¿Cómo Boko Haram supo a quién secuestrar?

Raquel Rosario Sánchez
Raquel Rosario Sánchez
Escritora dominicana. Especialista en Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad. Arde por el desmantelamiento del patriarcado en su totalidad, pero muy especialmente, arde con ansias por ver el fin de la violencia contra niñas y mujeres. Todas las violencias.
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In this photo taken Monday, May 19, 2014, Solome Ishaya, sister of kidnapped school girls Hauwa Ishaya stands outside their family house in Chibok, Nigeria. More than 200 schoolgirls were kidnapped from a school in Chibok in Nigeria’s north-eastern state of Borno on April 14. Boko Haram claimed responsibility for the act. (AP Photo/Sunday Alamba)

A mí no me mire que yo no le voy a responder nada. Piénselo y respóndame usted, ¿cómo Boko Haram supo a quién secuestrar? ¿Cómo saben los empleadores a quién pagarle menos? ¿Cómo saben las macroeconomías a quién darle los trabajos menos remunerados? ¿Cómo saben los hombres a quien acosar en la calle? ¿Cómo saben las compañías farmacéuticas a quién discriminar en los estudios clínicos cuando sacan nuevas medicinas? ¿Cómo saben las familias a quién otorgarle todo el peso de los cuidados? ¿Cómo saben los museos que artistas deben ser hegemónicos y cuales artistas infrarrepresentar? ¿Cómo saben las familias que viven precariedades económicas a cuáles bebes alimentar menos? ¿Cómo saben las personas en el ambiente laboral a quienes interrumpir más?

No, no… a mí no me interesa que usted se apresure a leer mi artículo. ¡Tómese su tiempo! Yo quiero que usted pondere de verdad. Trabajamos bajo el supuesto de que usted conoce la historia de lo que hizo Boko Haram, la organización paramilitar cuyo centro se localiza en el noreste de Nigeria, hace unos cuantos años, en la comunidad de Chibok. ¿Cómo los guerrilleros de esta organización terrorista supieron identificar a quién secuestrar en abril del 2014? Fueron 276 personas secuestradas. ¿Quiénes y qué eran estas 276 personas?

Bien. Ahora, vamos a analizar.

Hace alrededor de cuatro meses yo me mudé desde Santo Domingo a Inglaterra. Vine a hacer un doctorado en Género y Violencia con un centro de investigación especializado en el asunto. Al mudarme, surgió una dinámica interesante entre mi nuevo arrendador y yo: él pretendía no saber que yo era una mujer.

Se refería a mi como “la persona” y decía que yo era “alguien”. En el sentido práctico esto se traducía a conversaciones como la siguiente: “Te llamo luego que tengo aquí una persona que quiere saber cómo llegar al hospital” y “Alguien en frente mío quiere saber si has visto un paquete largo”. Yo inmediatamente supe por dónde venía el asunto, pero como, literalmente, me acababa de mudar, lo último que yo necesitaba era algún debate político sobre un tema espinoso con mi nuevo arrendador. Así que decidí no decir nada y hacer de todo esto un ejercicio sociológico: “Vamos a ver cuánto tiempo dura este tipo pretendiendo que él no sabe que yo soy una mujer”.

El trasfondo es que la semana antes de yo llegar, se había celebrado la semana de la diversidad de un colectivo. Esto implica que se dan charlas y orientaciones donde se le enseña a la población las buenas prácticas para la convivencia amena y con un fiel respeto a los derechos humanos de todo el mundo. Esta labor es importantísima y urgente, pero algunas de estas ideas hay que analizarlas detenidamente.

Verán, a mi arrendador le dijeron en una charla orientadora, que si él utilizaba el pronombre equivocado (es decir, si en nuestras comunicaciones, el asumiese por default que yo soy una “ella” y yo me ofendiese ante esa falta) podría estar cometiendo daños graves a muchas personas e inadvertidamente, incrementando altas tasas de suicidio. El argumento sensato es que esas estadísticas tan populares han sido cuestionadas por diversas personas (feministas y no feministas), porque han demostrado que se está tergiversando datos para manipular emocionalmente la opinión pública. Pero mi arrendador, como todas las personas buenas y honestas, no quería entrar en un dime y direte. Si a él le dijeron que lo mejor era pretender “desconocer” el sexo de las personas con las que interactúa en el día a día, él lo hace, igual que como haría cualquier persona bien intencionada. Además, las estadísticas que manejan algunos de estos talleres y orientaciones causan gran pánico, y lo más probable es que él, como la gran mayoría de las personas, no quería convertirse en un homicida accidental. Así que aquí estaba él, interactuando conmigo casi todos los días, pretendiendo que yo (Raquel, la del afro y las mega-caderas), era un ser etéreo y abstracto.

