquier momento aunque yo hace algunas semanas que ya no miro tanto.
Confieso que escuché una conversación entre varias de las narradoras cuando pensaban que estaban solas en el comedor. Hablaban del tesoro y nuestro destino, era una oportunidad única para anotar algo en mi cuaderno así que me quedé bajo una de las mesas cubiertas por largos manteles de tela. Ellas susurraban pero podía oírlas perfectamente. Comentaron que planeaban decirle a la capitana Vargas que después de más de una década navegando deberíamos regresar a casa.
Enseguida me alarmé, ¡cómo se atrevían a desistir de esa manera!
Intenté apaciguarme y continué escuchando, “llevamos 11 años en el mar y todos siguen ciegos, empeñados en llegar a una isla que nunca aparece, solo hay un horizonte infinito y una vieja promesa. Juramos encontrar aquello que mataría a los monstruos y nos liberaría pero ya no lo necesitamos. ¿No se dan cuenta? 200 personas de todas las edades, sexos, géneros, religiones, clases sociales… en un buque en medio del mar. No necesitamos un fruto mágico porque la magia la hemos hecho todos juntos, hemos trabajado equitativamente para conseguir mantener a flote este barco. Hemos creado la sociedad que queremos, que necesitamos, en esta enorme envergadura de acero, donde el respeto, la tolerancia y la igualdad imperan. Aquí ninguna niña ha sido discriminada por elegir jugar a un deporte o ha sido acosada en los pasillos por su forma de vestir. En 11 años ha habido niños a los que les ha apetecido ponerse un vestido y no han sido juzgados, han sido comprendidos. El trabajo de cada uno es valorado y pagado de forma ecuánime. Hace 11 años que nos fuimos para dejar atrás a esos monstruos pero aunque estemos tan lejos de casa no hemos dejado de combatirlo ni un solo día”.
Aquello pareció hacer reflexionar a las presentes. Siempre había considerado espantosas las consecuencias de Desigualdad, no obstante, no era la primera vez que pensaba que si nosotros habíamos logrado escapar de ellos a través de la educación y la constancia por cambiar las cosas podríamos hacer lo mismo donde quisiéramos y progresar. Nunca me había atrevido a decirlo en voz alta porque a cada mujer y hombre que convive en este navío se le enciende la mirada cada amanecer al ver el horizonte. Tengo la sensación de que ya han llegado a la misma conclusión pero no se han atrevido a reconocer que la esperanza de encontrar la isla es solo una excusa para seguir avanzando.
Espero no haberte aburrido, quizá esta carta en botella se pierda en el gran azul pero si vives en cualquier lugar del mundo donde los monstruos siguen atacando o son los protagonistas de tu día a día no desesperes porque tenemos la solución. En el fondo del corazón tú también la conoces así que solo puedo pedirte que me recuerdes y no abandones la lucha.
Aguardo impaciente el momento de regresar a esa tierra tan bonita que no he tenido el placer de conocer y desbordarla con todos los tesoros que me ha enseñado la diversidad que hay en este barco.
Tengo el presentimiento de que lo haré muy pronto, espérame.