Sí, yo también, en un tiempo lejano, fui una señorita llena de virtudes, adaptada de buena gana al protocolo de lo que se esperaba de una mujer de familia bien. Mi familia me pudo ofrecer una buena educación, música, buena biblioteca… Hasta que un día, en un viaje, la cosa se torció y me tope frente a frente con la crueldad mas vil del ser humano.
Por supuesto, perdí mis modales, mis vestido elegantes y mi lencería de puntillas. No me quedó mas remedio que sacar la superviviente que anidaba escondida dentro de mí. Durante un tiempo indeterminado fui una víctima que solo tuvo la posibilidad de resistir. Empaticé con tras víctimas que me mostraron sus cicatrices. Con sinceridad, no sé de dónde saqué las fuerzas para seguir adelante, como pude restablecerme y liberarme de ese papel de mujer que recibe golpes sin tener ni una sola respuesta para defenderse.
Entonces cogía el fusil y no me separé nunca más de él. Soy tan buena disparando que a veces me adelanto al ataque del agresor. Nunca abro la puerta de casa sin llevarlo encima y no salgo a la calle sin asegurarme que lo he cargado.
Imagino que mucha gente echa de menos mis distinguidos modales, mi modo tan exquisito de preparar el té y mi sonrisa ingenua de animal domestico. Mi silencio y mi virginidad. Ahora soy una mujer armada que no deja ningún ataque sin respuesta. Sí, es agotador. A veces, me gustaría estar sentada en una mecedora, en un porche con buenas vistas. Dentro, la chimenea mantiene el calor del hogar y abandonarme a mi suerte, pero eso es imposible, porque en este mundo nunca puedes bajar la guardia.
GODLESS. MICHELLE DOCKERY
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