Hasta que un día, dos semanas después de conocernos, él de repente se dio cuenta que yo soy una ella… ¡Les juro que yo no le dije nada ni tampoco insinué nada! Siempre me quedaba calladita o me hacía la desentendida porque me interesaba saber cuánto tiempo duraría él pretendiendo no saber lo que yo soy. “La mujer del apartamento C dice que el calentador no funciona”, le decía ahora a su colega o “ella dice que se perdió de nuevo en el autobús”, y yo ahí, abriendo los ojos con cara de sorpresa.

Pasadas esas interesantísimas dos semanas hablamos de lo más normal; yo tratando de ocultar mi picardía cada vez que él se refiere a mi como una mujer y utiliza pronombres femeninos. Pero luego, con el paso de los días, yo empecé a reflexionar. Me di cuenta de que lo para mí había sido un fascinante experimento social, en realidad representaba una idea bastante misógina. Quizás a mí me da igual que me llamen una cosa o la otra, y honestamente, lo más probable es que con el ajetreo de la mudanza, yo simplemente no tenía espacio emocional para analizar casi nada. Pero la realidad es que, para la inmensa mayoría de las mujeres, pero especialmente para las más vulnerables, alrededor del mundo, este tema no es ninguna decisión personal. Es una camisa de fuerza que muchas veces deviene en violencia y muerte.

¿Ustedes creen que los guerrilleros iban preguntándole a cada una de las 276 niñas y adolescentes secuestradas, si ellas querían que las trataran como mujeres? Hablemos claro: a ellas las secuestraron para violarlas repetidamente y para que les alumbren bebés a sus secuestradores. Acceder a su cuerpo de mujer fue una pieza fundamental del acto terrorista, como lo es en todo conflicto armado en que el sexo biológico de las mujeres y niñas es utilizado como un arma de guerra contra ellas mismas. ¿Más importante aún, ¿ustedes en verdad creen que todo esto del sexo y el género es un asunto de identidades personales basadas en sentimientos internos? Porque si fuese así, eso significaría que ellas fueron quienes decidieron identificarse con una clase social que ellas sabían que implicaría que serían violadas y agredidas durante meses, años, quizás toda la vida…

 

Acceder a su cuerpo de mujer fue una pieza fundamental del acto terrorista, como lo es en todo conflicto armado en que el sexo biológico de las mujeres y niñas es utilizado como un arma de guerra contra ellas mismas.

Sólo formular este contraargumento me causa una tremenda repulsión. ¿Entonces por qué está la izquierda pseudo-progresista promoviendo este discurso como bueno, valido y legitimo?

Compañeras, ¿cuándo y en qué sistema supremacista de dominación la clase opresora le pregunta a la persona oprimida si se identifica con su opresión? ¿En qué cabeza cabe que al patriarcado le importa que yo quiera o no quiera ser parte de nada de esto? Ese es el quid de la opresión; que tus renuencias no valen de nada.

Usted dirá, sí bueno, pero es que en realidad este tema sólo se aplica a un número muy reducido de personas. Ah, ¿no me diga? Porque yo fácilmente le puedo enviar varios anteproyectos de ley, proyectos de ley y leyes aprobadas en diversos países que dictan que esta drástica tergiversación de la conceptualización feminista de sexo y género, deber ser la norma universal para todo el mundo. Aparte de que, si este tema sólo debiese concernir a un grupo reducido de personas (lo cual sería un propósito perfectamente legítimo y que yo apoyo 100%), entonces ¿por qué a mi arrendador, (como al sinnúmero de personas que asisten a estas charlas), lo coaccionaron por medio de una manipulación emocional alucinante para que pretenda desconocer el sexo de toda persona con la que interactúa?

