Era una adolescente el día que vi por primera vez a Michelle Bachelet. Era la Secretaria Ejecutiva de ONU Mujeres. La primera de todas. Bachelet fue la primera en muchos campos. Ella hablaba, por aquel entonces, de las dificultades que tenían, y continúan teniendo, las mujeres en el acceso y promoción laboral. Explicaba lo importante que era que las instituciones públicas se comprometiesen con las políticas de igualdad, que las favoreciesen e impulsasen desde el convencimiento más firme de que una sociedad no puede progresar sin la mitad de la humanidad.
Michelle Bachelet ha tenido una vida intensa, marcada por la ruptura de muchos techos. En estos tiempos en los que algunos discursos mesiánicos pretenden cuestionar nuestras democracias, algunas personas tenemos claro que éstas, aunque imperfectas, llegaron cuando las hijas y los hijos de quienes nunca tuvieron nada, de los/as represaliadas/os por las crueles dictaduras que marcaron el siglo XX, llegaron a las instituciones. Cuando llegaron ellas y ellos, pero también sus agendas progresistas, de transformación social, de regeneración y de democracia. Michelle es hija de Alberto Bachelet, compañero de gobierno de Salvador Allende. Ella no sólo fue el rostro de la represión de Pinochet sino, también, el rostro del exilio por el ideal.
En 2013, cuando Michelle presentó su dimisión en ONU Mujeres para presentarse como candidata de una coalición de partidos de izquierdas a las elecciones presidenciales de Chile, confieso que dolió. Mucho. No comprendía cómo podía dejar huérfanas a tantas personas, a tantas mujeres que habían depositado en ella la creencia laica de que, al fin, un organismo internacional las miraba y, además de mirarlas, las veía. Aún hoy, y sintiendo un profundo reconocimiento personal en todas y cada una de las políticas impulsadas por Bachelet desde la presidencia chilena, continúo sin comprender porque nos dejó a todas nosotras.
En el mes de agosto del presente año, el Gobierno de Bachelet firmó el proyecto de ley del matrimonio igualitario. El primer paquete de medidas que impulsó su gobierno, en la primavera de 2014, estuvo destinado a frenar las brechas de desigualdad existentes en la sociedad chilena, especialmente las que acuciaban las mujeres. Suele decir Bachelet que la igualdad no admite ni matices ni prejuicios, y bien podría ser ésta la gran máxima que ha guiado su presidencia al frente de Chile.
Este 2017 ha estado marcado por muchos hitos políticos. Las elecciones presidenciales chilenas han sido uno de ellos. La victoria de Piñera atisba un retroceso en algunas políticas impulsadas por Bachelet y su gobierno, especialmente aquellas en materia de igualdad.
El tiempo de la Bachelet política se agota, pero a la Bachelet feminista le queda mucho camino por recorrer todavía. En la construcción íntima de cualquier persona, las/os referentes son una parte esencial. Bachelet es la mía. Ella es mi referente. Siempre.