En estos momentos, a las mujeres nos están obligando a adoptar estos mantras, y cuidadito si desobedecemos las ordenes de nuestros superiores, porque si nos atrevemos a cuestionar mucho, nos acusan de cosas feas en el internet. ¡Y eso es en el mejor de los casos! En el punto medio te mandan amenazas violentas y te organizan campañas de difamación. En el peor, te pueden someter a la justicia por crímenes del pensamiento. ¿Cuándo han sometido a un hombre ante la justicia por utilizar epítetos misóginos contra alguna mujer? Si lo hiciésemos, estimo que un cuarto de la población masculina estuviese presa. Tan difícil que es conseguir una sentencia por violencia física contra la mujer, pero por ignorancia respecto a los pronombres y al banquillo de los acusados de una vez… Que raro, me pregunto por qué será.

Este tema acarrea implicaciones prácticas y filosóficas insidiosas. Como el título de este articulo: si pretendemos que actualmente vivimos en un mundo “donde no vemos ni sexo ni género”, entonces ¿cómo distingue el patriarcado, hoy día, a quién oprimir?

“El género es una elección, o el género es un rol, o el género es una construcción que podemos ponernos de la misma manera en que nos ponemos la ropa en la mañana. Existe “alguien” previo a este género, alguien que va al closet del género y decide con deliberación cuál género quiere ser hoy”, argumenta la profeta oscurantista Judith Butler en su libro ‘El género en disputa: feminismo y la subversión de la identidad’.

Si el género es simplemente algo que podemos ponernos y quitarnos a conveniencia o como si fuese una ropa, (es importante recordar que según Butler no existe distinción alguna entre sexo y género, ya que según ella este punto es “irrelevante”), ¿por qué las mujeres y niñas simplemente no se quitan su opresión y la dejan en el piso, igual que como nos quitamos los jeans y los panties? Si todo esto es tan fácil, ¿qué esperamos?

¡Pues eso mismo se pregunta Butler, camarada!

Escribe la filósofa Susan Cox para Feminist Current:

“Contrario a las feministas de la segunda ola, quienes abogaban que las mujeres debían unirse colectivamente bajo el mantel del feminismo, la teorética queer Judith Butler aboga por la ‘desidentificación’, como un acto político progresista. En el año 1993, Butler argumentó que las mujeres deben “desidentificarse colectivamente” de las otras miembros del sexo femenino para de esa manera subvertir (queer) la categoría del sexo en sí mismo. Más de 20 años después, la visión de Butler ha dado frutos de manera desconcertante, ya que muchas mujeres proclaman con orgullo no tener nada en común con otras mujeres”.

El análisis de Cox busca problematizar la idea de que las mujeres deberíamos declararnos “no-binarias” (y de eso hablaremos en otro artículo), pero el marco se aplica también al contexto de reducirlo todo a identificaciones (y desidentificaciones) personales.

Aquí entre nos, a mí me da vergüenza ajena el hecho de que Butler haya construido una carrera sobre la base de todo este asunto, y jamás se llegó a enterar de qué es el sexo, qué es el género y cómo funciona la opresión en el patriarcado. Quizás la popularidad de Butler sea una metáfora cuyo simbolismo busca hacer un comentario social sobre los problemas del movimiento actual… Algo así como un performance que ha durado varias décadas.

La pregunta que se cae de la mata es: en esta visión posmodernista que aboga Butler y otros teoréticos del nihilismo de izquierdas, ¿qué pasa con las mujeres y niñas que no tienen otra opción más que seguir siendo parte de ese rol tan passé (“ser mujer”) en un patriarcado? Pues, a ellas que se las lleve el mismísimo demonio, pues lo importante es que tú, personalmente, te desidentifiques. Quizás ellas se merecen todas las discriminaciones y violencias que otorga gratuitamente este sistema de opresión, porque según esta corriente de pensamiento son lo suficientemente estúpidas para seguir identificándose como mujer sabiendo muy bien que el patriarcado omnipresente detesta con saña a las mujeres. ¿Qué no ven que la solución a todo este asunto es “desidentificarse”? Honestamente, ¿qué tan lerdas son?

Estoy siendo irónica (como bien sabe mi audiencia), y he decidido que continuaré tratando con mi desdén más mezquino toda idea misógina que pretenda camuflajearse de feminista.

Resulta extremadamente importante resaltar que bajo esta visión neoliberalista de la justicia social, las estructuras y sistemas de opresión permanecen intactos. Se ignora completamente el trabajo arduo y malagradecido de trabajar en las comunidades para abolir la mutilación genital femenina. Las décadas concientizando sobre la importancia del aborto seguro y libre de coerciones se vuelven insignificantes. Tampoco se menciona ese trabajo traumatizante y poco rentable que es investigar la violencia machista. ¿Por qué malgastar la vida en una batalla eterna dentro de los Congresos tratando de crear políticas públicas que cierren la discriminación salarial cuando fácilmente podemos ocupar nuestro tiempo buscando el elixir del empoderamiento individualista? Hay que estar loca de remate para ser feminista: ¡cualquier persona en su sano juicio se da cuenta que es mejor y más fácil ser posmodernista!

Esta visión del género, desconectada de la realidad material que oprime a las mujeres y niñas, sólo puede florecer en la mente de personas que nunca se han visto en la posición de una mujer a quien la han violado en el trabajo, bajo la amenaza de que, “si no se deja”, su jefe la va a despedir. Ni a quien la hayan obligado a abortar. Ni a quien, siendo una niña, la hayan alimentado menos que a sus hermanitos varones y como consecuencia, ahora sufra los efectos de una malnutrición perpetua. No surgiría jamás en la mente de una mujer traficada que, antes de las seis de la tarde, vaya por el hombre prostituidor número nueve. Esta visión inclemente de género tampoco surgiría en la mente de la mujer que en estos momentos se está muriendo en su casa, sola, ya que cuando fue al médico presentaba síntomas que los honorables galenos no supieron reconocer, porque en los estudios clínicos (que son realizados en su gran mayoría en los cuerpos de los hombres), no tomaron en cuenta que la biología de las mujeres es diferente y la devolvieron a su casa acusándola de “psicosomátizar” la enfermedad que terminará matándola. Butler y sus fanáticos nihilistas se pueden ir a la mismísima mierda por el daño que le están perpetrando al movimiento feminista y por la crueldad elitista con la que menosprecian a las mujeres que más sufren en este maldito patriarcado, generando cada vez más confusión política, caos ideológico y prácticas opresoras insospechadas, sobre la base de un discurso ilógico (y hasta estúpido) que se disfraza “de avanzada” y que lo que busca es hacernos retroceder mil años.

Hagamos una pausa que me sulfuré.

¿Por qué son tan populares estas ideas de que podemos pretender no saber ni reconocer el sexo de las personas? Porque al patriarcado le encantan. Qué fácil sería todo esto del feminismo si el problema fuese sólo semántico y si la opresión fuese solo la metáfora de una ropa que yo me pongo y me quito. Con razón estas ideas atraen a tanta gente joven: representan una treta inteligente, siempre y cuando no se piense mucho, y tal parece que mucha gente a decidido deliberadamente dejar de pensar para apoyar esta barrabasada sexista. Si las implicaciones no fuesen tan macabras, yo hasta felicitara y enviara flores a sus proponentes, por su laberíntica maraña discursiva.

¿Por qué macabras? Porque mientras usted y yo tenemos que perder tiempo y energía formulando contraargumentos y tratando de contener el daño que representarían estas ideas para las garantías que hemos conseguido a base de mucho esfuerzo las mujeres y niñas, el patriarcado nunca ha tenido problema identificando quiénes somos nosotras. Los agresores, terroristas, prostituidores, acosadores, traficantes, violadores, feminicidas, y los machistas en general siempre han sabido.

El Norte Global, inmerso en su imperialismo multifacético, exporta estas ideas misóginas ignorando que sus países están colmados de mujeres y niñas vulnerabilizadas que fácilmente pueden señalarles que esto no es ninguna “decisión deliberada”, pero las ignora, y encima eleva la jugada, forzando estas visiones simplistas al Sur Global sabiendo que mucha gente se las va a tragar sin preguntar, asumiendo que son visiones vanguardistas.

Al patriarcado no le importa ni lo que pensamos ni lo que sentimos ni como nos identificamos las mujeres y niñas. Nunca le ha importado.

Ese es el punto.

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